Letters to love (cartas hacia el amor)

cariño

Después de la extraña invitación a dormir, subir un chico prácticamente inconsciente por las escaleras y de paso tener que acomodar un colchón Daniel logró dormirse, toda la noche fue tranquila aunque una que otra vez se tuvo que despertar porque Alejandro le tiraba la sabana pero dentro de lo que cabe tranquila, hasta la mañana del sábado...

Después de la extraña invitación a dormir, subir un chico prácticamente inconsciente por las escaleras y de paso tener que acomodar un colchón Daniel logró dormirse, toda la noche fue tranquila aunque una que otra vez se tuvo que despertar porque Alejandro le tiraba la sabana pero dentro de lo que cabe tranquila, hasta la mañana del sábado...

—¡Ay, carajo! —grité asustado—. ¡Perdona, perdona!

—Mierda... —se quejó Daniel. Al no saber que él estaba ahí, me levanté y lo pisé, pero me volví a la cama en cuanto me di cuenta.

—Perdona, en serio —dije inclinándome para sacudir su cuerpo—. No sabía que estabas ahí. ¿Cómo iba a saberlo? Sabes que no lo hice con intención, perdona.

—No te preocupes —dijo Daniel, encogido en el colchón por el dolor.

—¿Qué haces al costado de la cama? ¿Por qué no la pusiste en otro lado?

—Anoche, aunque estabas totalmente dormido, te movías de vez en cuando, casi te caes. Así que decidí dormir al lado por si te caías y no terminaras con una contusión.

—¿Y por qué no estás en tu casa?

—Tu mamá me dejó quedarme —dijo, ya recuperado, sentándose.

Solté un suspiro y me levanté para ir al baño. Ese día, Daniel se quedó hasta las tres de la tarde. Entre diversas cosas que hicimos, lo conocí un poco más. Me contó que los fines de semana va a la casa de su papá y que allí lo esperan un montón de mascotas: perros, gatos, una serpiente y un criadero de ratas cuyo destino ya conocían. ¿Fue divertido? Se puede decir que la pasé bien, aunque la verdad no me esperé lo que iba a pasar a partir de ese día.

El primer mes solo venía a practicar y se quedaba a cenar. En la escuela, se acercaba para dejar algo de comida y se iba.

La primera semana del siguiente mes, venía más temprano y terminaba ayudando a mi mamá con la comida. En la escuela se quedaba unos veinte minutos y luego se iba. Ahí fue cuando los demás empezaron a caerle medianamente bien.

La segunda semana nos acompañó de la escuela a la casa. Acompañó a mi mamá al supermercado. En la escuela ya pasaba el recreo con nosotros. Esa misma semana me enteré de que él llegaba a entrar a la casa porque Emma se levantaba para abrirle y volvía a dormir.

Solo podía pensar: ¿Dónde está tu honor, basura?

Para este punto, me acostumbré a verlo. Nos llevábamos mejor. Los viernes que nos reuníamos todos ya no había tanta tensión, aunque Maia seguía diciendo que era un cabrón y que si hacía algo le iba a pegar con el bate, aunque tenían sus momentos que parecían mejores amigos.

La tercera semana todo estuvo como la anterior hasta que llegó el domingo, o sea, justo ahora.

Honestamente, no sé qué chingados pasó por su mente. Yo estaba recién levantado, usando mi kigurumi de Pikachu, todo despeinado, con hambre, y lo primero que veo es a ese cabrón dejando en mi escritorio el desayuno y una flor en su jodida mano.

—¡¿Qué haces en mi casa un domingo?! —pregunté algo sorprendido y enojado—. ¿No tienes amigos, alguna práctica, tu papá no te quiere ver?

—Veo que hoy no hay buenos días —dijo dejando mi desayuno—. Pero, buenos días —extendió una margarita—. Y no, no tengo nada que hacer.

—¿Gracias? —dije, ya más calmado—. Buenos días.

Cerca de su casa hay una señora que vende flores, entre ellas margaritas. Un día me quedé viéndolas hasta el punto de ignorar la conversación. Los demás me "regañaron" por ignorarlos, pero Daniel solo entró donde estaba la señora y compró la flor. Desde entonces, todas las semanas tengo una margarita en mis manos.

—Vine porque se me quedó mi cargador ayer y de alguna manera terminé limpiando con tu mamá.

—Lo lamento, puede que ya se acostumbró a tu presencia y por eso lo hizo —me levanté de la cama para ir al baño y lavarme los dientes.

—Traje tu desayuno porque creo que no vas a querer bajar.

—¿Por qué lo dices? —pregunté mientras me cepillaba—. ¿Trapeaste y no quieres que lo ensucie? —dije saliendo del baño con una sonrisa burlona.

—Ja ja... ojalá —dijo tirándose en la cama—. Tu papá trajo a unos tipos, ya están pasados pero igual siguen tomando. Tu mamá me pidió que le llevara el desayuno a ti y a tu hermana. Ella no quiere, pero tiene que salir, así que bueno.

—Ay, por un carajo.

Era frustrante saber que mi padre no tenía ningún tipo de respeto por su familia ni por su propia casa. Es un maldito alcohólico, no sé cómo tiene dinero para seguir tomando.

—De hecho, me confundió contigo y creo que gracias a eso no me echó.

—No te voy a culpar si quieres salir por la ventana y no volver —dije acercándome a agarrar el desayuno.

—¿Por qué me iría? ¿No me quieres aquí? —dijo para abrazarme por la espalda—. Yo vine al cuarto para pasar tiempo contigo. Si hubiera sabido que no querías que me quedara, me hubiera ido.

En realidad... solo quiero dormir...

—No quiero que te sientas incómodo, pero si te quieres quedar, adelante —tomé un sorbo de café.

Las últimas semanas se ganó mi confianza y podría decir que mi "cariño". No me molesta que me abrace, aunque no soy fan de que los demás empiecen el contacto. Tengo que admitir que con él no me molestaría que pase horas pegado como pulga.

Aunque no podía evitar sentirme nervioso cada vez que sentía su respiración tan cerca. Últimamente, mis sentimientos han estado demasiado revueltos y no podía evitarlo. El repentino cariño de parte de Daniel, aquel chico de las cartas que no paraba de enviarlas, prácticamente podía llenar una pared con todas las cartas. Y aunque fueran tantas, siempre decían algo distinto. No pude evitar llegar a sentir algo. Siempre que las leía, quería conocer cada vez más a la persona detrás de ellas.




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