Ley del Millonario

10. Que estalle la bomba

Narrado por Hyacinth

 

Contesta, por el amor de Dios, contéstame el bendito teléfono, Massimo.

Insisto.

Llamo.

Le marco.

Voy y vengo.

Rayos, no puede ser que esto haya sucedido.

En primer lugar que la noticia sea cierta y en segundo lugar el hecho de que haya conseguido un logro tan significativo como una noticia en el ranking de lo más visto y que me hayan hecho a un lado de esa manera ante tamaña bomba.

¡No me importa! Lo real es que no me importa en lo más mínimo que haya sucedido lo que sucedió, lo de mi propia noticia y el supuesto mérito que yo haya conseguido, no quiero saber en absoluto al respecto, solo necesito saber que tanto Massimo como nuestra familia amiga están todos bien.

Nada.

Incluso al intentar llamarle a la señora Ferrari me salta la contestadora luego de varios intentos, pero el sentido común me señala que será muy compleja la opción de que me contesten teniendo un torbellino como este dando vueltas todo ante lo que sucede.

Nada, incluso a la tercera llamada.

Esta vez lo intento llamando a mi madre.

—¿Cielo?

—¡Mamá!

No sé si tenga mucho para aportarme, pero ya me genera una pizca de alivio saber que está al otro lado y que tengo alguien con quien hablar lo que me está generando este catatónico estado de angustia.

—Cariño, ya lo viste.

—¡Por supuesto que lo vi! Trabajo en esa compañía.

—Sí, también vi lo otro. Te felicito, cariño, sé de lo que se trata cuando alguien consigue un mérito como el tuyo en esa nota. De hecho, no lo sabía hasta que tu nombre me apareció ahí debajo del título y…

—Mamá, no importa eso, lo que necesito es saber cómo diantres está Massimo. Tengo la imperiosa necesidad de ir a verle cuanto antes, pero no sé qué tan metida seré al ir sin más, aún teniendo una parte de mi instinto que me señala que debo ir a verle. Y pronto.

—Es un momento difícil para la familia, no es fácil superar una muerte, pero aún más difícil es tener que soportar una noticia como esa.

—Y que alcance el estado público que ha alcanzado…

—Sí, es cierto—. Suelto un suspiro y noto que mi corazón está sumamente acelerado, considero que sería un buen instante para poder fumar aunque no me guste fumar o tomarme un Bourbon, aunque no me guste el Bourbon. ¡Entiendo por qué papá se mete todas esas cosas anestésicas para controlar la cantidad de tensión que implican los negocios que lleva adelante a diario!—. Necesito tu consejo, mamá. Sé que han pasado por cosas así con papá y con el matrimonio de GIgi y Leonardo Ferrari

—Así es, cariño.

—¿Debiera ir a verle? A Massimo.

Echo un vistazo a la hora.

Es la una ya.

Una de la madrugada y cinco minutos, de hecho. Si no hubiera perdido tanto tiempo insistiendo y evaluando si llamarle o no, quizá podría haber sido más sencillo.

El corazón me late con fuerza en el pecho, no sé en qué momento esto ocurrió, pero realmente me hace sentir mal porque conozco a la familia Ferrari desde siempre y también sé cuánto le afecta a Massimo, le vi quebrarse delante de mí, le vi llorar tan fuerte que se me partió el corazón.

Realmente amaba a Beatrice.

—¿Tú qué quieres, cielo?—me pregunta ella.

—No lo sé, estar tranquila y de este modo, no puedo…

—Toda la familia Ferrari está en Milán, mientras que nosotros no podemos hacer mucho desde Sicilia.

—Es decir que sí, debo ir.

—Así es, corazón. Además, no es por ser conveniente, pero te conozco a ti y a Massimo desde siempre y apuesto a que serías la única capaz de calmar su estado.

—Mientes, lo sabes.

—¿El qué, cielo?

No lo veo factible, de buenas a primeras, porque no imagino a Massimo contándole a su madre ni mucho menos a la mía de sus emociones como pasó nuestro encuentro aquella vez y yo no le he dicho nada en absoluto.

—Luego te contaré, mami—le aseguro.

—Gracias, de corazón por contar conmigo, cielo. Valoro mucho que puedas confiar en mí.

—Así es, mamá. Iré.

—Suerte. Te quiero.

—Yo a ti.

Y cuelgo.

Inspiro profundamente y busco de inmediato la aplicación para que una movilidad llegue por mí.


 

La alta demanda de la movilidad ha provocado que de demore casi diez minutos en conseguir uno, en cola hasta que uno aceptó mi viaje, otros diez en que llegue y veinticinco minutos hasta llegar a Massimo.

¡Ya es más de las dos de la madrugada!

No sé qué pueda encontrarme o en qué estado, pero le pido al chofer que se apresure lo cual es inmensamente inútil, puesto que las avenidas están abarrotadas de gente tanto caminando en las esquinas como de coches andando.

Si algo es diferente Milán de Sicilia es que aquí la vida es como en las ciudades grandes y más una moderna como esta porque es tan grande, tan luminosa, tanta vida que por las noches es inevitable que no sea así de habitada la noche italiana en esta parte de la ciudad.

Y él vive tan cerca de su trabajo: uno de los edificios más bonitos en una de las zonas más bonitas, en un lugar privilegiado de la urbe italiana.

—Estamos.

¡Oh, sí!

Le pago su dinero y bajo a toda prisa, valiéndome de mis credenciales y permisos como niñera de tiempo completo (aunque solo cumplo con horas esporádicas, desde que llegué a esta ciudad no hubo una sola vez que no venga por fuera de los horarios convenidos de lo laboral), para pasar de la seguridad y subir al apartamento en busca de Massimo.

—Señorita—me advierte el guardia—, el señor Ferrari ha pedido que nadie venga, pero su madre…

—¿Sí?

—Su madre ha indicado que si usted viene, pase. Tengo permitido abrir la puerta del apartamento del señor Ferrari de ser necesario.

—Entonces hazlo ahora.

—Bien.

No pide explicaciones.

No es necesario.




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