Los meses fueron pasando.
La primavera estaba por marcharse y, otra vez, diciembre llegó,
trayendo consigo ese espíritu navideño que comenzaba a aflorar en la piel.
Los viernes se volvieron sagrados para juntarnos en casa;
los sábados, el boliche nos llamaba cada fin de semana,
olvidándonos de las fiestas en el barrio y del resto de los chicos.
Es más…
a Ángel no lo había vuelto a ver.
Simplemente, había desaparecido de mi vida.
Todo estaba en paz y en armonía.
Los pocos que quedábamos nos llevábamos más que bien.
Este año que ya terminaba había sido el mejor de mi vida.
Mi fin de curso se acercaba a pasos agigantados.
Lista, sin materias: el 9º y último año me esperaba.
Era la segunda vez que no me llevaba ninguna.
Mis amistades lo habían logrado.
Mi vida había cambiado total y completamente.
Ya era una persona nueva.
Una persona totalmente normal.
Dejé todo,
absolutamente todo mi pasado atrás.
Sí: pisado, muerto y enterrado.
Por primera vez,
todo estaba en total armonía.
Sentía que, esta vez, nada podría pasar para arruinarlo todo.
Realmente… La perfección había llegado a mi vida.
Ese año, la hermana de Edgardo se había sumado a nuestro grupo,
y con ella Lorenzo, su novio.
Algunos otros simplemente dejaron de ir,
pero nueva gente se sumaba sin buscarlo.
Sin querer…
simplemente, se sumaban a nuestra locura.
Ese viernes preparamos una fiesta para Lourdes,
la hermana de Tomás, por su cumpleaños.
Sería en casa de Luciano.
Y se decidió invitar a todos los chicos del barrio.
Hacía mucho que no nos veíamos,
y nos pareció una buena idea.
Y así fue.
La llevamos a cabo.
Al llegar la noche, todo se encontraba listo.
La música sonaba en su esplendor bajo aquel galpón.
La noche parecía más que perfecta.
El calor comenzaba a notarse, de a poco, pero lo suficiente para disfrutar de tan anhelado cumpleaños
y de una noche destinada al reencuentro con todos… O por lo menos con algunos.
De a poco, la presencia de unos y otros se hizo total.
Todos fueron llegando, sin faltar ni uno, con sus mochilas cargadas.
Esa noche tan deseada se completó al son del cuarteto y la cumbia.
Todo parecía estar en su lugar.
Ángel tomó mi mano.
Lo observé, un tanto preocupada,
ya que la última vez no había sido de la mejor manera.
—Ángel: ¿Bailamos?
Lo miré.
La felicidad me invadió, mezclada con la duda…
y el miedo por Luciano.
No lo pensé mucho.
—Brisa: Ok, dale.
Nos tomamos de las manos, y no pude evitar ver el brillo de felicidad en sus pupilas.
Bailamos muy felices, cuando Luciano se acercó, simplemente, Ángel me entregó a sus manos.
Al ver que no hubo problema, me sentí tranquila.
En paz. La noche estaba perfecta. Perfecta de verdad.
Y al parecer, nada podría arruinarlo.
Todo se dio de la mejor forma posible.
Me sentía realmente feliz.
Feliz por tan hermoso acontecimiento.
Ya la vida no podía ser mejor. Me senté un rato
y luego volví a bailar con cada uno de ellos, siendo totalmente feliz.
Muy feliz.
Al pasar unas horas, dejé de ver a Luciano.
Miré a mi alrededor y no lo encontraba.
Caminé un poco, sabía dónde estaría.
Simplemente, lo sabía. Me dirigí hacia él.
Estaba sentado en el suelo, apoyado contra una pared, mirando las estrellas.
Me acerqué muy lentamente, me senté a su lado.
—Brisa: ¿Estás bien?
—Luciano: Sí, mi negri. Muy bien. Solo pensaba un poco… nada fuera de lo común.
Sonreí.
Él estaba bien. Simplemente, tomé sus labios, para acompañar aquella felicidad tan única, tan suya, y comenzamos a besarnos como aquella vez.
Los nervios comenzaron a aflorar en mí.
Sus manos, suavemente, empezaron a recorrer mi cuerpo,
mientras mis manos acompañaban ese movimiento
explorando su cuerpo perfectamente marcado.
Las hormonas parecían alcanzar un punto culminante.
Él tomó mis manos…
—Luciano: ¿Estás segura de esto?
—Brisa: Sí. Esto es lo que quiero.
—Luciano: ¿Quieres que vayamos a un lugar más tranquilo?
—Brisa: Sí.
—Luciano: ¿Estás segura de querer hacer el amor conmigo?
—Brisa: Sí. Estoy total y completamente segura.
Él se levantó del suelo, tomó mi mano.
Lo observé a los ojos…
y continué el trayecto.
Nuestra primera vez
Nos dirigimos a su habitación.
Al llegar, cerró la puerta con total sigilo, bajó las persianas y apagó la luz.
Suavemente, me tomó en sus brazos y me colocó sobre su lecho.
Pude sentir el latir de su corazón y el mío ensordeciéndome,
sintiendo por primera vez tanto,
que era imposible de explicar.
Sus manos recorrieron cada parte de mi ser.
Nuestras ropas… Fueron cayendo, de una en una, al suelo.
Los nervios afloraban Él, coloco su cuerpo sobre el mío, derrochaba caricias de amor y besos puros,
eternos, capaces de mostrarme lo profundo del cielo, como así también lo profundo del abismo de un amor que parecía único. Mis manos pudieron, por primera vez,
sentir su cuerpo desnudo, entregado a mi merced,
a mi amor, a nuestra pasión y locura,
colmando mi cuerpo de dolor mezclado con pasión, deseo y lujuria infinita.
Pese al dolor, solo quería que siguiera, que no se detuviera, cada sensación era única
—quizás igual para él, no lo sé, volví a memorizar cada detalle, cada caricia que en las penumbras se hacía más hermoso, e infinito al ver como las sombras se unían en una sola, no podía pensar mucho, Solo sabía que, en esos momentos,
nos estábamos convirtiendo en hombre y mujer.
Editado: 04.10.2025