Otra vez. Dos mundos en medio de la nada.
Madogis queda boquiabierto, mientras que el último cilnlumoit es aniquilado en el planeta Nusueri; tísegops y éphimits celebran en grande por la victoria.
—Pero… pero… yo… tú… ellos… nosotros… ustedes… —balbucea el dios serpiente.
—Eres el señor de las estafas y engaños, ¿y no te diste cuenta? —comenta Kijuxe ya calmado, pero muy sonriente.
Le toma un breve instante a Tevfocpu entenderlo todo.
—¡Eres un… —expresa Madogis muy furioso.
—Cuando quieras empezamos con la guerra —comenta tranquilamente Húnem—. Me tengo que retirar; tengo trabajo que hacer.
—¡Bastardoooo! —grita Tevfocpu, para después ordenarles a sus soldados atacar Nusueri.
Por su parte, Guírn les a exige a todos los tísegops, éphimits, a los doce voucs, a los 7 Urisds y a los espíritus de los árboles moverse por los confines de Nusueri, salvando a la fauna y a los espíritus florales de los ataques enemigos; a los tres últimos grupos, les provee de energía yaerp para enfrentar las amenazas.
Madogis está tan enojado, que prefiere salir a la superficie para hacer su berrinche; golpea y aplasta las montañas, una y otra vez.
Kijuxe flota tranquilamente hacia Siopu Dimítvoem, completamente abandonada; él se encontraba afuera de la misma, al lado de la muralla. A poco menos de un kilómetro cerca de su casa, Húnem se encoge de tamaño, hasta llegar a los tres metros, empezando a caminar por las calles vacías. Instantes después, los epsuolhimfs que murieron en Erpímnev, reviven al lado de su rey omnipotente, empezando a andar junto con él; solo unos cuantos, mientras que los demás caminan atrás. En total, son 150 seres.
—Realizaron un excelente trabajo —los felicita Kijuxe.
—Fue muy fácil seguir sus órdenes: advertirles a nuestros hermanos de los peligros y bendiciones que llegarían —comenta uno.
—Cuando llegaron sus hijas e hijo fue más fácil que lo aceptarán de nueva cuenta a usted en sus vidas, dejando atrás a ese demonio —comenta otro, preguntando al final—; pero, ¿no debió de salvar a unos cuantos más?
—Salvé a los que tenía que salvar; ni uno más, ni uno menos —asegura confiadamente Húnem.
Llegando a su casa abre las puertas, dejando salir a doce familias ótbermins de diferentes estirpes, de cinco integrantes cada una: los dos padres y tres hijos. Seis de esas familias vivieron durante el periodo de la devastación; después del arrebato de los 50 000 mil, se negaron a venerar a Tevfocpu, siguiendo fieles a Kijuxe. Las otras seis eran seguidores de Tevfocpu: decidieron abandonar a Madogis y regresar con Húnem, después de que los tísegops Quífvoc, Bíxyab y Zegnmari hablaran con ellos. Todos revivieron hace poco y mantienen las edades que tenían al morir.
—Les doy la bienvenida a Nusueri; mi hogar y ahora es el suyo también —dice Kijuxe—. Lo que quiero que hagan en estos momentos, es que busquen un lugar ideal para establecerse y construyan una ciudad ahí; inmediatamente después, comiencen a generar nuevos frutos y crezcan en descendencia. Los epsuolhimfs aquí presentes, les ayudarán con las labores pesadas.
—Lo haremos inmediatamente —responden las familias conjuntamente.
Después de mucho buscar, hallan el lugar perfecto a 435 km en dirección Háur de Siopu Dimítvoem. Poco a poco se construye una ciudad, que los ótbermins nombran Kinrsátemip Exrsap {Kinsátemip Exsap} (hogar santo). Pasadas cinco generaciones, la ciudad ya ha crecido en gran medida tanto en dimensiones como de pobladores; recibiendo ayuda constante de los epsuolhimfs y de vez en cuando de Kijuxe.
Como siempre, Madogis se ha aburrido, cancelando las incursiones bélicas contra Nusueri; piensa todo el tiempo en una nueva táctica.
Momentos después de que nace el primer hijo de la octava generación de ótbermins, Húnem los visita.
—Queridos hijos —les habla a todos los presentes—, les vengo a dar noticias alentadoras. Hay una posibilidad de que puedan regresar a la vida de antaño—. Los ótbermins se ponen muy felices por la noticia—. Pero antes, quiero dar dos noticias importantes. Cuando robaron el libro prohibido, dos hijos míos se sacrificaron, tratando de recuperar los escritos; luego, dos hijas y un hijo, también míos, fueron al antiguo hogar de ustedes. Sabían que Tevfocpu nos iba a traicionar, y sabían que serían asesinados por los ótbermins infieles; yo quería elegir a otros, pero ellos anhelaban y estaban dispuestos a hacer el sacrificio.
Hay un breve tiempo de silencio.
—Lo primero que tienen que hacer, para recuperar los privilegios que les han quitado, es reconocer y aceptar de corazón, el sacrificio que hicieron mis cinco hijos para salvarlos a ustedes.
Todos los ótbermins cierran los ojos y agachan la cabeza, dando las gracias por la oportunidad otorgada por los tres tísegops y los dos éphimits, quienes nunca perdieron la esperanza en ellos.
Kijuxe sigue dando las instrucciones.
—Ahora los llevaremos a la orilla del lago Mérnapl —dice él, para después llamar a todos sus hijos.