Ley del Millonario

4. Mil motivos para odiarte

Narrado por Hyacinth

 

Estamos en un proceso de reconciliación con Massimo porque no empezamos con el pie derecho.

De hecho, nunca estuvimos con el pie derecho.

Antes de que me diera trabajo en su empresa o con su familia, nuestras familias al ser amigas nos obligaban en cierto modo a vincularnos el uno con el otro, ahora en cambio que se supone que somos adultos y se supone que podemos elegir no hacerlo, nuestros padres se hicieron de armas tomar y “para protegernos” deciden en nuestro lugar y nos someten a tener que soportarnos.

Creía que con él ya estaba todo medianamente bien, que nos comenzaríamos a entender y que habríamos levantado bandera blanca, pero no, aquí está, sumando otro nuevo motivo para hacerse odiar.

¿Lo hace a propósito o en verdad es así?

Un tipo como él que se separó de su apellido, montó su propia mega-empresa y se hizo de su propia fortuna no puede ser así de irascible e impulsivo siempre.

¿O si puede?

Pero necesito de él.

Básicamente, él sí consiguió hacer lo que yo siempre deseé y no puedo perder la oportunidad de conseguirlo.

—¡Basta los dos!—les grito, interponiéndose entre mi ex y mi jefe. Y no estoy dispuesta a moverme.

El agente de la guardia del edificio llega de pronto.

—¿Alguno de los dos planea dormir en un calabozo esta noche?

—Massimo—me vuelvo a él, mientras noto la manera en que se sacan chispas con miradas asesinas—. Espérame en el auto, por favor.

Consigo que sus ojos vuelvan a mí.

—¿Es el idiota que decías que siempre te molestaba?—escucho a Rodrigo decir desde atrás. Se me hace un nudo en la garganta al sentirme así de expuesta, el agente de seguro se está montando un festín con este drama.

¿Le traigo sus palomitas, señor?

—¡Rodrigo! ¡Por favor, vete! Luego te explicaré, has entendido todo mal—no doy el brazo a torcer. Si tan solo hubiese hecho lo que le dije, si se hubiera dado la vuelta para luego yo contarle cómo son las cosas, no estaría pasando nada de esto.

Pero puedo escuchar la voz de mi amiga como si fuese mi propia consciencia dándome una reprimenda “¿y qué esperabas? Es tu ex y sigue enamorado de ti, le diste un mínimo atisbo de esperanza y se aferró a ella”.

Rayos.

—Creí que no eras de humillarte de esta manera, creí que tenías un mínimo de dignidad—sus palabras están cargadas de ponzoña.

—¿De qué demonios hablas?

Massimo está que hierve de nuevo.

—Rodrigo, vete—insisto.

El guardia de seguridad se adelante y se pone interpone entre Rodrigo y yo. Por fin alguien de mi parte.

—Ya escuchaste a la dama, galán. Por favor, tendré que pedirte que te retires, es propiedad privada y no tienes autorización de nuestros anfitriones para quedarte aquí, a menos que quieras que procedamos de otro modo.

—No es necesario, sé cuál es el camino hasta mi auto—sentencia y puedo sentir el peso de su mirada cargada con asco una vez que sube.

—Gracias—le digo al guardia mientras los faros encendidos se van alejando.

—Debemos irnos—. Es Massimo quien me habla ahora y se sube al lugar de conductor.

El guardia, quien podría tener con total factibilidad unos años menos que mi padre, me observa con complacencia y se toma la licencia de “darme consejos”:

—Querida, a la próxima que enfrentes a dos pretendientes, procura que sea siempre con alguien cerca que pueda defenderte en caso de que vayan a meterse en problemas. Cuídate mucho y no dudes en pedir ayuda si lo necesitas.

Suspiro profundamente ante la idea de pensar en lo que me dice. ¡Ninguno de los dos es pretendiente mío! Massimo es mi jefe y Rodrigo es mi ex con quien tomaríamos algo esta noche porque acabo de llegar a esta ciudad, no conozco a nadie y quería salir a conocerla. ¡Nada más que eso!

—Sí, muchas gracias—le digo, mientras me trago mil insultos de camino al lugar de acompañante del coche de Massimo.

Hace exactamente hora y media había evaluado la opción de irme a dormir temprano, con una invitación pendiente en el móvil, ¿por qué simplemente no lo hice y ya?

Una vez que subo, cierro la puerta y él sale marcha atrás mientras observo al guardia volver a su lugar.

—Lo siento—le digo, manteniendo los buenos modales y optando por la paz como se supone que ya habíamos pactado antes. Abrocho mi cinturón de seguridad a la espera de que me diga que lo siente también, sin embargo, sus palabras me llegan como cuchillas:

—No vuelvas a llamarme por mi nombre de pila y menos delante de un imbécil tan grande como tu novio.

—¡¿Qué?! ¡Él no es mi novio…!

—Y yo no soy tu amigo, así que no olvides que soy “Señor Ferrari” para ti.

—¡Te conozco prácticamente desde que nací!—le suelto lo obvio, pero no le viene en gracia que vuelva a tutearlo mientras conduce.

—Eso no quita que ahora yo sea tu jefe y debas guardarme el respeto que las condiciones requieren.

—Disculpa, pero no te he faltado el respeto.

—Si vuelves a tutearme te echo ahora mismo y te demando para que me pagues por incumplir el contrato.

—¿Incumplir?

—Sí.

—¿Por llamarte por tu nombre? Por… Por llamarle por su nombre, señor Ferrari—pongo énfasis en las palabras como si fuesen groserías.

—Sí.

—Disculpe, pero es mi jefe, no el dueño de mi vida.

—Técnicamente, sí algo así.

—¿Eh?

—Cláusula vigésimo sexta del contrato. El empleador se reserva el derecho de solicitar la disponibilidad veinticuatro horas de la empleada y esta se compromete a dar siempre prioridad mientras el contrato está en vigencia.

—Claro, pero…

—Cláusula vigésimo novena. Ante un conflicto de intereses, el empleador es quien siempre tendrá la última palabra ante cualquier decisión.

Trago grueso, furiosa por haber firmado así a la rápida por culpa de la efusividad.




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