La mañana siguiente me recibió con una resaca moral y otra alcohólica.
Me miré al espejo y casi me da un infarto: tenía el delineador corrido, el cabello como una escoba electrocutada y una vaga imagen en mi cabeza de un hombre desnudo, rubio y muy alemán diciéndome que estaba “en la cabaña equivocada”.
No sé qué fue peor: despertarme con el sabor a putrefacción y la vergüenza en la boca, o el dolor punzante en las sienes. Aunque pensándolo bien… no, lo peor era saber que me había humillado frente al jefe.
Las cosas aún están algo confusas, pero por lo que recuerdo, ese hombre tuvo que salvarme de morir congelada por mi testarudez, cargarme hasta la cabaña porque no podía sostenerme sobre mis propios pies, escucharme balbucear en un inglés lamentable sobre lo bueno que estaba y, para colmo, soportarme. Hasta que me acerqué con un patético intento de beso.
Perfecto. Primer día en Alemania y ya había visto al jefe sin ropa.
Ni las novelas mexicanas se atreven a tanto.
Tillie me lanzó una mirada entre divertida y cómplice mientras tomábamos café instantáneo.
—¿Dormiste bien, caribeña?
—Si por “bien” te refieres a soñar con cuerpos nórdicos y vergüenza ajena, entonces sí, dormí de maravilla.
—Prepárate, hoy presentan al nuevo grupo de empleados y… bueno, el “hombre de hielo” da la charla.
Tragué saliva. Fantástico. El universo tiene un sentido del humor retorcido.
—¿Podrías decirme qué pasó? —preguntó ella con ese tono de quien huele el chisme.
—Nada —respondí rápido.
No pienso darle detalles a nadie. Estoy demasiado avergonzada.
—Eh —replicó ella, escéptica—. Parece que tienes la melancolía posterior a la borrachera. Todos los hemos tenido, así que escúpelo.
¿De verdad todos sienten este velo de vergüenza y mortificación después de una noche de copas?
—Te hará sentir mejor, promesa.
Haré cualquier cosa por sentirme mejor en este momento.
—Lloré como un bebé anoche, es que… extraño a mi familia —admití finalmente.
Ella sonrió triunfal, como si acabara de ganar una apuesta.
—Fue horrible.
—Sí, bueno… las chicas se emocionan cuando están borrachas. ¿Quién era él?
Aparté la mirada, mintiendo descaradamente.
—No tengo ni idea.
—¿Ni siquiera obtuviste su nombre?
Negué con la cabeza.
—Bueno, al menos no fue nada demasiado salvaje. Nada apaga la libido más rápido de un hombre que una chica que llora —rió—. ¿Qué más…?
Otro recuerdo me golpeó y solté un jadeo.
—¡Ay, Dios mío! ¡Básicamente me le ofrecí! ¡Y le dije que era hermoso!
La saliva se acumuló en mi boca. Me voy a enfermar.
Por eso no debería beber cosas de dudosa procedencia. Mamá siempre tenía razón. Nos advertía a Shanon y a mí cuando íbamos a la playa con los chamos del barrio: “si un hombre insiste en invitarte, es para verte la cachetona de abajo”. Pero bueno… eso no viene al caso. Los nervios me hacen divagar.
—No te preocupes. Si lo vuelves a ver, discúlpate. Dudo que le importe una mierda.
—Espero que tengas razón —murmuré.
Todavía me cuesta creer que el hombre corpulento de los ojos más hermosos que he visto sea el hombre de hielo. Mi jefe. Pero ese es mi tipo de suerte: le dije que lo tenía grande… y que yo estaba caliente.
Gemí otra vez justo cuando Violeta al frente de la sala aplaudió varias veces para llamar la atención de todos.
Nos reunieron en un salón de madera con una enorme chimenea encendida. Afuera caía nieve como si alguien hubiera sacudido una almohada gigante sobre el bosque.
De un lado, de pie, estaba Bastian Wagner: traje gris oscuro, postura impecable y expresión de quien nació sabiendo dar órdenes.
Cuando Violeta empezó a hablar, el idioma sonó como una mezcla entre música y poesía: alemán puro, seco, musical solo para quien lo entendía.
Yo, evidentemente, no era una de esas personas.
Intenté seguirle el ritmo, pero apenas entendí Guten Morgen (“buenos días”) y algo que sonó como Verantwortung (“responsabilidad”… o quizá “rescate de tortugas”, no estaba segura).
Mis nuevos compañeros —un ejército de camareros, cocineros y guías de montaña— asentían muy serios. Yo solo sonreía con entusiasmo forzado, como si mi vida dependiera de ello. Y probablemente así era.
Me distraje con el espectacular telón de fondo tras la pared de vidrio: árboles, un lago, y al fondo, las montañas coronadas de blanco. Qué lugar más perfecto para casarse… si una no estuviera a punto de ser despedida.
Violeta continuó:
—El señor Wagner tiene toda la intención de obtener una calificación de cinco diamantes y cinco estrellas para Edelweiss. Ustedes son parte fundamental para lograrlo.
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Editado: 02.11.2025