Ley de Atracción

11. Sentimientos encontrados

Narrado por Massimo

 

Es la primera vez que me muestro así ante otra persona, ni siquiera me atreví a llorar en el funeral de ella porque negué todo el tiempo que ella estuviese ahí dentro en el ataúd cerrado. Volver a traer la imagen de ella sonriente, feliz, con los niños en este cuarto me deja doblegado ante ella.

Sabía que tarde o temprano regresaría a este lugar, pero no que sucedería en tales condiciones, no debía pasar esto.

Ahora estoy llorando y no lo puedo controlar, qué idiota, por Dios.

Quiero detenerlo, juro que deseo hacerlo, pero no puedo.

—Oh, Massimo—la escucho decir y me abraza.

Me saca de la habitación, seguramente que para no despertar a los niños y abre la puerta más próxima que encuentra que es un cuarto de huéspedes. Me mete aquí y nos sentamos a orillas de la cama, mientras me mantiene envuelto entre sus brazos diminutos.

Son pequeños y frágiles, ella entera parece ser frágil al menos en apariencia física, pero es todo lo que necesito ahora porque no puedo imaginarme lo caótico que hubiese sido tener que afrontar una situación así en soledad.

—Yo… Yo sabía que debía haber vendido antes este apartamento—le digo a Hyacinth—, no tendría que haber escuchado a mis padres.

—¿Ellos te sugirieron que no lo vendas?—me pregunta.

Asiente.

—Mi plan era vivir algún día alejados de todo el caos de la ciudad, pero al mismo tiempo encontrar un lugar cercano a nuestros trabajos, pese a que ella estaba con licencia por su maternidad, habiendo regresado hace muy poco a trabajar de manera remota.

Es decir que ahora también estoy dando lata respecto de mi esposa a quien no puedo olvidar, pero de quien no me he atrevido a hablar.

Hasta ahora.

—Ya basta—le digo, inspirando profundamente.

Ella se aparta un poco de mí, pero conserva una mano en mi espalda, frotándome como si me diera calor.

Y funciona.

—No tienes que hablar de ello si no quieres—me dice lo obvio.

—No sé si no quiero, pero… Me hace pedazos hablar del tema.

—¿Quién dijo que no está bien desmoronarse de vez en cuando?

La miro.

Y pienso.

Su gesto intenta dedicarme una sonrisa llena de calidez lo cual consigue conmover algo dentro de mí que ni yo mismo entiendo.

No tendría que estar aquí conmigo.

—¿Por qué sigues acá?—le pregunto, confuso.

Me restriego unas lágrimas de las mejillas para dejar de quedar en ridículo y ella insiste:

—Tu madre me contrató, ¿no?

—Me refiero… Podrías haberte ido ya…

—No me iré si así lo necesitas.

—Me he comportado como un imbécil contigo todo este tiempo.

—Gracias por la noticia, te juro que no lo había notado.

—Deberías odiarme.

—Una parte de mí lo hace.

—Pero no quieres dejarme solo.

—No.

Lo sabe.

Y yo también.

Somos conscientes de que no me he quebrado hasta el momento de este modo con nadie y ha sucedido de repente con ella, quizá gracias a nuestra larga historia que ha sacado a relucir tantos recuerdos.

—Entonces no te vayas hoy…—le pido.

—Si así lo quieres. Pero no pediré que me paguen horas extras…—me dice, a la defensiva—. Lo hago porque considero que está bien hacerlo.

Coloco una mano en su rodilla y ella parece sorprenderse en el contacto.

A mi me gusta.

Me hace bien.

—¿Te incomoda?—le pregunto.

Traga grueso y niega con la cabeza.

—No lo sé, creo que no—declara.

—Necesitaba esto—confieso, con seriedad.

—E… ¿El qué?

—Un abrazo genuino.

—Oh, Massimo, qué bueno que lo reconozcas.

Esta vez soy yo el que va hasta ella y la envuelvo en un abrazo mientras hace lo propio, buscando meterse por debajo de mis costillas y me estrecha contra su cuerpo diminuto.

Inspiro profundamente de su olor a champú de fresas y el delicioso aroma de su piel que me inunda por dentro.

Acto seguido, el silencio hace lo suyo cuando llega el momento de terminar con el abrazo.

Algo que ninguno de los dos desea que suceda.

Su respiración cálida impacta con la mía, ambos agitados y tomo la iniciativa de quitarle las gafas para luego sentir sus labios…

…con los míos.

El beso es breve.

Dulce.

Verdadero.

No como los que tuve este último tiempo.

Es un beso que me llena el corazón, de esos que no se consiguen al pasar.

Me aparto y ella también. Busca sus gafas, avergonzada, y se las coloca.

—Lo siento, no debería haber hecho eso—dice ella.

—No lo sientas—le digo, poniéndome de pie—. Puedes quedarte porque ya es tarde o si así lo quieres te llevo a tu casa o donde estés parando—le digo

—Me pediste que me quede…

—Hazlo si quieres.

Suspira, confusa.

—Creo que será mejor que me vaya y regrese temprano.

—Bien—le digo, levantando nuevamente los gruesos muros que bloquean mis sentimientos para evitar que me destruyan—. Por cierto, mamá me pidió algo más, pero eso ya depende solo de mí.

—¿Eh? ¿De qué?

Lo dudo, lo había considerado como una alternativa, pero la descarté luego. Ahora se me planta como una manera de devolverle el favor de lo que hizo por mí esta noche.

—En el portal de noticias hay una vacante de trabajo remoto a media jornada en Redacción de la sección tecnológica. Dime si te intere…

—¡¿Qué?! ¿Es…? ¡¿Es en serio?!

Noto una chispa que se enciende en su mirada.

—Es en serio. No hagas que me arrepienta.

—¡Dios, claro que sí!

—Puedes tomarla remota o a tiempo parcial en la oficina, pero deberás ir de todas maneras para firmar contrato y el papeleo previo.

—¡Dios, sí!

Asiento.

Trago grueso.

Me aferro a la puerta y antes de salir le advierto:

—Ve temprano y busca a mi secretaria. Ella te entregará los papeles, luego ven con los niños e inicias a trabajar mañana. Si eliges presencial, que no se superponga con el cuidado de mis hijos, ¿está bien?




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