Leonidas

La caída de Leonidas

El aire en los cielos se tornó pesado, y una oscuridad sin igual cubrió el campo de batalla cuando Leónidas se enfrentó a Lucifer. La majestuosa figura del ángel caído, con sus alas negras como la noche y su mirada llena de desdén, se erguía ante él, su espada ardía con un fuego infernal que parecía querer consumir todo a su paso.

—¿Así que este es el guerrero divino enviado para detenerme? —la voz de Lucifer resonó en los cielos, grave y llena de arrogancia.— Pensé que los cielos no podían crear nada que me igualara, pero, al parecer, me equivoqué.

Leónidas, con su espada en mano y su mirada fija en el líder de los demonios, no dijo una palabra. Sabía que no era el momento para el diálogo, sino para la batalla. Con un solo paso hacia adelante, lanzó un corte hacia Lucifer, cuya espada se cruzó con la de él con un estruendo que sacudió el cielo.

El choque de sus espadas produjo una explosión de energía que iluminó el campo de batalla, cegando a los combatientes cercanos. Pero Lucifer no retrocedió. De hecho, sus ojos brillaban con una intensidad maligna, como si disfrutara del enfrentamiento. Con una sonrisa cruel, desvió el golpe de Leónidas y lo atacó con una velocidad que incluso el guerrero divino no pudo anticipar.

Lucifer era un maestro en el combate, y aunque Leónidas poseía un poder superior, la experiencia del ángel caído le daba una ventaja letal. Cada uno de los movimientos de Lucifer estaba impregnado de una maldad ancestral, y su espada, forjada en las profundidades del infierno, parecía absorber la luz misma.

Leónidas bloqueaba los ataques, pero por cada uno que defendía, recibía dos más. Lucifer parecía disfrutar de la lucha, moviéndose con una gracia oscura, sus alas extendiéndose para desatar una lluvia de fuego que caía sobre Leónidas, abrasando todo lo que tocaba.

Finalmente, en un movimiento inesperado, Lucifer saltó hacia el aire, y con un giro rápido de su espada, cortó la pechera de Leónidas, la cual se rompió con facilidad bajo el poder infernal del ángel caído. La luz divina que emanaba de la armadura de Leónidas comenzó a apagarse, y su fuerza se vio reducida por un instante. Aprovechando la oportunidad, Lucifer descendió rápidamente, uniendo su espada con la de Leónidas en un choque brutal que lo desarmó.

—¿Crees que puedes derrotarme, criatura nacida de la luz? —dijo Lucifer, su voz llena de desprecio—. Ni siquiera los cielos pueden salvarte ahora.

Leónidas, herido y cansado, luchaba por mantenerse en pie. Cada movimiento era un desafío, pero su voluntad no flaqueaba. No podía permitir que los cielos cayeran. No podía permitir que el mal se apoderara de todo lo que había jurado proteger.

Pero Lucifer lo sabía. Sabía que Leónidas, por muy fuerte que fuera, no podía competir con el poder absoluto que él poseía. Con un grito de furia, Lucifer levantó su espada y la dejó caer sobre Leónidas, quien, con sus últimas fuerzas, intentó bloquear el golpe. El impacto fue tal que, aunque su espada resistió, Leónidas fue lanzado hacia atrás, atravesando nubes y cayendo de los cielos hacia el abismo.

El ángel caído observó el descenso de Leónidas, su rostro tan implacable como siempre. A pesar de la victoria, su mirada estaba llena de un vacío profundo, como si no hubiera ningún goce en la batalla ganada. La guerra estaba lejos de haber terminado, pero Leónidas ya no sería una amenaza.

—No puedes morir, Leónidas —murmuró Lucifer, en un susurro que se perdió en el viento. La furia y la arrogancia se desvanecieron en su voz—. Pero sí puedes ser desterrado.

Con un gesto, Lucifer levantó su mano y un portal oscuro se abrió en el aire. Era un portal al vacío, un abismo sin fin donde las almas caían irremediablemente, una dimensión donde no existía el tiempo ni la luz. Leónidas, debilitado, comenzó a caer dentro de ese abismo, sin poder hacer nada para detener su caída.

El último vistazo que Leónidas tuvo de los cielos fue el del rostro de Lucifer, quien lo observaba con una mezcla de desprecio y satisfacción. Mientras caía, un pensamiento se formó en su mente: ¿Qué es lo que soy ahora, si ya no pertenezco a los cielos? ¿Qué queda de mí cuando ya no soy un dios?

Y con esa duda, Leónidas desapareció en las profundidades de la dimensión desconocida.



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Editado: 06.03.2025

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