Letters

Momentos

Antes de escuchar esas palabras, creía que estaba completamente sola. Perderte fue como perder una parte de mí misma, una parte que nunca volvería. Pensaba que jamás lo superaría, que este dolor sería eterno. En momentos así, llegué a odiar todo lo que me rodeaba y lo que me recordaba a ti: la vida, nuestras memorias, incluso la esperanza. Tenía miedo de todo, de vivir sin ti, de seguir adelante sin ese amor que nos unía. Los pocos sueños en los que aún aparecías se desvanecían, como tú lo hiciste, y con cada sueño roto, mi esperanza también se marchitaba. Me sentía atrapada en una fría oscuridad, dulce en su anestesia, pero cruel en su soledad. No quería salir, no quería sentir, no quería ser herida de nuevo como antes.

Recuerdo que, en ese tiempo, no estaba bien, no estaba presente. Me perdí en mi dolor, y aunque mis padres intentaron que siguiera con mi vida, con el trabajo, con los estudios, al final aceptaron que no podía. Sabían que mi corazón estaba roto, que no había manera de obligarme a seguir adelante cuando mis lágrimas se habían secado y la luz de mi vida se había apagado. Mi habitación se convirtió en mi refugio y mi prisión. No dejaba que la luz entrara; tapé las ventanas para que ni siquiera el sol me recordara que el mundo seguía girando mientras el mío se había detenido.

Y fue en ese estado, con el alma rota y el cuerpo exhausto, cuando escuché las palabras que nunca pensé que necesitaba:

"Todo estará bien. Nunca estarás sola."

Al oírlas, algo en mí cambió, aunque fuera por un breve momento. Fue como si esas palabras hubieran encendido una pequeña chispa en la oscuridad. Por primera vez en tanto tiempo, sentí que no estaba completamente perdida, que quizás había una manera de seguir adelante, aunque fuera a través del dolor. Tu hermana me lo hizo entender. Ella, que también había perdido tanto, me abrazó en mis ruinas y me ofreció el consuelo que yo misma no podía darme. Antes de eso, solo conocía la soledad. Creía que había sido abandonada, no solo por ti, sino por todos. Creía que el amor que nos unió se había ido para siempre, que no quedaba nada más que el vacío. Pero esas simples palabras me recordaron que no estaba sola en este dolor. Que, aunque tú ya no estabas, había personas que me amaban, que querían ayudarme a llevar esta carga. Y aunque todavía me siento rota, me aferro a esas palabras como a un salvavidas, porque sé que, de alguna manera, en medio de todo este sufrimiento, encontraré un camino.

Pero ¿cómo seguir adelante cuando lo único que quiero es retroceder el tiempo? ¿Cómo vivir sin ti, sin tu risa, sin tus ojos, que lo decían todo sin palabras? A veces siento que cada día que pasa es un pequeño adiós, como si tu memoria se desvaneciera un poco más con cada amanecer. Me aterra olvidar el sonido de tu voz, el calor de tus manos, la forma en que decías mi nombre. A veces me despierto en medio de la noche, buscando tu rostro en la oscuridad, solo para darme cuenta de que ya no estás. Y la verdad es que te extraño más de lo que jamás podré expresar con palabras. Y aunque estas líneas están llenas de dolor, sé que también están llenas de amor. Amor por ti, por lo que fuimos, por lo que siempre seremos en mi corazón. Porque, aunque ya no estés físicamente, siempre vivirás en mí. Eres el latido en mi pecho, la lágrima en mi mejilla, el susurro en el viento que me dice que, de alguna manera, todo estará bien.

Pero no puedo mentir: me duele. Me duele tanto que a veces siento que no puedo respirar. Me duele saber que no podré verte de nuevo, que no podré abrazarte ni sentir tu calor. Me duele imaginar todos los momentos que no compartiremos, todas las risas que nunca escucharemos juntos. Pero, más que nada, me duele saber que te fuiste sin que pudiera decirte todo lo que significabas para mí, sin que pudieras ver lo profundamente que te amaba.

Aunque sé que nada de esto cambiará lo que pasó, al menos puedo escribirlo, al menos puedo dejar estas palabras como testimonio de un amor que fue real, que sigue siendo real, y que nunca dejará de serlo. Mi dulce D'Angelo, te amo más allá de la muerte, más allá del tiempo, y aunque el dolor aún es profundo, sé que algún día, en algún lugar, volveremos a encontrarnos.

Cuando abrí mis ojos y vi a todas esas personas apoyándome, intentando sacarme de aquel agujero a través de sonrisas y alguna que otra conversación, me animé a seguir. Al principio, retomar poco a poco ayudaba, aunque era abrumador y me generaba miedo. Tuve más crisis, pero saber que no estaba sola y contar con el apoyo de grandes personas fue fundamental para mí. Al principio, volver a conversar con todos fue abrumador; me sentía sobrepasada por la situación. Sin embargo, con el tiempo, me ayudó a retomar las cosas poco a poco. No niego que tuve mis crisis, momentos en los que sentí que todo se desmoronaba nuevamente. Pero, a diferencia de la primera vez, no caí tan profundamente. Sabía que mi familia estaba allí para apoyarme, y eso me dio la fuerza que necesitaba. También conté con el apoyo de tu hermana, lo que fue invaluable, especialmente cuando al principio tu familia no aceptaba la situación y me dirigió las peores palabras, deseándome lo peor.

Me equivoqué al pensar que me querían antes, y reconocerlo fue doloroso. Sin embargo, ya no me importa lo que aparenten. Pueden decir que me aman, pero sé que no es cierto, y he aprendido que su opinión ya no tiene valor para mí. Entendí que al principio no sería fácil, que sería mi gran desafío, un reto volver a retomar todo lo que había dejado atrás. El primer paso en este camino ha sido escribirte. Quizás esto te sorprenda, y quizá no llegues a leerlo, pero para mí es necesario sacar a la luz todo lo que he guardado por tanto tiempo. Este es el momento adecuado para hacerlo.

Escribo esta carta cuando apenas tenía unos cuantos días fuera y había querido retomar mis clases, pero fue un grave error intentar hacerlo de la manera en que lo hice…




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