Letras de un Adolescente

Nueva etapa ,nueva gente, nuevos momentos

Como la vida cambia, igual que las etapas de la vida y seguimos caminando sin siquiera percatarnos de los nuevos porvenires, también nuestra vida comenzaba a cambiar.

De pronto, nueva gente comenzó a aparecer en nuestras vidas. Entre ellas… una mujer de cabellos oscuros, ojos grandes y fijos. Su mirada era fría. Vacía.

Y se adueñó de él.

Sí. De él. Otra vez me lo habían arrebatado.

Ya había pasado más de un mes desde que Luciano se había peleado con su ex. Pero como buitres… otras no tardaron en caerle encima.…

Yo ahí. Como siempre. Pero esta vez… sin él. De nuevo en lo más profundo del abismo. Atrapada en un amor tan posible como imposible.

Y entonces empecé a dudar de todo. A creer que quizá estuve leyendo entre líneas. Que tal vez… solo fue mi imaginación. Que nunca me correspondió.

Y mi mundo, otra vez, cayó en mil pedazos. Aunque ya estaba acostumbrada. Porque últimamente, mi vida no era fácil. Ni amable. Ni justa.

Esa tarde estábamos preparando unos mates en la cocina del departamento de Elizabeth. Y ella —esa mujer— no perdía oportunidad para incomodarme.

—Es hermoso mi novio, ¿viste? —comentó, con voz punzante.

—No lo sé. No le presté atención —respondí, mientras mi alma se retorcía de dolor.

—No te das una idea de lo apasionado que es, realmente.

—Qué bueno… tuviste suerte. Cuídalo mucho.

—Más vale. Además, él confía un montón en mí. Me contó que hay una mina que lo tiene re cansado. No sabe cómo hacer para alejarse de ella. Es una pendeja… de su edad. No te ofendas, no lo digo por vos.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué más te dijo de ella?

—Nada más. Solo que es muy caballero, y le da lástima decirle que no le interesa. Porque la pendeja está loca por él. Le tiene lástima. Pobrecita…

No podía creer lo que estaba escuchando. Mi vida se volvió a caer. Como si no quedara ya nada por romper.

Era ilógico… pero también posible. ¿Y si era cierto? ¿Y si él me tenía lástima? Lo pensé. Porque… ¿Por qué no? No soy tan especial.

Pero ella… ella no tiene nada. Solo maldad en el alma.

Mi pecho se erguía de tristeza, pero no dije nada. Solo callé y lo guardé.

—¿No te molesta que te cuente esto, verdad? —dijo con cinismo.

—No, para nada… qué tonta la pobre mina, ¿no? —respondí con ironía.

—Y bueno… la vida es así. Yo lo tengo. Es mío. Y nadie me lo va a quitar.

—Qué bien. Cuida lo tuyo. Muy linda la charla… me voy a fumar un rato.

Salí de la cocina. Bajé las escaleras como pude. Sentía que me ahogaba.

Me faltaba el aire. Ya no podía más.

El dolor me invadía como una marea oscura. Me apoyé contra la casilla de gas. Encendí el cigarro. Y me acurruqué en un rincón de mi alma, pensando tanto, quizás demasiado...

“No le hagas caso”, pensaba. “Viste sus ojos… es pura maldad.” Pero mil preguntas se me cruzaban por la cabeza, como cuchillas.

De pronto… una rosa frente a mi cara.

Me giré lentamente. La tomé. Sonreí.

Era Ángel.

Ese ser delgado, alto, casi como un caballero salido de otro siglo. Ojos tiernos, con una chispa rara, preciosa. Y amor… amor del bueno. Del que no se esconde. Del que se dice.

Vivía por mí. Y sufría por mí de un modo que jamás, hasta ese momento, nadie me había demostrado con tanta sinceridad.

Mi cabeza se enredaba. Pero mi corazón… lo sentía muy cerca. Muy cerca de mi alma.

—¿Angelito, cómo estás?

—Bien… y ahora que te veo, mejor aún. Pero mi bella dama parece algo triste.

—No te hagas drama… ya se me va a pasar.

—Yo voy a hacer que se te pase esa locura que invade tu hermoso rostro.

—Ja, ja, ja —sonreí, sin poder evitarlo.

—¿Viste? Logro todo lo que quiero. Soy bueno para eso.

—Gracias. De verdad.

—De nada… para servirle —dijo, estirando su mano—. Dame tu mano. Es para ayudarte a levantarte. No será el brazo de un galán de telenovela… pero es lo que hay. Seguro que no te va a dejar caer.

Tomé su mano. Me levantó del suelo con esa alegría que lo caracterizaba.

Luego, con su otro brazo, me rodeó la cintura y me alzó como a una princesa. Sus ojos… cambiaron.

De alegría a algo más hondo: amor puro. Entero.

—Yo puedo entregarte toda mi vida, si la quisieras. Te amo… ¿No te has dado cuenta? ¿Por qué sufrís por alguien que no te merece?

Solo bajé la mirada. Callé.

Y entonces sentí una mirada sobre mí.

Sí… Luciano. Mirándome. Con dolor.

Y yo, en brazos de Ángel.

Me sentí mal. Bajé la mirada. No dije nada. Él siguió caminando, moviendo la cabeza con un gesto de incredulidad y tristeza.

—Hola… —murmuró Luciano, con ese tono que duele más que un grito.

No respondí.

Solo lo vi alejarse con sus pasos rectos, yendo hacia su actual novia, Mística. Me llené de amargura… pero a la vez, estaba con Ángel. Y ese dolor se esfumó… como una estela que cruza el cielo y se apaga.

Sonreí.

—Parece que está de mal humor —dije, suave.

—Sip… eso parece —respondió Ángel, levantando una ceja, curvando los labios.

Entonces su mirada brilló.

—¿Sabes algo?

—¿Qué?

—Cada vez que te veo, siento que te amo más que a nada en este mundo. Ya no puedo dejar de pensar en vos. Me estás volviendo loco.

—Ángel… yo…

—No digas nada. Déjame contemplarte. Eres tan hermosa…

—Por favor…

—Shi… silencio —dijo, apoyando suavemente su dedo en mis labios—. Yo sé que estás enamorada de mí. Lo puedo sentir. Lo sé. Solo te falta darte cuenta. Es solo cuestión de tiempo.

Lo miré. Con la ternura más grande. Con amor. Con ese amor que asoma sin nombre… pero se siente.

—Solo te falta decirlo —susurró—, porque tu corazón ya lo sabe.

Me soltó, despacio.

Y sin decir más… se fue.

Volvimos a casa. Y yo sentía que ya estaba todo dicho… Pero después descubriría que no. Faltaba decir mucho. Quizás… demasiado.

Era una noche como tantas en el barrio. Nos quedamos de nuevo en casa de Elizabeth, como solíamos hacer cada fin de semana —o, en este caso, a mitad de semana, ya que las cuatro íbamos a la escuela por la mañana.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.