Leónidas estaba en un refugio improvisado en las montañas cercanas al desierto de Coahuila. Su caída del Cielo había dejado una marca profunda en él. Aunque era un dios, su poder había disminuido drásticamente sin la espada que lo conectaba con su esencia. La temperatura abrasadora del desierto y la vasta soledad parecían consumir su ser, pero algo dentro de él le decía que debía mantenerse firme. Necesitaba encontrar la espada, su conexión con el poder divino que había perdido.
Durante días había recorrido el desierto, explorando sus vastos límites sin hallar ninguna pista. El hambre y la fatiga se habían vuelto enemigos constantes, pero Leónidas se mantenía firme. En la cueva donde se refugiaba, meditaba en busca de respuestas. Sin embargo, las noches eran largas y llenas de recuerdos de la guerra celestial, de cómo había sido enviado a la Tierra, exiliado por Lucifer. El vacío sin su espada le recordaba que no era más que una sombra de lo que había sido.
Pero mientras Leónidas reflexionaba sobre su destino, algo inesperado ocurrió. Una explosión de energía a lo lejos lo sacó de su concentración. Sin pensarlo, salió de su cueva y se adentró en la dirección de la que provenía el resplandor. En sus venas recorría una extraña sensación de urgencia. Sabía que algo importante estaba sucediendo, y esa vibración en el aire le indicaba que finalmente algo lo acercaba a su objetivo.
Lo que encontró lo dejó sin aliento.
Un grupo de exploradores rusos, liderados por un comandante, había descubierto una antigua estructura enterrada en las profundidades de Siberia. La arena y la nieve habían cubierto la entrada, pero tras semanas de excavación, la habían desenterrado. Al final de la expedición, lo que hallaron no solo sorprendió a los investigadores, sino que también puso en marcha una serie de eventos que cambiarían el curso de la historia: la espada de Leónidas.
La espada estaba recubierta por una capa de energía desconocida, una fuerza electromagnética que desafiaba cualquier explicación científica. Los exploradores, sin comprender el significado de lo que habían hallado, la tomaron y la transportaron con cuidado hacia un laboratorio en Moscú.
Los científicos comenzaron a estudiar el artefacto, maravillados por la energía que emanaba. Mientras tanto, el general Zac, un hombre calculador y despiadado que controlaba todo lo militar de Rusia, comenzó a escuchar rumores sobre el descubrimiento. El interés de Zac por la espada fue inmediato. Sabía que el poder contenido en esa arma podía darle el control absoluto, y por eso ordenó que se le informara de todos los avances científicos relacionados con la espada.
Cuando Zac escuchó el informe final de los científicos, no dudó en intervenir personalmente. La espada parecía tener propiedades electromagnéticas que desafiaban la física, y los científicos sospechaban que algo en la energía emanada podría estar conectado con un ser humano en algún lugar de la Tierra. Zac, al conocer que alguien en México también emitía una energía similar, supo que debía actuar rápido.
En una fría noche en su base militar, Zac reunió a su equipo y formuló un plan para encontrar al dueño de la espada. Confiaba en que el poder de la espada y la conexión que tenía con la persona que la había empuñado podrían darle la ventaja definitiva.
Pero, en ese mismo momento, Leónidas, aún sin saber del hallazgo, continuaba su búsqueda en Coahuila. Su poder estaba lejos de ser lo que era, pero la necesidad de recuperar lo perdido lo mantenía en movimiento. Durante días, estuvo caminando sin rumbo, esperando encontrar algo que lo guiara, pero la fatiga había comenzado a vencerlo.
Un día, mientras descansaba en una cueva alejada de cualquier civilización, Leónidas notó que algo había cambiado en el aire. Se levantó y salió fuera del refugio, buscando una señal. Fue entonces cuando vio a lo lejos una figura solitaria que se aproximaba rápidamente.
Era un hombre joven, vestido con ropas oscuras, con una espada en mano. Leónidas, cauteloso, se puso en guardia, preparándose para enfrentar una amenaza, ya que no sabía si este hombre era aliado o enemigo.
El joven se acercó rápidamente y, antes de que Leónidas pudiera decir algo, lo atacó de inmediato. Ambos chocaron con furia, la tensión en el aire palpable, el sonido de las espadas chocando resonaba en el desierto. Leónidas, aún sin toda su fuerza, defendía sus ataques con habilidad, pero el joven era feroz y rápido. La pelea era intensa, y Leónidas comenzó a sentir la incomodidad de su poder reducido.
Finalmente, tras un intercambio feroz de golpes, ambos se separaron brevemente, respirando pesadamente. Leónidas, con una mirada fija en su oponente, le habló con voz grave.
—¿Quién eres y por qué atacas sin preguntar?
El joven, visiblemente cansado, bajó la espada y lo miró con una mezcla de desconfianza y determinación.
—Mi nombre es Rhaizen. No sabía quién eras, pero sentí algo extraño en el aire. Pensé que quizás eras mi enemigo, pero veo que no. No estoy aquí para pelear, pero algo más grande está sucediendo, y necesito respuestas.
Leónidas, aún con la espada en mano, evaluó al joven. Algo en su postura y en su presencia le decía que no estaba mintiendo, pero el desconocimiento de las intenciones de Rhaizen mantenía una gran tensión en el ambiente.
—¿Respuestas? ¿Qué sabes de lo que está pasando? —preguntó Leónidas, todavía desconfiado.
Rhaizen bajó la espada por completo y dio un paso hacia él.
—Sé lo que eres. He estado buscando respuestas, pero lo que he encontrado no es lo que esperaba. Hay un mal mucho más grande que nosotros, algo que nos afecta a todos. Si trabajamos juntos, tal vez podamos detenerlo antes de que destruya más mundos.
Con el polvo del desierto levantándose en el aire, Leónidas no pudo evitar sentir que había algo en lo que Rhaizen decía que resonaba en él. Quizás, solo quizás, sus destinos estaban entrelazados de alguna manera.