El tiempo continuó pasando.
Esta vez fueron años.
Y no volví a saber de Luciano.
No lo volví a ver en ningún lugar.
Una tarde, mi celular sonó.
Grande fue mi sorpresa al ver que Edgardo
me había enviado un mensaje de texto.
La tecnología se hacía presente,
comenzando la mayor era digital
a aflorar en nuestros días
y, poco a poco, a controlarnos.
Mensaje de texto: Edgardo
—Hola Bri, ¿cómo estás?
Te invito este finde a mi casa.
Hacemos fiesta como siempre,
como solíamos hacer con todos los chicos del barrio.
Y no te olvides de traer algo para tomar.
Mensaje de texto: Brisa
—¡Hola Edgardo! Genial!!!!
Ahí estaremos. Besos.
Llamé a mi amiga Alejandra para contarle sobre el encuentro.
Y, al llegar el fin de semana,
pedimos un remis
y partimos rumbo a la casa de Edgardo.
Al llegar, la música sonaba como siempre.
Al compás de nuestra ya tan pasada adolescencia.
Sonreímos.
Entramos, sintiendo que teníamos 16 de nuevo.
¡Qué alegría!
Saludamos a Edgardo,
que, al parecer, no tenía rastros del paso del tiempo.
De a poco,
todos y cada uno fueron llegando
hasta colmar aquel antiguo terreno.
Bailamos como siempre.
De pronto,
unas manos cubrieron mis ojos.
Sonreí.
Esas manos.
Esas suaves y grandes manos
solo podían pertenecer a una sola persona.
A la única persona que me hizo feliz
y me acompañó la mayor parte de mi adolescencia.
—¿Sabes quién soy?
—Brisa: Mmm… no lo sé.
No reconozco tu voz. No sé quién eres… ¿Te conozco?
—¿No me digas que te olvidaste de este pobre servidor?
Está bien que me perdí… pero bueno.
—Brisa: ¿Cómo no saberlo?
Angelito.
—Ángel: Pensé que te habías olvidado de mí —sonrió, levantándome unos cuantos centímetros sobre el suelo.
—Brisa: Jamás me olvidaría
de la persona que me acompañó
en mis peores crisis.
—Ángel: Ya lo creo —sonrió—.
Tus crisis son muy complejas.
—Brisa: ¿Qué es de tu vida?
—Ángel: Me casé, tengo cinco hijos…
Me separé, me volví a casar… y enviudé.
—Brisa: ¡Ángel!
—Ángel: ¿Qué, no puedo haberme casado?
—Brisa: No digo que no te hayas casado…
pero casarte, separarte, volverte a casar y enviudar… no sé —sonreí.
—Ángel: La verdad… nada.
Solo trabajar. No más que eso.
—Brisa: ¿Novia?
—Ángel: ¿Quieres saber si estoy disponible? —sonrió—
Mira que si es por eso… te digo que sí.
—Brisa: ¡Ángel!
—Ángel: Novia no. Mujeres… sí.
Pero si me lo pedís,
dejo todo por vos.
—Brisa: ¿Vamos a empezar tan pronto?
—Ángel: Perdón, está bien…
¿Qué es de tu vida?
—Brisa: La verdad que nada.
Terminé el colegio.
Ahora a trabajar.
No queda otra.
—Ángel: ¿Te puedo decir algo?
—Brisa: ¿Qué pasó?
—Ángel: Estás hermosa.
—Brisa: Como siempre —contesté con tono irónico, sonriendo.
—Ángel: Si te tengo que ser sincero…
es verdad.
—Brisa: Gracias.
—Ángel: ¿Bailamos?
—Brisa: ¿Cómo no?
No sé cómo me irá con eso.
—Ángel: Ahora nos vamos a enterar.
Bailamos como lo habíamos hecho
unos cuantos años atrás.
Me sentí feliz.
Feliz por tantos recuerdos.
Tantos momentos que habíamos compartido.
Los enojos,
las peleas…
y por sobre todo,
las sonrisas que me había regalado mil veces.
Y las mil veces
que me había acompañado en mi vida.
En mi dolor.
Tan mío.
Tan de él.
Tan nuestro…
Que parecía imposible
que ya fuéramos adultos.
Cada quien con su vida.
Con la madurez de hombres y mujeres.
Nos sentamos a descansar un poco.
Y por aquella puerta…
Luciano apareció.
Ángel lo observó, incómodo.
—Ángel: El que faltaba —replicó sarcásticamente—.
Tu Romeo llegó.
—Brisa: Por empezar…
no es mi Romeo.
Es una persona que pasó por mi vida.
No más que eso.
—Ángel: Una persona muy importante
que pasó por tu vida.
—Brisa: No hables de ese modo.
—Ángel: No hay problema, hermosa.
Te dejo. Deben querer hablar de su pasado.
Ahí viene. Un placer haberte visto de nuevo.
Luciano se acercaba directo a mí.
Al verlo,
todos esos momentos vividos
comenzaron a pasar por mi cabeza.
Recordándome cuánto lo amaba.
Cuánto había llorado por él.
Mi corazón comenzó a latir desesperado.
Me sonrió.
Tendió su mano
invitándome a bailar
con la dulzura más pura.
Con el amor absoluto
que alguna vez me había regalado.
La tomé.
Y como aquella vez
en que bailamos bajo la lluvia,
sin preguntar nada,
solo caminando
a la merced de sus pasos.
Amándolo como aquella vez.
Parecía que el tiempo no había pasado.
Parecía que lo amaba.
Que él me amaba… como ayer.
—Luciano: Estás hermosa.
Como siempre.
—Brisa: Gracias.
Editado: 10.11.2025