Atravieso los pasillos del colegio de prisa, mientras la molesta chicharra suena por los parlantes ubicados en algún lugar invisible de la escuela.
La última vez el sonido estuvo a punto de romperme los tímpanos, por lo que ahora trato de cubrirlos mejor. Parece que 3 años aquí no han sido suficientes para acostumbrarme, veo que casi todo el mundo camina con tranquilidad e incluso conversan mientras se dirigen a sus salones.
Este semestre, el taller me toca a última hora todos los viernes. Colosal. Es una manera muy agradable de terminar la semana.
Esquivo a los estudiantes que se aglomeran por los pasillos conforme transcurre el tiempo y, en cuanto llego a los escalones, desciendo sin frenar mis pasos. No soy consciente de que esto es peligroso porque lo único que me interesa ahora es cruzar la puerta del aula a tiempo.
Los clubes de arte siempre son enviados al sótano del colegio, así que necesito correr el doble que de costumbre. Llevo tantos meses deseando que abrieran un taller como este, que mis ansias se elevaron por encima del cielo cuando vi la lista en el tablero de anuncios la semana pasada. Ahora me encuentro muy emocionado, si soy sincero.
Escribir ha sido de mis grandes obsesiones desde hace muchos años, en concreto desde que leí mi primera novela de ciencia ficción. Pensar en la capacidad que tiene el ser humano para crear otros mundos fuera del nuestro, me voló la cabeza e intenté hacer algo al respecto a partir de entonces . Traté de sacar mis ideas y plasmarlas en distintos archivos de mi ordenador. Se convirtió en mi pasatiempo favorito, así que con frecuencia me encontraba a mí mismo fabricando escenarios en mi cerebro, incluso durante momentos muy inoportunos.
Tener un espacio para hacerlo dentro de mi plan de estudios me cae como anillo al dedo.
La chicharra deja de sonar en cuanto arribo al sótano, un espacio bastante descuidado. Sé que no le ponen mucha atención a esta área del colegio, pero creo que sirve para lo esencial. Huele bastante mal por el hedor que desprenden las coladeras; además, las paredes de concreto están llenas de moho por la humedad. Una gota de agua que se filtra por el techo me cae en la cabeza, pero la ignoro al momento de entrar al salón de Escritura Creativa.
Mi vista se dirige inmediatamente a la única persona que se encuentra sentada en las últimas filas. Sonrío. Es Nicole, la mejor amiga de Isabella. Al menos me tranquiliza saber que hay alguien conocida en medio de este lugar tan desagradable.
Tomo asiento al lado de ella, pero se encuentra inmersa en el libro que está leyendo y no advierte mi presencia. Así que me dispongo a romper el hielo.
—¿Nicole? —Mi voz sale más grave de lo normal y eso me sorprende, pero logro llamar su atención. Ella me mira como si hubiera visto un fantasma, por lo que mi sonrisa se borra al instante y adopto un gesto consternado.
—Hola —Me saluda elevando la palma de su mano a la altura de su rostro—. Uhm… ¿Qué haces aquí?
—Pues… me inscribí al taller.
—¿Por qué? —inquiere, perpleja.
—Yo… —Me aclaro la garganta para romper la tensión—. Me gusta escribir.
—Entiendo —Cierra el libro y lo coloca encima de la paleta de su butaca, cruza los brazos y se queda observando el pizarrón al otro extremo del salón—. Me alivia el compartir clases con alguien conocido. Es decir, no tan conocido, no estoy diciendo que seamos amigos —Lo dice como si quisiera evitar algún malentendido. Eso me hace sonreír—. Medianamente conocido, quiero decir. Desde que estuvimos en el mismo equipo de voley… y eso.
—Te elegí de entre todos ellos porque creo que eres agradable. Supongo que sí somos medianamente conocidos.
—Ah, claro. Gracias. Isabella me habría elegido si hubiera sido líder, pero era muy poco probable porque no se le dan los deportes —Hace una pausa como para corregirse—. Es decir, no me refiero a que sea mala-mala, solo que no le encantan. Quizá podría dominar alguno si tuviera el interés suficiente, es muy capaz. Pero a ella le gusta la fotografía.
Mis labios se curvan ante esa información. Lo he notado. Mentiría si dijera que en los últimos dos años Isabella pasó inadvertida para mí. Siempre me pareció una chica muy atractiva. Pero eso era lo más irrelevante de todas sus cualidades; y no quiero pretender que la conozco, pero lo que sí sé con certeza es que comencé a mirarla distinto desde el día en que la observé a través de las ventanas de la biblioteca capturando las nubes en un día lluvioso. Sonreía como si no hubiera otra cosa más en el mundo que le hiciera sentir viva. El viento despeinaba su cabello, pero eso no le importaba. Parecía que solo quería obtener la toma perfecta.
Luego de ese momento, me sorprendí a mí mismo buscándola con la mirada de manera inconsciente más veces de las que me gustaría admitir. Era como un imán nuevo que atraía mi mirada con vehemencia.
—Isabella y tú son muy cercanas —Le digo solo porque no quiero cambiar el tema de conversación.
—Sí, algo así. Es mi única persona de confianza en este lugar. No soy buena haciendo nuevos amigos y ella siempre me salva de la humillación —Empieza a jugar con una liga que traía como pulsera en su muñeca—. Aunque esta vez será algo difícil.
—¿Por qué lo dices?