Ley del Millonario

1. Bebés llorando

Un año atrás…

Narrador omnisciente

 

—Tranquilos, mis bebés. Todo está bien, mamá debe hacer esto y ya estaremos de regreso en la carretera, ¿sí?

Beatrice vuelve a su móvil para contactar a su marido, le escribe nuevamente, pero los mensajes no le llegan.

Vuelve a dejarle otro mensaje de voz:

—Amor, por favor, dime si te encuentras bien. Necesito saber de ti, en cuanto veas mis mensajes necesito que me llames. Te amo.

A ella le sudan las manos y los bebés lloran en la parte de atrás, en sus asientos mientras la fila del embotellamiento en plena avenida principal va cediendo hasta que por fin consigue salir por un escape lateral. No puede permanecer en el mismo sitio por mucho, dadas las condiciones.

Inspira con dificultad, buscando que esta situación le permita calmarse, sin éxito en absoluto. Una vez que da nuevamente con una avenida que le indica por dónde se está moviendo, sigue andando hasta dar con un control policial.

—Caramba, ¿en serio? ¿Justo ahora?

Bueno, tampoco es que fuera imprevisto que algo así pueda suceder.

Un agente de policía se acerca a ella, quien se ve afectada en la determinación de bajar el vidrio y el hombre la increpa:

—Señorita. ¿Le parece bien estar conduciendo a tan alta velocidad llevando a cuestas a dos pequeños bebés?

Ella asiente, tensa.

—S-sí, agente. Lo siento tanto. Estoy… Estoy en medio de una urgencia.

—¿De qué se trata? Puedo pedir refuerzos.

Una parte de sí quiere soltar una carcajada. Ojalá la policía pudiera hacer algo en una situación así, ojalá la policía no estuviera comprada ya por esta gente.

—Es un asunto familiar—le suelta lo primero que se le ocurre mientras le sudan las manos—. Por favor, le pido que me deje ir.

—Claro que lo haré, pero antes necesito su identificación y los papeles del vehículo.

Ella asiente, tensa y vuelve a la guantera para buscar las cosas no sin dificultad ya que le tiemblan los dedos, se siente torpe. El hombre ve lo que le sucede y le pregunta:

—¿Se siente usted bien?

—S-sí, agente—confirma ella, siendo esta de las mayores mentiras que ha dicho en toda su vida—. E-es solo que d-debo hacerlo cuanto antes. Llegar con mi familia. Con el padre de mis hijos.

Ella le entrega los papeles que él le pide y tamborilea los dedos contra el mano, persistente a la espera de que él revise las cosas, pero luego de que él le entrega las cosas de vuelta, por fin la evalúa por detrás de sus gafas oscuras y le advierte:

—Puede seguir, con precaución.

—Gracias, ofici… ¡AAAH!

Ella grita con desesperación en el momento que un chorro de sangre le salpica la cara y el cuerpo del hombre cae hacia adelante contra el auto y la chica intenta reaccionar poniendo en marcha nuevamente el motor, pero un nuevo disparo impacta contra un neumatico delantero, el izquierdo.

Luego otro en el de atrás.

La persona que dispara sigue avanzando y ella se resigna a que ya no podrá escapar.

Se agacha e intenta cubrir a sus hijos con su propio cuerpo cuando distingue que un hombre vestido con camiseta negra y pantalones negros más un pasamontañas que le cubre el rostro, se acerca a paso seguro y le apunta directo a la cara.

—¡No, por favor!

Los niños lloran.

—¡Tengo dos pequeños hijos, no les hagas daño, te lo pido!

El revólver le apunta a la cara.

—¡Te daré lo que pidas, pero no hagas nada a mis hijos, por f…!

Boom.

El nuevo disparo a quemarropa queda resonando en todo el lugar con el coche aparcado en mitad de la carretera y los bebés llorando.

 




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