Letras de un Adolescente

Mi nueva vida cada vez más cerca

Febrero se hacía presente, las vacaciones a punto de terminar. Pronto tendría que inscribirme en mi nueva escuela. Esto me ponía contenta, pero a su vez me daba mucho nervio, ya que ser la nueva no era, digamos, lo mejor.

Lo único que quizás me calmaba un poco era que mi amiga Antonella iba a esa escuela, y por lo menos una amiga me acompañaría. Eso era algo bueno, ya que siempre fui muy tímida y no conocer a nadie no me simpatizaba… pero era lo mejor que podía hacer por mi vida.

Mi hermana, de pronto, irrumpió en mis pensamientos.

—Milena: Flaquita, hoy a la tarde vamos a ir a la escuela para inscribirte. Yo voy con vos, y de paso te presento a la directora y a las maestras. Son buenísimas, ya vas a ver, te va a encantar.

Suspiré un tanto preocupada.
—Brisa: Ok… ¿A qué hora vamos?
—Milena: A eso de las 16, porque es la hora en que están más tranquilas.
—Brisa: ¿Pero no es muy temprano?
—Milena: Acuérdate que ellas están trabajando a full, ya que el mes que viene comienzan las clases.
—Brisa: Ni me lo digas… estoy re nerviosa.
—Milena: Cálmate, ya vas a ver que te va a gustar. Eso sí, es otro tipo de gente, pero es muy lindo. De todos modos, ya has ido conmigo, viste a los chicos, sabes más o menos la onda que tienen.
—Brisa: Sí… pero igual estoy algo asustada.
—Milena: Tranquilízate, ya vas a ver. Después de ir a la escuela, nos vamos al barrio.
—Brisa: Ok.

Nos recostamos un rato. Y cuando el reloj dio las 16, nos levantamos y emprendimos el camino hacia lo que sería mi nueva escuela.

—Milena: ¿Estás bien? —preguntó con un brillo que le iluminaba las pupilas. A

mi parecer, ella estaba más emocionada que yo.
—Brisa: Sí… algo nerviosa, no te hagas drama.
—Milena: Tranquila, flaquita. Son buenísimos.

Para llegar a la escuela debíamos cruzar todo el microcentro de la ciudad, lo que calmaba un poco mis nervios.

Al llegar, observé el lugar. Respiré profundo y entramos por una pequeña puerta que se veía aún más pequeñita al estar rodeada por portones muy grandes cubiertos de cristales. Brillaban, reflejando los hermosos pasillos ahora vacíos, rodeados por antigüísimas pinturas reflejadas en su suelo cristalino. Al ingresar, ¡cuál sorpresa! Una mujer de cabellos largos y negros profundos sonrió, pareciendo muy emocionada por el suceso. Se dirigió hacia mi hermana:

—Patricia: ¡Hola mi amor! ¿Cómo estás?
—Milena: Bien, profe. Ella es mi hermana, Brisa.

La mujer sonrió y me saludó con un beso. Realmente me sorprendió. El ambiente era tan hogareño y maternal que la calidez me invadió el alma. Ella volvió a sonreír:
—Patricia: Así que vos sos la hermana de Milena. No sabes cómo la vamos a extrañar. Pasen.

Nos dirigió hacia otra puerta.
—Patricia: Miren quién ha venido de visita… ¡Y nos trajo una nueva alumna!

Otra mujer, de porte alto y robusto, también sonrió.
—Marcela: ¿Esta es tu hermana?

—Milena: Sí, señora. ¿Cómo le va?
—Marcela: Muy bien.
—Milena: Brisa, ella es la vicedirectora.

Sonreí, algo intimidada.
—Marcela: Eres muy bonita.
—Brisa: Gracias.

Luego se acercó y me observó con atención.
—Marcela: Bueno, las reglas son muy simples: si vas a venir a estudiar, te inscribimos. Si no estás dispuesta a cambiar, simplemente no te tomes el trabajo de inscribirte.

La observé, algo asustada.
—Brisa: Sí.

—Marcela: ¿Sí qué?
—Brisa: Sí, estoy dispuesta a cambiar.
—Marcela: ¿Realmente hablas en serio? Porque tu prontuario no es de los mejores…
—Brisa: Sí, lo sé. Pero realmente quiero cambiar. Por ese motivo decidí cambiarme de escuela.
—Marcela: Bueno. Entonces, nuestras felicitaciones: te esperamos el primero de marzo. Ya formas parte de esta institución.
—Brisa: Gracias.
—Marcela: De nada. Y recuerda que nos diste tu palabra. Ahora a ponerse las pilas y darle para adelante.

Realmente me sorprendí. Me sentí tan a gusto que mi sonrisa volvió a invadir mi rostro.

—Milena: ¿Qué te parecieron?
—Brisa: No sé… me sentí muy cómoda. Parecen ser muy buenas.
—Milena: Sí, de hecho, lo son. Se preocupan mucho por los alumnos. Realmente me hubiera encantado seguir, pero bueno… solo tienen hasta noveno año.

Continuamos el camino hacia el barrio. Al llegar, subimos a casa de Elizabeth. Saludamos y nos quedamos, como siempre, tomando mate. Luego de más o menos una hora, un pequeño silbido entró por la ventana. Elizabeth se asomó:
—Elizabeth: Ya vamos. ¡Mujeres, vamos, que los chicos nos están esperando!
—Milena: Ok.

Bajamos las cuatro. No sé por qué motivo me sentía algo nerviosa, aturdida… no lo sé.
O quizás porque Ángel estaba ahí, junto a mí, de nuevo. Hablando de cómo pasaríamos el fin de semana o lo que haríamos junto con mi hermana y Elizabeth, que siempre organizaban todo de una manera muy peculiar. La mayoría de las veces no era partícipe de tales charlas, ya que nunca fui de las mejores para organizar algo y mucho menos era de las más sociables o expresivas cuando había más de una persona de mi interés… y más aún cuando mi confianza se formaba a partir de la gente que realmente me conocía sin que yo dijera una sola palabra. Con el resto… solo estaba. Haciendo presencia. Observándolo todo. Pero nada más.

En un momento, Ángel me observó. Algo inquieto. No lo sé.

—Ángel: ¿Qué te pasa?
—Brisa: Nada… solo escucho.
—Ángel: Me di cuenta. ¿Podemos hablar?

En ese momento, todos callaron y sonrieron con comentarios:

—Ah, bueno, por fin.

Ángel los observó sonriente, con una picardía muy peculiar, como si estuviera orgulloso de su hazaña,

—Ángel: ¿Me acompañas?

Lo observé, algo incómoda y molesta. ¿No podría haber hablado en otro momento? Me molestó bastante esa actitud de “macho”, pero solo lo seguí.—Brisa: Ok, dale.

Y nos dirigimos a sentarnos en un cantero algo alejado del resto. Lo observé de nuevo, intrigada y muy asustada, ya que sabía de lo que me hablaría.




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