Letras de un Adolescente

22 de marzo: un año de amor

El 22 de marzo volvió.
Nuestro aniversario se hacía presente.

Yo me encontraba en 9º año,
ya terminando la primera etapa de E.G.B.3,
sonriendo por mi tan cambiada vida:
excelente alumna, excelente noviazgo y excelentes amistades.
No podía pedir más.

Al llegar la noche, Luciano llegó perfectamente vestido:
camisa negra, pantalón negro,
y perfumado impecable.

Golpeó la puerta.
Lo atendí con la más hermosa de mis sonrisas,
amándolo en cada detalle.

Le entregué una carta.
Él me tomó la mano.

Luciano: ¿Me acompaña usted?
Brisa: Sí, cómo no.

Salimos abrazados.
Me llevó hasta la plaza en la que, un año atrás,
habíamos comenzado nuestro noviazgo.
Tomó mi mano.

Luciano: Este día es muy especial para mí.

Gracias por brindarme todo tu amor en estos doce meses.
Te amo como nunca amé a nadie.
Eres el amor de mi vida.
Y siempre, pero siempre, te voy a amar.
Gracias por existir en mi vida.

Lo observé, totalmente enamorada.
No sabía qué decir ante tan perfecto individuo.

Me regaló una carta
y, tras volver a sonreír, dijo:

Luciano: Tengo otro regalito…
pero me tienes que ayudar.

Sacó de su bolsillo un estuche gamuzado color azul.
Lo abrió, en el centro, se encontraban dos cadenas de plata
unidas por un corazón.

Él tomó una mitad.
Yo, la otra.

Partimos el dije.
Mi sorpresa fue inmensa al ver que los dijes estaban grabados
con nuestros nombres
y, al dorso,
la fecha del comienzo de nuestro noviazgo
Él lo tomó y me lo colocó, cuál príncipe a su princesa.

Me sentí totalmente extasiada por su personalidad.
Lo amaba con el alma
y sentía que jamás me defraudaría.

Confiaba total y plenamente en él.

Propuesta especial

Los días se volvían cálidos, y el verano comenzaba a retirarse muy de a poco,
dejando paso al otoño, con sus siestas claras, soleadas,
y sus noches heladas.

Él llegó con su sonrisa latente.

Luciano: Amor, cierra los ojos.
Brisa: Ok, sus deseos son órdenes —sonreí.
Luciano: Ahora… ábrelos.

Al abrir los ojos, él sostenía en sus manos dos papeles, al parecer iguales.
Lo observé, curiosa.

Luciano: Quiero que vayamos a Mackenna a pasar un fin de semana.
Allá está mi mamá, y pensé que te gustaría venir conmigo.
Me tomé el atrevimiento de sacar también un pasaje para vos.

Mi corazón saltaba de emoción y entusiasmo.
Nada mejor que estar los dos solos.
Le pedí permiso a mi mamá y, al otro día, partimos.

El camino fue hermoso.
Iba recostada sobre su hombro.
La felicidad salía por nuestros poros,
nuestras miradas destellaban amor puro e infinito.

Era tan feliz…
de verdad estaba viviendo un cuento de hadas.
Parecía que nada ni nadie podría contra nuestro amor.

Llegamos.
Tomamos un taxi y nos dirigimos hacia un campo.
Ya era tarde cuando él abrió la tranquera.
Caminamos hacia una casa casi perdida entre los árboles.

Su madre, de estatura pequeña, nos recibió con la merienda lista,
perfectamente dispuesta sobre una mesa de madera:
leche de vaca recién sacada y un bizcochuelo hecho a las brasas.

Charlando, llegó la noche.
Y Luciano me observó.

Luciano: Amor, ven conmigo y cierra los ojitos —me guiaba junto a su hermanita—.
No los vayas a abrir.

Caminamos un trecho.
Él retiró su mano de mis ojos…
y la maravilla de las estrellas me invadió por completo.

Un campo de millares y millares de estrellas cubriéndolo todo, absolutamente todo el espacio del cielo azul infinito

Luciano: Este es mi regalo para vos.

Me aluciné por completo.
Jamás había visto un cielo tan hermoso,
tan lleno de estrellas titilando por doquier.

Él me abrazó por la espalda, con fuerza.

Luciano: ¿Qué te parece?
Brisa: Es más que hermoso. Jamás vi tal belleza… es como un sueño.

Mi mirada se perdió entre millones de puntos luminosos.
No podía ser cierto.
Lo apreté con fuerza.

Brisa: Te amo. Esto es…

Luciano: Yo también te amo con locura.
Sabía que este regalo te iba a gustar.

Brisa: Más que eso…
es totalmente alucinante.

Cuando reaccioné y miré a mi alrededor,
el paisaje era completamente negro.
Nada se veía.
Ni siquiera mi mano frente a la cara.
Solo el brillar de aquel cielo azul infinito.

Brisa: Te amo.
Luciano: Yo también… te amo con locura.

Nos quedamos abrazados, observando tan hermoso paisaje nocturno.
Y como el otoño ya comenzaba, la noche se tornó helada
y mi cuerpo lo notó de inmediato.

Luciano: Estaría toda la noche con vos acá,
pero mi niña está helada… es hora de volver.
Brisa: Sí, la verdad. Es un paisaje alucinante…
pero tengo mucho frío. Si no fuera por eso, acá me quedaba.

Me abrazó
y volvimos al calor de una estufa a leña.

Al acostarnos, a él lo enviaron a una habitación
y a mí, con su hermanita.

Su madre colocó sobre mí un acolchado de plumas de ganso,
ya que la helada estaba cayendo
y el frío no daba sosiego.

Esa noche dormí como nunca.
Tan feliz…
que vivir parecía un sueño.
Y él, mi ensueño.

El canto del gallo me despertó, tipo cinco o seis de la madrugada,
con el golpecito del desayuno que trajo su padrastro.
Luego me volví a dormir con el cantar de las aves,




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.