Ley de Atracción

7. A los gritos

Narrado por Massimo

 

Ella está aquí.

Llevo años sin verla, la última vez fue cuando pasé navidad con mi familia y la de ella para luego irme a una fiesta en Sicilia con mis viejos amigos. En aquel entonces cursaba tercero de la universidad y ella aún no terminaba la secundaria.

Para entonces seguía siendo bonita, pero no se le quitaba lo mojigata. Ahora es sexy, caramba, ¿de dónde sacó esas piernas, esa delantera y su rostro de chica tan inocente como curiosa? Me relamo al verla.

Ella se incomoda y suspira.

—Hola, Massimo—me dice.

—Pasa, Hyacinth.

Una vez que cierro la puerta con ella dentro de mi despacho indagando cada rincón con sus ojos acomodándose las gafas de marco grueso color rojo, le hago mi primera corrección.

—No olvides que a partir de ahora soy el señor Ferrari, para ti.

Me vuelvo al escritorio y me siento donde está mi sillón ejecutivo con la vida de toda la ciudad detrás de mí en la pared vidriada.

—¿Es broma?—me pregunta.

—¿Tengo pinta de estar bromeando? ¿Quieres el trabajo o no?

—No me extraña, siempre fuiste un idiota—se sienta en el sillón delante—. Pero está bien, serás el “señor Ferrari” aunque ese rótulo ya lo tiene tu padre quien sí es una persona respetable; a ti te queda un poco grande.

Suelto una risita y me vuelvo al comunicador interno para pedir un café:

—Tráele un café a la señorita Bravado.

—¿No me va a preguntar cómo me gusta el café, señor Ferrari?

Termino mi comunicación por el aparato.

—Esa es una pregunta que tú debes hacerme a mí, yo no estoy para hacerte el café. Es solo cuestión de cortesía obligatoria.

—No quieres que yo trabaje para ti ni yo deseo trabajar para ti—sentencia, así que lo mejor será que hagamos esto de la manera más amena posible—, así que hagamos esto de la manera más amena posible.

—¿Lo haces porque necesitas el dinero?

Levanto una ceja y sonrío.

Mamá me contó, lo admito.

Ella está en un proceso de tratar de apartarse del pasado familiar que tanto su apellido como el mío nos involucran.

Y para eso necesita dinero porque no puede hacer uso de las cuentas familiares si lo que desea es no dejar rastro.

Ha regresado a mi vida con un secreto que nos envuelve y de eso no nos podremos liberar jamás que es la vinculación de nuestro apellido, pero el segundo secreto es que…

—Soy profesional, no una niñera. El dinero no viene mal, pero oportunidades laborales no me faltaron—advierte.

—¿Por ello aceptas cambiar pañales?

—¿A ti, querrás decir?—suelta una carcajada—. Quien me contrata es tu madre, no tu. Técnicamente hablando, es a ti a quien tengo que cuidar antes de que termines de arruinar tu vida por completo.

Parece que en cuanto termina de decir eso, se arrepiente ya que se lleva ambas manos a la boca.

“Arruinar tu vida por completo”.

Sabe que mi vida comenzó a venirse abajo cuando falleció mi esposa, yo la he provocado y ha mostrado los dientes.

—Lo siento—dice—. No quería…

Golpean la puerta, lo cual la desobliga de tener que terminar la oración.

Me levanto, busco mi chequera, anoto unos números y me pongo de pie a su lado para tirarle el cheque en la mesa. Podría habérselo arrojado en la cara, pero me hubiese asesinado, es una chica de armas tomar por lo que veo.

—¿Qué es esto?

—Lo necesario para que te largues.

—¿Qué?

—Dile a mi madre que no vas a trabajar para mí.

—Massimo, no.

—Tranquila, no te pondré tan mal, no ocasionaré una guerra entre nuestras familias.

—¡Basta!

—Ese dinero te viene bien.

Sin siquiera mirar por cuánto le he firmado, toma el cheque y lo rompe. Aparta la silla y se pone de pie.

—¡No quiero tu sucio dinero! ¡Solo trabajar y ganarme la vida como una persona decente!

Estamos cara a cara.

Vuelven a golpear la puerta.

Lo ignoro.

Estamos tan cerca que puedo sentir la manera en que su respiración agitada y enfurecida le provoca un movimiento en el pecho de arriba a abajo.

—¡¿No puede simplemente tomar ese dinero y largarte?!—le suelto, también enfurecido.

—¡Ojalá fuese tan fácil, pero no depende solo de nosotros esta decisión y lo sabes!

—¡No quiero que trabajes para mí, en qué idioma te lo debo decir!

—¡Y yo tampoco quiero trabajar para ti!

—¡Chicos, ya basta!

La puerta se abre de golpe y es mi madre quien entra a mi despacho a los gritos. Está preocupada, con un gesto de horror en el rostro, pero más blanco que un muerto me quedo yo al verla, sintiendo la humillación a flor de piel.

—¡Mamá, estuviste escuchando todo el tiempo!—le digo, furioso.

Acto seguido entra mi secretaria con una bandeja y dice bajito:

—S-señor… Le traje su café…

 




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