Ley de Atracción

4. Massimo Ferrari

Narrado por Hyacinth

 

“Querida Hyacinth, gracias por aceptar nuestra propuesta. Te esperamos mañana a las ocho para tu primer día de trabajo, nos entusiasma mucho tenerte con nosotros”.

Veo el mail y suspiro, contenta.

Mañana es mi primer día de trabajo en Roma gracias al contacto que me hizo la hermana de mi mejor amiga, lo cual me entusiasma muchísimo.

Hoy he madrugado para hacer las maletas, aunque quedan cuatro horas aún para que salga mi vuelo.

Sé que debo hacer el pre-embarque con dos horas de anticipación, aunque mi padre haya insistido con que tome uno privado o en primera clase, cosa que me niego. Realmente deseo hacer esto con mis ahorros, por mis propios méritos y no arrastrar conmigo la fortuna de mi familia porque deseo cuanto antes desprenderme de mi apellido y empezar a hacerme de un nombre propio.

—¿Permiso? ¿Se puede?

Mamá está en la puerta de mi cuarto, golpeando. Pero está entreabierta así que no debo molestarme en abrir sino en darle el permiso:

—Si, mami, entra.

—Okay, cielo.

Ella es tan atractiva como yo nunca lo seré jamás. Es un poco más baja que yo ya que papá me dio ventaja con algunos centímetros de altura, pero mamá es formal, elegante, con piel bronceada y el cabello delicadamente cuidado en sus ondas chocolatosas que no heredé sino una maraña de cabello castaño que me cuesta controlar.

Al entrar en la casa, me entrega mi pasaporte y le agradezco.

—Cielo santo, muchas gracias. Qué suerte que te lo di a ti para que cuides de él—le aseguro, sin ser consciente de que lo había hecho.

—De nada, cielo. Dentro está tu boleto.

—¿Qué boleto?—le pregunto mientras lo abro y miro—. No es necesario, ya me saqué el pasaje y lo tengo online en el… ¿Qué significa esto, mamá?

Ella me muestra el ticket impreso y se me desencaja la mandíbula.

Es un vuelo en primera clase que me advierte que sale en tres horas y no precisamente a Roma sino a Milán.

—¿Te puedes sentar un momento?

El corazón me late a mil y el mundo entero parece que entra en crisis ahora mismo.

Ella está sentada en un borde de la cama y me señala que haga igual, sé que no va a darme explicaciones hasta que convenga a hacerlo yo también.

—Mamá…—se me llenan los ojos de lágrimas mientras me siento a su lado.

—Hija, esto es sumamente importante.

—Que me dejes hacer mi vida de una vez por todas ¿no te parece eso más importante que cualquier otra cosa?

—Es que esto es parte de tu vida. No puedes tomar ese vuelo a Roma por el momento.

—¡¿Qué?!

—Necesitamos que vayas a Milán.

—¿Tú y papá, quieres decir? ¡Porque yo no lo necesito!

—Créeme que sí, cariño.

Ella busca mis manos y las toma con fuerza mientras me mira a los ojos buscando ser cálida y ejerciendo autoridad al mismo tiempo.

Cuando se pone así de seria me da miedo, pero no consigo procesar esto de manera diferente a lo que tengo ahora.

—Por favor…—insisto.

—Te quedarás en un apartamento privado en el complejo de Vittorino Bienes Raíces, sabes que es de nuestra confianza.

—¡No puedes pagarme un viaje en primera clase a Milán para vivir por tiempo indeterminado en un apartamento premium mientras no me dejas trabajar y debo vivir de arriba todos los días como una millonaria mimada, mamá!

Es aún peor de como suena, lo puedo asegurar.

—Cariño, es por tu bien—insiste—. Sé que deseas cumplir tus sueños y seguir adelante, pero te aseguro que esto también es para que sigas adelante. Y nos ayuda a mantenerte protegida.

—¿Cuándo será el día en que por fin me dejen volar por mi propio mérito y no ser siempre la hija mimada de papá?

—¿Crees que iría en contra de eso? Claro que no, hija. Pero esta vez se trata de algo más. Tu sabes que el matrimonio Ferrari nos ayudó a ser quienes somos hoy: una familia.

—No quiero volver a escuchar la historia de cómo ellos ayudaron a que sobrevivamos cuando secuestraron a papá.

—Y nos salvaron la vida a los tres.

—Sí, ya lo sé.

Me contaron esa historia miles de veces. Mis padres son muy amigos del matrimonio Ferrari: Gigi y Leonardo. En un secuestro de mi padre a cambio de una fortuna gigantesca, nos salvaron a todos y yo apenas era una beba sin consciencia de todo lo que pasaba, pero tuve que verme con las consecuencias posteriores. Ellos tuvieron tres hijos, los mellizos mayores Tania y Massimo Ferrari, para luego engendrar a Catalina, de mi misma edad. Fuimos juntas a la escuela con Karina, pero jamás fuimos muy amigas de ella, aunque mi familia nos obligó a criarnos juntos. Massimo era el mayor patán de los tres, siempre me molestaba mientras que Tania se comportó siempre como una hermana mayor para mí y Catalina, era muy amable con ambas y nos dejaban a su cargo siempre. Massimo no, él nunca fue de fiar y me hacía la vida imposible hasta que la diferencia de edad y los estudios universitarios nos desligaron por completo.

—Cielo, es nuestro turno de devolverles aquel favor—me dice mamá.

—¿Perdona?

—Massimo Ferrari está absolutamente perdido, su imagen está en riesgo.

—¿Por la pérdida de su esposa?

—No solo por eso. Volvió a caer en depresión.

Sí, tuvo un periodo de depresión en la adolescencia que lo canalizó por el ejercicio, aunque este decantó en conductas adictivas: esteroides y dr*gas sintetizadas.

Se suponía que ya lo había dejado.

—¿Y…?—. Me quito algunas lágrimas de los ojos al tiempo que le pido que siga.

—Y esta vez su empresa está en riesgo, pero también su paternidad.

—¿Qué?

—¿No lo viste aún?

—No he abierto redes sociales de momento.

No soy de consumir TV, pero los canales de noticias me muestran todo desde el inicio de mis redes y Massimo es una figura pública ya que es el CEO propietario de una megacorporación de noticias acá en Italia.




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