Libro 7: La formación y creación de un nuevo hogar

Una visita adelantada (1293 E. N. C.)

Los tísegops y éphimits se encuentran muy atareados en Siopu Dimítvoem, mientras que Kijuxe y siete voucs descansan en el palacio al tanto que reciben adoración.

De un segundo a otro, hay un efímero resplandor en el centro de la ciudad; segundos después, una figura femenina joven de quince años aparece. Cae al suelo para después pararse.

—¡Ay! —se queja ella, sobándose la cabeza y el cabello largo, color negro con múltiples rayos color pelirrojo zanahoria—. ¿Dónde estoy? —se pregunta en voz alta.

Mira por todos lados, encontrando casas muy familiares, entre otras de extraña arquitectura.

«Ya no estoy en Ítkelor. Eso es seguro», piensa Kéilan en su mente. Empieza a caminar por las calles, observando a todos los habitantes.

En esos instantes, Kijuxe exclama.

—¡Guarden silencio! ¡Guarden silencio!

Los tísegops y éphimits dejan de tocar sus instrumentos, esperando atentamente.

—¿Qué ocurre, su majestad? —pregunta Quermu.

—¿Qué hace aquí? —Se pregunta Húnem con preocupación—. Aún no es tiempo.

—¿Tiempo de qué? —inquiere Ítvicep.

—Luego, luego les explico. —Ahora se dirige con los hijos y dioses presentes—. Necesito estar a solas por unos momentos; salgan a la ciudad o visiten a los ótbermins. Yo les avisaré cuándo pueden regresar. Mientras van saliendo, Guírn llama a un tísegop que está de visita en la ciudad Kinrsátemip Exsap.

—¡Γυδςεδ! ¡Γυδςεδ!

—¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy! —responde el habitante.

—Necesito que vengas a la ciudad; una amiga tuya ha llegado. Tráela a mi casa.

 

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Regresando a Siopu Dimítvoem, Kéilan sigue caminando.

«¿Por qué todos visten ropas parecidas a los reyes del mar cuando salen a la superficie? Lo más raro es que yo tengo el mismo tipo de ropa. ¿Dónde habrá quedado mi vestido?».

Mientras piensa eso, revisa las túnicas simples azul fuerte que trae encima, ajustadas a su cintura gracias a un fajín, hecho con la misma tela y del mismo color; aún recuerda el vestido largo gitano que se había puesto hace poco, simple y con escote de hombros caídos. Hace poco se encontraba en su cabaña, ubicada en el bosque Piim-Asud, dentro del territorio del reino de Ítkelor; llegó a Nusueri gracias a un conjuro que acaba de realizar.

Al levantar la vista, se da cuenta de que la mayoría de los habitantes la miran extrañados.

«¿Estaré en el cielo? Todos tienen los ojos en blanco».

Intenta seguir caminando, pero una mujer se le acerca.

—Привет —dice amablemente la desconocida.

—¿Qué? Discúlpeme, pero no le entiendo nada —dice la joven, esperando que comprenda los gestos de la cara.

—Perdón, no sabía que hablabas el idioma de Ítvicep. Te estaba dando la bienvenida a la ciudad.

—Gracias. Es un alivio que pueda hablar mi lenguaje.

—¿Qué ser eres tú? ¿Apenas te ha creado Kijuxe?

—¿Quién? —inquiere Kéilan, muy confundida—. ¿A qué se refiere de que he sido creada?

—Lo que quiero saber es que criatura eres. Tú aura es de un tísegop o un éphimit, pero tienes el espíritu de una átbermin.

—Soy una hechicera humana. ¿Qué cosas son esas que acaba de mencionar? Es la primera vez que oigo tantas palabras extrañas.

—¿Una humana? Nunca había escuchado de ellos. ¿Qué haces por estos lugares? —responde la tísegop, ignorando completamente la pregunta de la visitante.

—He realizado un hechizo especial para pedir orientación; ¿ayuda en algo la palabra Húnem? Ese era el título del conjuro.

—Ese es el nombre de nuestro rey omnipotente; si quieres reunirte con él, lo encontrarás en su palacio, justo en el medio de la ciudad.

—Muchas gracias; ¿me podría indicar en qué dirección está?

—Claro. Dirígete en la dirección Hautvi.

—¿A dónde? —pregunta Kéilan muy confundida.

—Esa dirección —dice la tísegop, señalando con todo su brazo; luego le pregunta a la muchacha—. ¿Puedes volar? Es la forma más rápida de llegar; además, verás el palacio con mucha facilidad. Es el edificio más grande de toda la urbe.

—Por suerte puedo hacerlo.

En esos momentos, Kéilan hace aparecer sus alas violetas y empieza a elevarse por el aire.

—Adiós. Gracias por la ayuda. —Se despide ella de la habitante de la ciudad.

«Eso fue muy extraño», piensa la joven, preguntándose al final. «¿Qué significarán esas raras palabras?».

Volando hacia la dirección señalada, logra divisar el gigantesco edificio sin problemas; en medio del recorrido, escucha que alguien la llama.




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