Narrado por Hyacinth
“Todo se mueve en polaridades, todo movimiento genera más movimiento, toda acción tiene una reacción igual y otra adversa porque creamos mundos y los destruimos. De eso se trata la existencia misma. Cuando optamos por hacer algo, creamos el Ritmo, que el mundo siga su curso, pero también ese principio provoca que otras realidades nunca acontezcan y son los mundos potenciales que destruimos.”
El libro en mis manos habla de la filosofía hermética y cada que decido releerlo, siento que descubro algo nuevo.
“Cambia tu vida” es el libro que tengo en mis manos mientras estoy recostada en el sillón más grande en la sala del señor Ferrari, comiendo un chocolate y leyendo a la espera de que él llegue para poder irme a casa y por la mañana temprano comenzar con mi segundo trabajo de tiempo parcial desde que llegué a Milán.
Mi relación con este libro es un poco compleja, puesto que lo encontré en un momento de profunda desesperación en lo laboral hace poco más de un mes en que me recibí de una profesión que se suponía que era lo que más me apasionaba en el mundo, pero todos comenzaron a decirme que no sería rentable.
Quizá lo sea, quizá no, pero ahora estoy trabajando de niñera y mañana pondré a prueba, o comenzaré con las pruebas, que pondrán en jaque la resolución mía de seguir adelante con mi deseo de dedicarme a Redacción.
Mi mejor amiga me hizo un contacto en Roma, pero el destino quiso que termine en el mejor lugar donde podría tener una práctica laboral al respecto. ¿El destino o yo fui la jefa de mi destino que movió las piezas del ajedrez para conseguirlo, aún sabiendo lo complejo que sería trabajar para Massimo Ferrari?
Se está por ver.
Sigo leyendo un poco más hasta llegar a la parte donde el principio del Ritmo junto a los otros principios herméticos que se estudiaban hace miles de años en el Antiguo Egipto y Grecia, decantan en lo que hoy se conoce como “Ley de Atracción”. ¿Real o no? Creer o reventar, a mí me está funcionando y los resultado me impactan por completo.
—¿Cariño?
Golpean la puerta al otro lado y una voz acompaña la palabra.
Me levanto, echo un vistazo a la pantalla que me muestra las cámaras y descubro que la señora Gigi acaba de llegar.
Tal como me dijo antes su hijo, aún no es medianoche y ella ya está aquí, pero se suponía que él también debería llegar, no enviar a su madre para que se haga cargo de pasar la noche con sus propios hijos.
Massimo Ferrari siendo Massimo Ferrari.
Guardo el libro en mi bolso, me lo cuelgo al hombro y abro la puerta para recibirla.
—Señora Gigi.
—Oh, cielo, qué suerte que pudiste venir—dice ella, envolviéndome en un abrazo y entra—. Te aseguro que será muy bien retribuido todo lo que haces por mi familia.
—No se preocupe. Aunque creí que vendría él.
—Vendrá, pero se le hizo tarde.
—Comprendo, lo siento, no quería sonar a juzgona que emite juicios de moral…
…pero es exactamente lo que acabo de hacer.
Trago grueso, dejando la frase en pausa y ella se dirige a la cocina para poner la cafetera en funcionamiento.
—Descuida, cariño. Sé exactamente lo que he criado—admito, soltando un suspiro—. Massimo era un chico rebelde, siempre lo fue, una rebeldía que le llevó a cosas terribles hasta que conoció a Beatrice y todo en él cambio. ¡Siempre dije que la compañía que ha montado fue gracias al amor! Le arrancaron lo más valioso que tenía en su vida, después de sus bebés, aunque ahora no tiene idea ni de qué significa ser padre.
—Vive el duelo a su manera—aseguro, mientras pido una movilidad que me venga a buscar desde una aplicación en el móvil.
Algo que ella nota ya que se vuelve a mí en cuanto se concreta el pedido y se anuncia con un sonido.
—¿Quieres que te pida un chofer de regreso a tu casa, cielo?
—No será necesario, señora Ferrari. Gracias. Ya tengo una movilidad cerca en camino.
—Por favor, sabes que no soy tu jefa. Te adoro, cariño, eres de la familia, siempre calificarás para mí como una más de mis hijos.
—Aunque ahora usted es la madre de mi jefe y él me ha dejado muy en clara la asimetría que hay actualmente.
Suspira, en derrota.
—Lo siento tanto, cariño. Sé que ese Massimo que alguna vez fue sigue ahí, escondido, en un oscuro rincón de su corazón.
—¿Se sabe algo? De quienes…
No termino la palabra.
Admito que tenía muchas ganas de hacer esa pregunta, pero no iba a hacerla si no se prestaba el momento.
Ella termina por servirse café y luego de un trago, me niega con un movimiento de su cabeza, pero sostiene la mirada gacha.
—No, cariño. Nada.
—¿Qué se robaron? Las noticias que indagué mencionaban un asalto, pero no exactamente los motivos por los que fue un asalto.
Esta vez sí me mira a los ojos.
—Eres audaz.
—Estudié Redacción, sé desmenuzar una noticia.
—Quizá sepamos pronto lo que sucedió realmente. Por ahora, y tu bien sabes que quienes te narran los hechos son los que construyen las realidades, fue un asalto.
Mmmm. Okay. Si ella lo dice.
Me siento terriblemente impertinente y no quiero sostener este tenso momento, así que miro mi móvil y si bien queda unos cinco minutos para que llegue el coche que me buscará, le advierto:
—Creo que debo irme, ya está por llegar mi movilidad.
—Sí, cielo. Tranquila. Descansa.
Me acompaña hasta la puerta, pero antes de cerrar, su voz me detiene:
—Cariño, por cierto, ¿puedo pedirte una última cosa?
—¿Sí, señora?
—No le hables a mi hijo de Beatrice. Pero a los niños sí. Háblales siempre de su madre y de su padre, aunque no puedan responder ellos en este momento, no pierdas oportunidad de decirles que tanto Beatrice como Massimo les amaron mucho. Les ama…mucho. ¿Sí?
Comprendo.