El primer lugar que elijo para intentar ejecutar esta misión es el Festival de Otoño.
Esta ocasión, aunque no por decisión propia, voy sola. Intenté llamar a Nicole y mensajeé un par de veces a Fiona, pero debido a la riña que tuvimos en el teatro hace un par de días, ninguna respondió algo favorable. Entiendo por completo que se quieran tomar un espacio; aun así, cuando estoy a punto de salir de casa con un bolso de tela para mandado y mi celular en mano, mi corazón se achica y es la primera vez que soy consciente de mi tristeza.
Antes del verano todo estaba bien entre nosotras. Nos vimos en vacaciones todos los días para pasar un verdadero tiempo de calidad juntas, trepándonos en buses que nos llevaban a cualquier destino que quisiéramos visitar; entrábamos a tiendas de ropa para probarnos prendas que ni siquiera íbamos a comprar; recorrimos el pueblo que conocíamos a la perfección, pero lo hicimos juntas. Reímos muchísimo, comimos los mejores helados del centro y hasta nos metimos a un karaoke coreano.
Es hasta que piso la feria, que me doy cuenta de lo poco que valoré todos esos momentos especiales con mis amigas. Di por sentadas todas nuestras aventuras vividas durante los pasados dos años. Mi pecho se siente vacío, siento que me hace falta un pedazo de mí.
Solo espero que las cosas puedan arreglarse lo antes posible, que logremos volver a la normalidad: cuando éramos realmente felices y no lo sabíamos. Pero por más que intento pensar en soluciones, mi mente no me arroja alguna opción.
Todavía no le cuento a mamá acerca de lo sucedido; pero como todas las madres, ella tiene el presentimiento de que algo no anda bien entre nosotras. Esta tarde me dijo algo de manera tan puntual, que ni siquiera me dio tiempo de pensar en una respuesta.
—Por favor, dime que no te peleaste con las chicas otra vez —Cruzó los brazos sobre su pecho, recargada en el marco de la puerta de mi habitación, mientras me observaba lanzar un peluche de balón de vóley hacia el techo una y otra vez.
Y es que sí, no es la primera vez que nos peleamos. Trivialidades y malos entendidos, supongo. Pero solíamos resolverlo con facilidad, pues no podíamos estar en descontento por tanto tiempo.
No supe cómo explicarle que, tal vez, esta ocasión no será tan fácil contentarnos.
Mamá se ofreció a acompañarme al festival para que no me sintiera tan sola, pero me negué. No iba a sentirme libre de llevar a cabo mi plan si venía conmigo. ¿Cómo le explicaba que no solo quería presenciar la majestuosidad del evento o sentir el ambiente otoñal? ¿Qué se supone que le diría si necesitaba despegarme de ella por un momento para acercarme a Noah?
Demasiado vergonzoso para pensar en ello.
Este año, montaron nuevamente el festival en el Jardín Solstice, el más grande del pueblo. Cuando llego a la entrada oeste, veo un letrero gigante, hecho a mano, que reza la frase “Bienvenidos al festival de otoño” en letras grandes, y decoraciones relativas a la época. El bullicio dentro del festival me saca de mi ensimismamiento y noto que un niño pasa corriendo al lado mío. Le asesta un golpe a mi bolso, mientras intenta maniobrar el hilo del que tiende un bonito papalote que vuela con fluidez en el cielo. Aunque me enojo al principio, sonrío porque la nostalgia me invade. Yo solía ser esa niña en los festivales anteriores. Cuando mi padre y yo jugábamos en los parques, tratábamos de dirigir al papalote. Unas veces eran más fáciles que otras, pero era divertido.
Me quedo en blanco al recordar mi infancia, observando el cartel gigante en la parte alta que se encuentra atado a un par de postes de luz que todavía no se encienden. Está empezando a oscurecer.
Suspiro, realmente no tengo ganas de hacer esto. Ni siquiera sé por qué vine en primer lugar. Quiero decir, claro que soy consciente de la razón que me trajo aquí, pero ya no estoy segura de querer quedarme. Que no estén las chicas hace que todo esto se sienta amargo.
De todas formas, obligo a mis pies a moverse hacia el frente —en realidad los estoy arrastrando— mirando a mi alrededor sin entusiasmo.
Al entrar al festival, escucho a las personas en cada estante tratando de llamar mi atención. Me invitan a pasar para conocer los productos y comidas típicas de cada país, pero yo solo asiento con la cabeza en agradecimiento. Sigo caminando por la vía destinada para los transeúntes, buscando a Noah con la mirada en cada rincón de la feria, pensando que de verdad hay posibilidades de topármelo por aquí.
Aunque le escuché conversar con Kai fuera del teatro sobre su asistencia, dudo bastante que podamos coincidir. ¿Cuáles son las probabilidades? ¿Una en un millón?
Aun así, decido no perder las esperanzas. Y eso solamente provoca que mi decepción florezca con cada minuto que corre. No tengo a mis amigas a mi lado para matar el tiempo, conversar o hacer chistes divertidos mientras atravesamos la feria. Si bien le dije a mi madre que quería venir sola, creo que necesito su compañía en este momento.
Y Noah no aparece por ningún lugar, para variar.
Decido detener la búsqueda cuando veo la pantalla de mi celular. Han pasado dos horas desde que llegué y ya recorrí toda la feria intentando lograr mi cometido, mis piernas me duelen de tanto caminar sin rumbo alguno y tengo muchísima sed. Así que ahora me esfuerzo por encontrar un lugar en donde pueda comprar algo fresco. Lo que sea me servirá. Incluso un cubo de hielo.