Legítimo heredero

Dudas⁷.

—Sí, está delicioso —respondió con nerviosismo.

Le pidió comer, permanecieron en silencio mientras lo hacían, pero mirándose y sonriendo.

Al terminar de comer, él le pidió contarle un poco de su vida.

Al principio le hablaba nerviosa de sus deseos, de lo que había sido su vida, omitiendo lo que pudiera arruinar su misión.

Isabella se había olvidado de que estaba fingiendo y empezó a disfrutar de la compañía del hombre, quien atento la escuchaba, interrumpiendo solo cuando era necesario.

Maximiliano tenía trabajo que hacer; sin embargo, estaba disfrutando de la conversación, y compañía, debía volver, pero algo le impedía hacerlo.

Justificó, se lo debía después de haber pensado mal de ella, escucharla era lo mínimo que podía hacer.

Le gustaba el modo en que sonreía, en que lo miraba, aunque al darse cuenta de ello, desviaba sus enfoques para mantener su promesa.

Isabella continuó hablando de su vida sin revelar nada comprometedor, había mentido en algunos casos para mantener la falsa.

Trataba de convencerse de que estaba haciendo bien y que el hombre solo fingía, como se lo había dado a entender Chantal, quien se había reunido con Brad, para ponerlo al tanto de los avances, pero más importante aún, para discutir sobre los beneficios del plan.

Al hombre aún no le quedaba claro, como era que pretendía tener la fortuna, casándolo con otra.

Al conocer que aunque la traición había convertido en otro hombre a su ex prometido, en el fondo seguía siendo el mismo, que al enamorarse lo entregaba todo, se cegaba por su amor, sabía que le gustaba dar lo que anhelaba recibir, lo apostaba todo y eso era lo que ella buscaba.

Segura de que lograría que Isabella lo llevaría a perder la cordura y conseguir su objetivo, fingió a Brad, de quien no debía preocuparse una vez consiguiera lo que buscaba.

En el restaurante, Maximiliano se había levantado a pagar la cuenta, con remordimiento, Isabella lo miraba confundida.

No parecía ese mal hombre que le decían, en su afán de disminuir su culpa, pensar que solo fingía bien, le pareció prudente.

—Nos vamos, tengo que realizar una diligencia, tú…

—Me iré entonces, Maximiliano —se puso ella de pies con rapidez.

—No, Isabella, tú vendrás conmigo, viniste conmigo, no permitiré que regreses sola, además, será mejor que le digas a Chantal que estuviste conmigo y no limpiándote las uñas como sería el su caso.

—No tienen buena relación, ¿por qué?

Él la miró con una sonrisa ladeada en su rostro, su experiencia era algo de lo que no le gustaba hablar.

—Es un tema personal que me disgusta tocar, y prefiero ir de buenos ánimos al lugar al que vamos, camina, por favor Isabella.

El que le pidiera el favor, fue para ella agradable. Acostumbrada a los tratos poco amables de Brett sonrió y caminó sintiéndose bien.

Maximiliano le abrió la puerta del auto después de recibir las llaves.

Subió y empezó a conducir, habían permanecido en silencio. No hubo ruido más que el ruido de las calles hasta que Maximiliano recibió una llamada.

El modo en que hablaba, hizo a Isabella temer, se sentía nerviosa y aquello la convencía de estar acompañada de un mal hombre.

Pasó de hablar en inglés a Ruso y aunque no lo entendía, sus gestos y modismos, daba la impresión de que discutía, de que amenazaba.

Al finalizar pasó su mano libre por su barbilla, dio un manotazo al volante hasta darse cuenta de su presencia.

—Mi dispiace Isabella, avevo dimenticato la tua presenza.

Ella fingió una sonrisa por su acento, fingió que no le importaba, aunque aquello le hubiera dado la impresión de que era agresivo, que fingía.

Maximiliano continuó conduciendo y aunque se había disculpado, se sentía incómodo, por el modo en que ello pareció haber cambiado el semblante sonriente de Isabella.

—¿Alguna vez te has enamorado, Isabella? —preguntó con la intención de aliviar el incómodo silencio.

Ella tragó grueso, lo que sentía por Brett era catalogado como un apego insano por su amiga, pero ella sentía, era amor.

—Supongo que tu silencio significa que sí, ¿qué sucedió? Dijiste estar soltera.

—No es eso, solo me surgió una pregunta, ¿qué es el amor, Maximiliano? ¿Sabes que se siente amar?

—Creo saberlo, pero no sería prudente darte mi punto de vista, mi opinión, concepto.

—¿Por qué quieres conocer el mío?

—Curiosidad, Isabella

Sonrió volviendo a tornar el ambiente agradable.

—En ese caso no tengo una respuesta a tu pregunta Maximiliano.

Le llegó un mensaje de Brett preguntando cómo iba todo.

Ella lo ignoró y pasaron a estar en silencio de nuevo.

Tras unos minutos de conducir, se detuvo en un lugar, a ella le pareció interesante su habilidad para reversar y estacionar sin tanto preámbulo.

Se acercó, abrió la puerta y extendió la mano para ayudarle a salir.

Se había puesto nerviosa.

—Estaré hablando en Ruso, no te sientas incómoda, serán asuntos de negocios.

Habían saludado a un par de hombres, de finos trajes, parados con seriedad en la entrada, se podían ver un par más en el largo pasillo.

Isabella se sintió nerviosa y sin darse cuenta se sujetó del brazo del hombre.

Él miró la mano de Isabella, que sujetó con fuerza su brazo, para después mirar su rostro.

—Todo estará bien, no te pongas nerviosa —le murmuró y puso su mano sobre la de ella.

Dos hombres más, con el mismo aspecto, habían abierto un portón, que les permitió seguir por un largo pasillo, sus paredes rojas, le daban un aire peligroso, Isabella apretó más su brazo.

Habían llegado finalmente a una habitación, donde yacía un hombre en silla de ruedas.

Maximiliano se acercó y lo saludó apoyando su frente sobre la de él.

El hombre habló en Ruso y miró en la dirección de Isabella con una expresión que la confundió.

Maximiliano la miró y sonrió, ella supo que no era nada malo.




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