Ley de Atracción

10. Un hombre de verdad

Narrado por Massimo

 

—Cochina voyeurista, me estuviste espiando—le acuso a Hyacinth quien está tan roja como la salsa de tomate.

Estoy de brazos cruzados en el pasillo de la casa con ella delante de mí.

Las empleadas se aparecen, pero al notar la situación desaparecen. Hyacinth aún no se va al lugar que sea que le hayan rentado en esta ciudad, pero creía que ya lo había hecho.

—¡No!—se excusa—. ¡Solo quería que vieras a tus hijos mientras duermen!

—¿Para eso te metes en la habitación mientras estoy ocupado?

—Disculpa, cariño, pero mejor me voy.

—Sí, vete.

Ella me mira con furia, sé que no le gusta en absoluto cómo me estoy comportando, pero todos mis mecanismos de defensa están activados en este instante listos para atacar.

 

Narrado por Hyacinth

 

La chica que ha venido con él ha tomado sus cosas y se ha vestido a la velocidad de la luz. Está despeinada y con los zapatos en una de sus manos.

—Te veo luego, ¿sí? Escríbeme—le dice ella, al parecer, rastreando algo de cariño en él. No te esfuerces, cariñito, es en vano.

—Ya lárgate—le contesta.

Noto que ella pone los ojos en blanco y desaparece.

—No la trates así, no te hizo nada malo—le advierto.

Aunque una parte de mí se siente un tanto más tranquila de saber que se va esa mujer.

—Si pudiera echarte a ti, también lo haría.

—Ponte algo de ropa, al menos.

—Estoy en calzoncillos en mi propia casa.

—No hay caso contigo. Me voy.

Me doy la vuelta, pero me detiene con una mano cerrada en mi codo por lo que me vuelvo a él, enojada.

—Quita tu mano de mí—le advierto.

—No te vayas aún—me dice.

Esta vez hay seriedad en su semblante.

—¿Perdona? Acabas de echarme por hoy. Y ya terminé mi trabajo de esta jornada, tienes razón en eso. —Ni pienses que volveré a darte la razón en mi vida, Ferrari.

—Primero… Llévame a verlos. Hazlo.

—¿A tus hijos?

—Sí.

—Es por allá—. Le señalo la habitación de ellos.

—No sé cómo se hace. Si los despierto, no sabré hacerles dormir de nuevo—me dice lo que podría ser una broma, pero va muy en serio.

—Te cobraré horas extras—le advierto.

—Ya sabes a quién pedirle el cheque.

A su madre.

Sí, es verdad. Pero no pienso cobrarle demás ya que bastante bien me paga.

—Ven—le digo y lo llevo hasta el cuarto.

Abro la puerta con cuidado y la dejo así para no tener que encender las luces y nos llegue la iluminación cálida del pasillo.

Él viene tras de mí y se queda de pie delante de las cunas de los niños.

Los mira con sorpresa.

—¿Qué…qué sucede?

Traga grueso, puedo escucharlo aún a través de la distancia entre los dos.

Y si algo soy capaz de notar es que sus ojos brillan en una capa de lágrimas, de esas que se rompen al parpadear.

—Es la primera vez…desde que…

Se detiene.

El nudo en la garganta apenas le permite hablar.

Es asombroso cómo la presencia de sus hijos le hayan hecho pasar de un estado completamente eufórico y estúpido a este Massimo Ferrari totalmente quebrantado que tengo junto a mí.

—Dilo. Tranquilo—me esfuerzo en olvidar nuestras diferencia e incorporo una mano en su espalda para darle algo de calidez.

Claro que me pone a temblar las rodillas sentir los músculos fibrosos de sus dorsales en cuanto lo hago.

Ninguno de mis exs, quiénes aún me escriben cada tanto, tenían el estado físico que ahora sí tiene él.

Por fin se arma de valor y la voz sale ahogada:

—Es la primera vez que entro a esta habitación desde que… Desde que ella murió.

Entonces parpadea rompiendo la capa de lágrimas que caen sin control.

Caramba, entonces es de carne y hueso en verdad. ¡Tiene sentimientos!

 




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