Ley del Millonario

5. ¡Jefe, no me explote!

Narrado por Massimo

 

En cuanto mi madre me comunicó que Hyacinth trabajaría para nosotros, quedé furioso porque no me dio oportunidad de elegir.

Y no solo de elegir si querría que ella trabaje nada menos que con mis hijos o no sino de elegir mi propio proceso de duelo frente a la horrible etapa de mi vida que me tocaría atravesar. No fue mero capricho el motivo por el cual no deseaba que Hyacinth estuviera lo más lejos posible de mi familia y de mí mismo sino que ella es parte de un mundo que intento apartar de mí a cal y canto, un mundo que ha quedado enterrado en el pasado junto a mi historia familias mientras intento hacer la mía propia.

Le ofrecí dinero a la hija de los Bravado para que se aleje de mí y de mis hijos, pero no lo aceptó, ni siquiera vio la suma que le puse delante.

Lo curioso es que bastó verla relacionarse con mis hijos para saber que ellos la eligieron para que cuide ellos.

¿Puede ser eso posible? Se me puede juzgar de idiota, pero la amaron desde el primer minuto.

También fue que ella consiguió que yo vuelva a entrar en el oscuro vacío en espiral de mi dolor, atravesar uno de sus escondites y encontrar algo de luz al volver a entrar en el cuarto de los chiquitos luego de que mi última imagen de ellos era la de mi esposa recibiéndome con alguno de mis hijos en brazos, besarla y ayudarle a pasar el momento.

Podría haber tenido el día más estresante de la vida por culpa de mi trabajo o de mi familia, pero llegar y encontrarme con ellos era sinónimo de la mayor paz mental y espiritual que podría haber experimentado jamás.

Ellos eran mi verdadera fortuna.

Eran mi secreto millonario.

Hasta que un día me arrancaron todo lo valioso que había en mi vida y todo cambió sin retorno alguno.

Antes…simplemente era muy fácil encontrar por dónde ir.

La brújula siempre señalaba al norte.

Ahora esa brújula está hecha pedazos y soy yo ante un destino cargado de tormentas sin poder ver el camino.

Lo único que sé con certeza es que ver en la dirección de mi familia, de mi apellido y el de los Bravado, solo advierte tormentas, huracanes, sufrimiento y dinero manchado de sangre. Mucha sangre.

Es lo que ya no quiero más.

Pero llegó.

Regresó a mí.

Y no veo manera de hacer algo diferente.

Es difícil seguir adelante cuando la vida te tiene en sus manos y sientes que te desintegras como agua entre los dedos.

Solo puedo asegurar que es como si tuviera la voz de Beatrice diciéndome al oído en su tierno susurro cada mañana…

…”cuida de ellos”.

“Protege a los niños, Massimo.”


 

—Creo que no llegaré muy tarde, probablemente para antes de medianoche ya esté de regreso en la casa—le digo a Hyacinth mientras entramos a mi penthouse y una de las empleadas llega con los niños en el carrito, apareciendo desde la cocina.

Los bebés de inmediato celebran la llegada de su cuidadora.

—¡Hola, amores míos!—dice al verles y los abraza, incorporándose de rodillas en el suelo para besuquearles.

—Recién comen y ya están listos para irse a la cama—advierte la empleada quien ya está terminando su turno.

—Yo te ayudo.

—Más tarde vendrá mi madre a cuidarles toda la noche—le comunico a Hyacinth—. La empleada que sigue en este turno está enferma y no pudo venir hoy.

—Está bien…señor Ferrari—me dice ella y en su tono de voz descubro cierto recelo—. ¿Necesita que haga yo el turno de noche?

—Mi madre me mataría porque por la mañana empiezas en la oficina.

—Así es.

Con uno de los niños en sus brazos, se vuelve a mí mientras el otro reclama también que ella le cargue.

—Sigo pensando que tendrías que haber elegido la opción de trabajo remoto.

—¿Para que me explotes mientras la exigencia al estar en su casa o la mía y hago ambas cosas a la vez por el mismo dinero?

—¿Perdona?

—Que me explota mi autoexigencia al estar en su casa o la mía y hago ambas cosas a la vez sin importar el dinero.

Juraría que no fue eso lo que dijo.

La otra empleada toma al niño que intenta escapar del carrito para subirse a Hyacinth o arrojarse en un clavado y nos advierte de camino a las habitaciones:

—Iré cambiando a los niños.

—Claro, enseguida voy—le anuncia Hyacinth, quien luego me observa con una risita divertida. Saltan chispas entre los dos.

La mujer nos abandona y mi voz suena perspicaz al aclarar que no soy estúpido y sé exactamente qué fue lo que dijo:

—Apenas es tu segundo día de trabajo y ya crees que te exploto.

—La autoexigencia nunca viene desde afuera. Me interesa mucho el puesto en Redacción que se me ha ofrecido y le voy a demostrar que tendrá los mejores resultados de mi parte en la labor, señor Ferrari.

—¿Pretendes ser la mejor niñera y también la mejor redactora de noticias?

—¿Acaso no puedo quererlo todo?

—No. Siempre hay que elegir.

—Dos empleos me bastan para subsistir en esta ciudad donde me acabo de radicar, quizá luego sea momento de elegir.

—Ya veremos cuánto toleras.

—¿Qué? Creí que teníamos un pacto, ¿no hicimos una tregua?

—No sé a qué le llamas tregua, solo te ofrecí un cargo a tiempo parcial en mi compañía.

Entrecierra los ojos como si en la expresión pudiese arrojarme cuchillos.

—Ya, solo quiero que hagas lo mejor de tu parte así poder hacer mis cosas tranquilo, no quiero que seas un dolor de cabeza más.

—Le aseguro que no, por eso a la próxima prefiero transportarme por mis propios medios a mi lugar de trabajo.

—Como digas.

Me doy la vuelta, tomo un abrigo y me encamino a la puerta mientras ella me sigue el paso para ponerle seguro y activar el sistema de seguridad tal cual se le ha mostrado ayer en su primer día, no obstante, antes de salir, me vuelvo:




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