Ley del Millonario

3. La paz nunca fue una opción

Narrado por Hyacinth

 

—¿Rodrigo?

Mi voz suena demasiado aguda, como si tratase de pedirle disculpas por haber provocado que se movilice hasta acá.

La peor parte es que no está lejos, pues el tiempo que me ha indicado significa que vive cerca, quizá en la zona donde yo misma vivo en la actualidad. O bien, el hotel en el que dice estar parando es por el lugar.

—Sí, nena. ¿Estás bien?—me pregunta al otro lado.

—Estoy bien…

O eso creo.

—No te oyes muy convencida. En breve estoy al llegar.

—Es que, Rodrigo, ay cielo santo, no puedes venir hoy.

—¿Qué? ¿Por qué?

Cielos, lamento realmente estar haciendo esto a él, pero no puede ser de otro modo ahora si es que necesito salvar mi pellejo.

La voz de mi amiga dándome una reprimenda es lo primero que aparece en mi mente al ser consciente de lo que está sucediendo. Le estoy dando falsas esperanzas. Creo que Cristina Aguilera me cantará al oído durante toda la noche.

—Me llamaron para trabajar esta noche—le suelto en un suspiro.

—¿En serio? ¿Por qué? ¿En la oficina?

Rayos.

Subí que hoy era mi primer día de trabajo, ¿por qué somos tan idiotas los simples mortales de brindar tanta información personal e incompetente a las redes sociales? Realmente estaba orgullosa de haber conseguido ese trabajo por mi propio mérito, aunque en parte se haya debido a que mi familia influenció.

—No, de hecho—. No puedo mentirle a él—. Tengo dos empleos aquí en Milán a tiempo parcial. Uno de ellos es como niñera de una familia amiga.

—Oh, ya, tranquila. Te busco y te llevo al lugar en cuestión.

—¡No! No te molestes. No es necesario.

¡Rayos!

—¿Molestia? Para nada. Como te dije, ya estaba arriba del coche y me queda cerca.

—Rodrigo, lo digo en serio. No te molestes en buscarme.

Mi voz suena un poco más seria, pero él se cree que está siendo una suerte de superhéroe al contestarme:

—Tranquila, ya estoy afuera.

—¡¿Qué?!

—Te espero, si tienes que terminar de alistarte, hazlo tranquila.

Suspiro, agotada y le cuelgo.

Busco mi cartera de mano y salgo a grandes zancadas hasta el ascensor, el cual pido y cuento los segundos mientras bajo, rogando que no suceda lo que puede suceder ya que ardería el mundo si así fuese.

¿Por qué simplemente no pude quedarme callada? ¿Por qué tuve que dar más información de la que realmente me estaban pidiendo?

Una vez que llego a recepción, saludo al guardia y salgo a toda prisa hasta el aparcamiento delantero.

Dos autos.

Dos.

Uno en marcha con las luces prendidas y el conductor arriba. Es un hombre trajeado que tiene el mentón afirmado en su mano, evidenciando sus gemelos y un caro rolex de lujo que brilla al otro lado del vidrio delantero semi-oscurecido.

Al lado, Rodrigo.

De pie, frente a un coche que no es el mismo que recuerdo que tenía tiempo atrás cuando estábamos en pareja.

¿Se vino en su auto hasta Milán? Es muchísimo, puede que lo haya rentado una vez acá.

En cuanto me ve, sus dientes blancos brillan adornados por su piel morena, su barba de dos días bien recortada y las manos en los bolsillos de sus jeans.

Lleva puesta una camiseta gris y un rico aroma a colonia para después de afeitar que me llega con la brisa de la noche.

Puedo sentir el peso de Massimo Ferrari encima.

Los faros de su coche siguen encendidos.

Caray, caray, caray y más caray.

—¡Santo cielo, Hyacinth! ¡Eres tu!—dice finalmente y me pregunto por qué rayos acepté esta invitación.

Lección de hoy número uno: no le des falsas esperanzas a tu ex.

Lección de hoy número dos: no mientas y menos si se trata de trata, aún menos si se trata de Massimo Ferrari.

Lección de hoy número tres: no te encuentres con un chico en la puerta de tu apartamento, menos aún con dos.

—¡Eh… Rodri!

En cuanto me ve, me estrecha en un fortísimo abrazo que consigue elevarme en los aires y darme vueltas.

Estamos montando una escena ahora mismo lo cual me hace morir de lo avergonzada que me siento.

Pero Rodrigo es así.

Efusivo.

Y se pone muy contento cuando me ve, imagino más aún ahora luego de tanto tiempo sin estar juntos, luego de tanto tiempo que llevo rechazándole vernos.

—¡Santo cielo, qué maravilla verte!

—S-sí, lo mismo digo. Je.

Los faros del coche de Massimo se ponen en luz alta y nos encandila.

Rodrigo me baja y lo mira, con expresión de pocos amigos.

—¿Qué rayos le pasa a ese idiota?

—Rodri, yo…

—Aguarda, no sé a qué se cree que está jugando.

—No entiendes, es que…

—¡Oye!

—¡Rodrigo, basta!

Lo sujeto del brazo antes de que se vaya hasta el coche de Massimo y éste se vuelve a mí para evaluarme con su expresión.

—Solo iré a decirle que no nos moleste, no es gracioso lo que hace.

—No lo hagas. No puedo irme contigo esta noche.

—¿Qué? ¿Por qué…? Oh, cielos.

Lo entiende.

O no lo entiende.

O lo que entiende está errado.

—Te irás con él. No tenías que trabajar.

—Estás interpretando mal las cosas—asevero, deseando que la Tierra abra un hueco profundo y me meta ahí dentro.

Acto seguido, Massimo baja las luces y sin apagar el motor de su coche (o eso parece, porque no emite sonido alguno), desciende y grita desde detrás de Rodrigo:

—¡Hyacinth! ¿Te está molestando este patán?

Trago grueso.

Rodrigo se vuelve a él.

Lo mira a la cara.

Quiere darle un puñetazo limpio, lo sé, pero Massimo no tendría que haber venido de no ser necesario, menos aún Rodrigo si le pedí que no lo hiciera. O sí, le dije que venga, pero luego le pedí que no venga. Sí, ya lo sé, ya estaba acá, ¡carajo!

—¿A quién le llamas patán, idiota?—le suelta Rodrigo, encarando cara a cara a Ferrari—. Un momento, ¿tú no eres el idiota mimado que anduvo haciendo exposición de su intimidad en público con drogas y luego se hizo humillar por la seguridad de un discoteca? Ja, me das pena,idiota—. Luego se vuelve a mí—. ¿Él es tu noche “de trabajo”, Hyacinth? Dios, no puede ser, al menos me hubieras reemplazado por algo serio.




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