Leonidas

Los cazadores

La oficina de Zac, el general que comandaba todo el poder militar de Rusia, era una de las más exclusivas y ocultas. Desde allí, él orquestaba todo tipo de operaciones secretas para expandir su dominio, y en ese momento, su mente calculadora estaba centrada en un solo objetivo: la espada de Leónidas. Había sabido de su descubrimiento en Siberia y de la conexión con un ser humano capaz de emitir una energía similar. Zac no podía dejar escapar la oportunidad de controlar tal poder. Y si alguien se interponía en su camino, debía ser eliminado.

Pero Zac sabía que no podría hacer esto solo. Necesitaba algo más que su ejército. Necesitaba cazadores, con habilidades únicas, que pudieran rastrear a Leónidas y su aliado, Rhaizen, y capturarlos antes de que se volvieran una amenaza mayor.

Fue entonces cuando pensó en alguien más... alguien que pudiera ser la clave para completar la misión.

Llamó a su contacto secreto. Un ser tan formidable y peligroso que hasta él mismo sentía un escalofrío al pensar en él. Vraxus.

Vraxus no era un simple mercenario. Era un cazador de élite, conocido en todo el mundo por su brutalidad y eficacia. Su reputación era tal que incluso las criaturas más poderosas temían enfrentarse a él. Pero lo que más destacaba de Vraxus era su capacidad para hacer cualquier cosa por el precio adecuado. No tenía moral ni lealtades, solo un deseo insaciable de cumplir sus contratos y sobrevivir.

Zac, con su fría determinación, contactó a Vraxus para ofrecerle la misión.

—Te necesito para capturar a dos individuos. Uno es el portador de la espada que acaba de aparecer en Siberia. El otro es un ser extraño que parece estar conectado con él. Me han dicho que tienen habilidades excepcionales, pero no importa. Yo me encargaré de esos detalles más tarde. Lo que quiero es que los traigas vivos. ¿Lo harás?

Vraxus, desde el otro lado de la comunicación, sonrió con frialdad.

—Por el precio adecuado, lo haré. Pero necesito algo más. Me gustaría tener la compañía de dos... especialistas. Son muy buenos, y juntos podríamos asegurarme de que nada salga mal.

Zac pensó unos momentos, evaluando la propuesta, y luego asintió con firmeza.

—Está bien. Haz lo que necesites, pero asegúrate de que no se nos escape ninguno de ellos.

Con ese trato sellado, Vraxus puso en marcha su plan. No solo se encargaría de la captura de Leónidas y Rhaizen, sino que también contactó a otros dos mercenarios: Kael y Mira, dos cazarrecompensas que, al igual que él, no tenían miedo de ensuciarse las manos. Kael era un experto en armamento pesado, mientras que Mira era una asesina sigilosa, capaz de desaparecer en cualquier entorno y atacar con rapidez letal. Juntos formarían un equipo casi imparable.

En el desierto de Coahuila, Leónidas y Rhaizen continuaban avanzando hacia lo desconocido. Habían comenzado a confiar el uno en el otro, pero la paz era efímera. Sabían que la sombra de una amenaza mucho mayor se cernía sobre ellos. La conexión entre la espada y sus poderes les mantenía alerta, y aunque en esos momentos se sentían un poco más fuertes juntos, algo les decía que no podrían escapar por mucho tiempo de lo que se avecinaba.

Fue entonces cuando los sintieron. La vibración en el aire, esa energía que se filtraba en su consciencia, les hizo detenerse. Al fondo, una figura apareció en el horizonte. Y luego, otras. No era una coincidencia. El equipo de Vraxus había llegado.

Vraxus, Kael y Mira se acercaron con paso firme. El primero en hablar fue Vraxus, cuya voz grave y cargada de amenaza resonó en el aire.

—Leónidas. Rhaizen. El general Zac tiene un interés en ustedes. Se lo debo. Pero lo que él no sabe... es que su interés en la espada es algo que se sale de sus planes. Ustedes no son solo una amenaza para él, son una amenaza para todo lo que conocemos.

Leónidas, sin inmutarse, levantó su espada y se colocó en posición defensiva. Sabía que su poder no era el de antes, pero estaba dispuesto a luchar hasta el final. Rhaizen, por su parte, también se preparó. El entrenamiento que había tenido a lo largo de su vida le había enseñado a leer la intención de un enemigo, y lo que sentía de Vraxus era algo más que peligro: era una amenaza inmediata.

La batalla comenzó con una rapidez arrolladora. Vraxus, con su fuerza inhumana, se lanzó hacia Leónidas con una rapidez sorprendente. Las botas cohetes que llevaba en sus pies le permitían volar a gran velocidad, y pronto se convirtió en un enemigo mucho más difícil de seguir. Kael abrió fuego, sus armas pesadas disparando ráfagas implacables hacia Rhaizen, mientras Mira desaparecía entre las sombras, acechando.

Leónidas y Vraxus chocaron varias veces en el aire, las espadas y los golpes resonando con la potencia de una tormenta. La habilidad de Vraxus para usar sus botas cohetes le daba una ventaja considerable, pero Leónidas, aún con su poder reducido, no estaba dispuesto a ceder. Cada golpe que daba con su espada hacía vibrar la tierra, y por más que Vraxus esquivara, sentía la presión de la fuerza de su oponente.

Rhaizen, por otro lado, tuvo que enfrentarse a Kael y Mira, pero su astucia y su habilidad en el combate le permitieron mantenerse a la par. A cada movimiento, la lucha se tornaba más feroz, pero también más estratégica. Rhaizen sabía que no podían seguir mucho tiempo más con ese ritmo. Necesitaban acabar con ellos.

Fue entonces cuando, después de un último asalto, Rhaizen y Leónidas, trabajando como un equipo cohesionado, lograron derrotar a Kael y Mira. Los dos mercenarios cayeron al suelo, incapaces de continuar la lucha. Pero Vraxus, con su habilidad para escapar, activó sus botas cohetes y se elevó rápidamente hacia el cielo, dejando atrás el campo de batalla.

Leónidas y Rhaizen se quedaron allí, observando cómo el último de los cazadores desaparecía en el horizonte.

—Ese hombre... —dijo Leónidas, respirando pesadamente—. No es común. ¿Quién es?



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Editado: 06.03.2025

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