Letras de un Adolescente

Falsa amistad -no todo lo que brilla es oro

De repente apareció alguien en escena: sí, el amigo de ella. Carlos empezó a acercarse a mí. Yo, en mi mundo, sin entender sus intenciones, simplemente lo aceptaba. Charlábamos. No sabía que lo único que a él le interesaba era saber si algo pasaba entre Luciano y yo.

Para Luciano todo se volvió más complicado. Las peleas con ella aumentaban. No lo dejaba salir del departamento con cualquier excusa, solo para evitar que nos cruzáramos. Si lograba verme un ratito al pasar por el pasillo, se quedaba, pero no tardaba en aparecer el hermano de ella recordándole que lo estaban esperando.

Una tarde de verano vino a casa de Estela, una amiga de mi hermana: Estela. Ella ya conocía a los chicos del barrio, habían compartido fiestas. Venía a invitarnos a una fiesta en su casa, a nosotras y a todos.

La noche del fin de semana llegó. Natalia no pudo evitar que Luciano fuera, pero para nuestra desesperación, Bautista —su hermano— también estaba invitado. Y como todos, fue… al igual que Carlos.

Esa noche fue hermosa y amarga al mismo tiempo. Hermosa para nosotros dos, amarga porque no nos dejaban ni acercarnos. Si me sacaba a bailar, Carlos me tomaba de las manos y me apartaba. A veces lo hacía Bautista. Todo era incómodo y molesto, pero lo único que existía eran sospechas. Entre Luciano y yo nunca había pasado nada… solo miradas dulces, charlas eternas… pero todo eso parecía un crimen.

Cansada de no poder siquiera cruzar una palabra con él, lo vi sentado en una silla. Su rostro reflejaba una tristeza profunda, como si toda la música se hubiera apagado dentro suyo. Me estaba mirando. Con dolor. Con amargura.

No aguanté más.

Salí a tomar aire. Necesitaba llorar. No podía soportar más esa situación. Mi mundo se caía, y el dolor… crecía.

Bajé las angostas escaleras de parquet hacia la planta baja. Había un jardín hermoso. Me senté en el pasto, sintiendo una pena honda.

—No puedo más —susurré—. Las cosas se están complicando. ¿Qué les pasa? ¿Qué pretenden? No podemos ni hablar sin que se nos tiren encima. ¿Qué está pasando? La pena me invade… ¿Qué pecado cometimos? ¿De qué somos esclavos?

Mil preguntas me taladraban la cabeza. Pensé que todo esto era imposible. Que tal vez a él no le interesaba tanto. Pero sus ojos, su rostro… me decían lo contrario. Todo lo contrario.

Entonces, Carlos apareció. Se asomó por la enorme puerta de vidrio. Me buscaba.

—Hola… ¿Qué pasó? ¿Por qué te fuiste de la fiesta? —preguntó, como si fuera mi amigo.

—Nada… tenía calor. Salí a tomar aire.

—Tus ojitos me dicen otra cosa. Tienes una mirada muy transparente.

— ¿En serio? No… nada que ver. Estoy bien.

—Perdón por insistir. Pero me parece que tu problema es del corazón.

— ¿Tanto se nota? —respondí, sonriendo.

—Me temo que sí —dijo él, también sonriendo con picardía—. ¿Sabes algo? Yo también estoy enamorado.

— ¿En serio? ¡Qué bueno! ¿Y cómo te va eso?

—Es hermoso. Pero tengo un problema: ella está enamorada de otro. Y yo… no puedo con este dolor. Querer verla es como sentir que sin ella no hay vida. Vivo por ella.

Mis ojos pasaron de tristeza a curiosidad. Algo en mí se iluminó.

— ¿Viste? Tengo razón. Vos estás enamorada… y él está con otra, ¿no?

—Sí… es raro cómo pasan las cosas. Yo sufro por él, y ella lo hace sufrir a él.

—Lo sé. Se te nota. ¿Puedo saber quién es el que te roba el sueño?

—Prefiero que quede así.

—A ver si adivino… ¿Es Luciano?

Mis ojos brillaron. No supe cómo evitarlo.

— ¡Es él! Lo sabía. Apreté una tecla y sonó una orquesta. Mira… si yo estoy enamorado, Luciano el doble. Está metido hasta el cuello con Natalia. Una pena. Tendrías que haber mirado para otro lado. Y no me lo tomes a mal: te lo digo porque eres muy buena mina. Te mereces que te quieran bien. En serio.

—Gracias. Si fuera tan fácil…

—Lo sé. Por eso, si encuentras una cura, avísame. Yo también la necesito.

Le sonreí con ternura.

—Si sé de alguna, te aviso.

—Estaría bueno.

Y de pronto, una gota interrumpió la conversación.

—Parece que va a llover —dijo.

— ¿Vos creés? —respondí, sonriendo.

Se levantó, tomó mi mano y me invitó a entrar… para que no me mojara.

Entramos juntos. Al llegar a la sala donde era la fiesta, empezamos a bailar. Él me miraba con ese desdén que no duele, sino que insinúa algo que no se anima a nacer. Como si quisiera decirme algo… pero no lo hacía. Las horas comenzaron a pasar. Nada.

La tormenta se volvió más intensa. Y entonces decidí soltar mis penas bajo la lluvia.

Me levanté de la silla. Me saqué las sandalias, rojas, como un corazón latiendo. Las dejé sobre el piso y bajé las angostas y oscuras escaleras de aquella casa.

Al hacerlo, noté su mirada clavarse en mí.

La sentí. Lo miré, y seguí caminando.

Al llegar a la planta baja, vestida de ventanales y con una vista hermosa al jardín, vi la lluvia caer con fuerza. Parecía hermosa desde ahí. Me acerqué al cristal, preguntándome si afuera haría frío.

Y de pronto… una voz.

Venía desde las escaleras. Cantando entre dientes, como un murmullo. Descendía con su andar de príncipe. Yo me giré, despacio… y nuestras miradas se volvieron una.

Hay algo que te quiero decir y no me animo… —murmuraba— yo sé que puede ser el miedo a que me digas que no…

Lo observé. Estaba extasiada. No respondí. Solo nuestras miradas hablaban, bailando en silencio. Él se acercó. Tomó mi mano. Y yo… simplemente se la di.

No pregunté nada. Me entregué a su andar, completamente. Y juntos, caminamos hacia el jardín.

La lluvia empapaba nuestros cuerpos encendidos. Sus brazos rodeaban mi cintura y bailaban con ella como si fuera el único compás que existía.

Mi corazón se aceleraba tanto… que podía sentirlo guiando nuestros pasos. Bailaba con nosotros. La lluvia de verano nos abrazaba. Mi cuerpo hervía y lloraba de pasión, de amor. Y él… tomado de mí como si yo fuera una pieza frágil de cristal, temblaba. Como si tuviera miedo de romperme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.