Los días fueron pasando.
Mi relación con Luciano fue cambiando poco a poco,
sin que nos diéramos cuenta.
Llegaban a mí, cada día,
miles de comentarios sobre él…
y su otra dama.
Miles de comentarios que prefería no creer.
Prefería ignorar.
Pero la realidad…
era otra.
Él ya no era el mismo.
Había cambiado.
Nuestra relación comenzaba a colapsar lentamente,
aunque yo me negara a ver la realidad que me rodeaba.
Confiaba
sin poder hacerlo.
Mis días se volvían cada vez más oscuros.
El dolor…
ya no importaba.
Todo era lo mismo.
Si venía o no a verme…
dejó de importarme.
Su presencia me molestaba.
Ya no sentía nada.
Solo dudas.
Y mi mente no dejaba de hablarme.
No paraba.
Me decía:
detente, detente, basta.
Pero mi corazón me gritaba que siguiera.
Que lo amaba.
Estaba confundida.
Sentía que moría…
y renacía a la vez.
Era tan extraño.
Otra vez las preguntas.
Otra vez las confusiones.
Otra vez
una laguna se formó en mi cabeza
carcomiéndome de dudas.
¿Qué debo hacer?
¿Cómo actuar?
¿Dejarlo o seguir?
No lo sabía.
No lo entendía.
Las juntadas en mi casa comenzaron a disiparse,
igual que mi relación con Luciano.
Poco a poco,
todos se fueron alejando.
Y nosotros también.
Cada vez más distantes,
parecía que el amor…
había concluido.
Igual continuábamos.
No sé por qué.
Hasta que una noche,
sus palabras colapsaron en mí,
destruyendo quizás lo poco que quedaba.
Él simplemente lo dijo.
Dijo esa maldita frase.
Al retirarse de mi casa,
me tomó por la cintura,
me observó directo a los ojos…
—Luciano: Perdón…
Estoy confundido.
No eres tú,
soy yo.
Lo miré sorprendida,
Mi corazón comenzó a aturdirme.
Mis manos transpiraban.
Mi voz tembló…
y simplemente cayó.
El dolor que sentía
parecía el peor de todos los males.
Esta vez,
mi mundo cayó.
Y cayó de lo más fuerte posible.
La realidad me mostraba lo que temía.
Mi reinado de cuentos se derrumbaba por completo.
Mi cuento de hadas…
había terminado.
Golpeándome la cara
con la realidad más cruel.
—Luciano: Lo siento —dijo, mientras se retiraba.
Vi cómo se perdía en las sombras.
Quizás para no volver.
Quizás para correr a los brazos de ella.
No lo sabía.
Esta vez,
solo cerré la puerta.
Me acosté
y simplemente…
me dormí.
Mi cerebro por fin se cayó.
Mi corazón se volvió silencioso.
Como si hubiera muerto.
Como si no hubiera nada en mi pecho.
Como si no estuviera ahí.
Abriendo los ojos, por primera vez
Desperté.
Abrí los ojos a un nuevo día.
La luz me encandiló un poco.
Me levanté.
El silencio era exagerado.
Mi cabeza nada decía
y mi corazón…
solo latía,
como un músculo más.
Me observé en el espejo.
Notaba mi reflejo diferente.
No parecía ser yo.
Mi rostro no era el mismo.
Mis ojos…
habían perdido el brillo.
Caminé y observé el maravilloso día.
Me senté en el pórtico de mi casa.
Nada parecía tener sentido.
Y, de pronto,
pensé:
¿Qué debo hacer?
Luciano no me dijo que todo había terminado.
Solo que estaba confundido.
Mi corazón resonó en varios pálpitos de alegría.
¿Y si peleo por él?
Yo lo amo.
No me lo va a quitar tan fácilmente.
Debo pelear.
Si no lo intento ahora…
después me voy a arrepentir.
Al llegar la tarde,
mi puerta resonó con varios toquecitos conocidos.
Era Ángel.
Lo recibí alegre.
Me tomó en sus brazos
y me alzó unos centímetros sobre el suelo.
—Ángel: ¿Cómo estás, hermosa?
—Brisa: Bien… ¿Y vos?
—Ángel: Excelente.
Vengo a compartir un momento hermoso con vos.
—Brisa: ¿Qué haremos de bueno?
—Ángel: No lo sé.
El día está hermoso.
Como alguna vez,
partimos a caminar por las hermosas calles.
Caminando como nunca… y como siempre.
El sol entraba por mis poros.
El latido de mi corazón… revivía.
Lo observé.
Sonreí al ver su belleza.
Su altura inminente.
Su rostro sereno.
Como un ángel.
Cuidándome.
Acompañándome.
Pensé…
¿Cuán enamorada estaba yo de Luciano?
¿O cuán encaprichada?
La duda volvió.
Bajé la mirada mientras caminábamos.
El silencio entre los dos
era la paz absoluta.
Era hermoso.
Solo caminar.
Sin pronunciar palabra.
Ángel me acompañaba.
Lograba controlar mi alma atormentada.
Sonreí a mi vida.
Mi extraña… pero normal vida.
Ángel caminaba lentamente,
a pasos largos a mi lado.
Mi cabeza se preguntaba cientos de cosas
cuando unas simples palabras
destronaron todo lo que era mi vida.
—Ángel: Sabes que cuentas conmigo.
—Brisa: Lo sé.
Y de verdad… debería darte las gracias.
—Ángel: Sí, claro que sí.
¿Quién te va a aguantar como yo?
¡Y ni hablar cuando te pones de mal humor! —sonrió
—Brisa: Aunque pensándolo bien… no lo haré.
—Ángel: ¿Cuándo lo harás?
—Brisa: Cuando yo crea que es el momento.
—Ángel: Espero que ese momento llegue pronto.
Si no… tendré que obligarte, ¿lo sabías?
—Brisa: ¿Ah, sí?
¿Y cómo me obligarás?
—Ángel: Ya llegará el momento —sonrió con su picardía inminente, casi perfecta.
—Brisa: Ya lo veremos —sonreí.
—Ángel: ¿Qué hacemos?
¿Seguimos o descansamos un poco?
Editado: 25.10.2025