Liebe Con Arepas

Capítulo 2 — Harina pan y despedidas

Nunca pensé que decir adiós doliera tanto… ni que doliera entre arepas, empanadas y olor a café recién colado. La casa está patas arriba. Mi mamá corre de un lado a otro metiendo cosas en una maleta que no cierra, mi papá está en el porche con cara de “¿de verdad mi bebe se va a Alemania?”, y Shanon, mi hermana, está intentando que Ajo no se meta dentro de la maleta.

—¡Nina, lleva más medias! Allá hace frío, mijita, frío de verdad, no como el aire acondicionado del supermercado —dice mamá, mientras aplasta un montón de ropa con las dos manos.

—Mamá, llevo cinco pares.

—Cinco no son suficientes. Llévate diez.

—¡Mamá, ni siquiera tengo diez pares!

—Bueno, entonces te compras allá, pero no me vas a coger una pulmonía, ¿oíste?

Shanon suelta una carcajada desde el sofá. Está en su uniforme de policía, pero con pantuflas de perrito.

—Te apuesto que allá va a conocer a un rubio grandote que le regale medias de lana.

—Ojalá —respondo sonriendo—. Y si no, le robo las suyas.

Mi papá carraspea, intentando parecer tranquilo.

—Yo todavía no entiendo cómo mi muchacha va a cruzar el océano así, sin conocer a nadie.

—Papá, es solo trabajo —le digo, dándole un abrazo—. Además, Shanon me ayudó con los pasajes. Ya está hecho. De algo me sirvió gastar esos ahorros el año pasado para sacar el pasaporte.

—Eso no significa que no me preocupe. Alemania, hija… eso suena lejos hasta para los mapas.

Su tono me hace reír y llorar al mismo tiempo. Papá nunca fue de muchas palabras, pero cuando las suelta, pesan.

Mamá vuelve a interrumpirnos con un tupperware en la mano.

—Te hice empanadas para el camino. Y te puse un termo con café. No vayas a comer esas porquerías del aeropuerto, y a gastar los reales innecesarios por si necesitas regresarte.

—Mamá, no puedo pasar empanadas por migración. Y no pienso devolverme con el rabo entre las piernas, algo tengo que hacer para enviarles dinero.

—¡Ay, claro que sí! ¡Si las escondes bien!

—¿Qué quieres, que me deporten por tráfico de empanadas? —respondo riendo.

Shanon casi se atraganta de la risa.

—Bueno, al menos te harías famosa —dice entre risas—. “Venezolana arrestada en Alemania con diez empanadas ilegales”.

—¡Doce! —grita mamá—. ¡Le metí doce, que el viaje es largo!

Papá se levanta, se limpia las manos en el pantalón y me mira con los ojos brillosos, aunque intenta disimular.

—Mijita, uno cría a los hijos pa’ que vuelen, pero no pa’ que se vayan tan lejos.

Le sonrío, con la garganta apretada.

—No me estoy yendo para siempre, papá. Solo voy a probar suerte.

—Eso dicen todos los que se van.

No sé si reír o llorar. Quizás ambas. Lo que si se es que los voy a extrañar como a nadie.

Me acerco y lo abrazo fuerte, sintiendo el olor a su colonia vieja y a café y ese olor a Ron camuflado que siempre intenta esconder de mi mamá. Por un momento, quiero decirle que me da miedo, que no tengo idea de lo que estoy haciendo, que no sé si voy a poder. Pero si abro la boca, lloro. Así que me quedo callada y lo aprieto más.

Shanon aprovecha el momento para sacar su celular.

—A ver, selfie de despedida —dice, alzando el teléfono.

Nos apretamos los cuatro, con Ajo en medio intentando lamer la cámara.

—¡Listo! —grita ella—. Y ahora, prométeme que me vas a escribir apenas llegues.

—Prometido.

—Y mándame fotos de esos machos alemanes.

—¡Shanon! —dice mamá, escandalizada.

—¿Qué? Tengo curiosidad científica —responde ella, sin remordimientos.

El ambiente se relaja con las risas. Por un momento, todo parece normal, como si no estuviera a punto de subirme a un avión que me llevará al otro lado del mundo.

Mamá se sienta frente a mí con ese gesto de cuando va a dar un discurso importante.

—Escúchame, Nina. Allá la gente es distinta. No confíes en nadie. No aceptes tragos de desconocidos. No des papeles personales. No te vayas con ningún hombre, aunque tenga cara de actor de Hollywood, ¿me oíste?

—Sí, mamá.

—Y come bien. Y abrígate. Y llama apenas llegues.

—Sí, mamá.

—Y si ves que algo no te gusta, te regresas. Aquí te esperamos, ¿entendido?

—Sí, mamá.

Shanon se inclina hacia mí y susurra:
—Traduciendo: “Te va a extrañar como loca, pero no lo va a admitir nunca”.

Mamá le da un manotazo cariñoso.

—¡Cállate tú, lengua larga!

Me echo a reír, y por un segundo se me olvida el miedo.

La tarde va cayendo sobre La Guaira, con ese sol anaranjado que pinta las paredes de dorado. El viento trae olor a mar y a nostalgia. Miro alrededor y siento que cada rincón de la casa me pertenece: el ventilador que suena como avión, las cortinas que mamá hizo con retazos, la foto familiar torcida en la pared.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.