No sé si era el frío de la mañana o mi imaginación, pero parecía que todo el complejo estaba conspirando contra mí. Apenas llegué a la recepción, sentí las miradas. Primero fueron susurros tímidos, como si los compañeros tuvieran miedo de que los castigaran por hablar demasiado alto:
—¿Viste cómo el jefe la mira?
—Sí… y ella… ella le sonríe.
—¡Ay, la latina y el jefe!
Mi corazón dio un salto y luego se me escapó un suspiro. “Perfecto”, pensé. “Ahora todos saben que me estoy jugando el pellejo en la oficina… y ni siquiera he roto nada todavía”.
Bastian apareció detrás de mí con su paso medido, elegante, esa forma de caminar que parecía medir cada centímetro del piso con precisión militar. Al verlo, los murmullos cesaron instantáneamente, pero yo podía sentir la tensión en el aire. Noté su ceño apenas fruncido, su mandíbula tensándose un poquito más de lo habitual. Ahí estaba, el “alemán perfecto”.
—Señorita Regalado —dijo con ese tono grave que me eriza la piel—. ¿Ha revisado la lista de invitados para el evento de gala?
—Sí, jefe —respondí, tratando de sonar profesional mientras mi corazón hacía piruetas—. Bueno, Señor Wagner… digo… Jefe.
Él no dijo nada, solo me lanzó una mirada que mezclaba sorpresa y… algo más, algo que me hizo sonreír y sentirme peligrosamente viva.
Por supuesto, Katrina estaba ahí. No podía faltar. Sus ojos se clavaron en mí con una mezcla de desprecio y cálculo. Sonreí por dentro; sabía exactamente lo que estaba pensando: “Si este juego va a empezar, que empiece”.
No pasó mucho tiempo antes de que recibiera la noticia: su hermano, Beltrán Wagner, iba a llegar al complejo a pasar unos días mientras seguía su viaje a Munich. Yo no sabía qué esperar; solo sabía que Bastian había puesto cara de perro apaleado cuando escuchó el nombre.
—Prepárate para lo que viene —susurró Greta—. Beltrán es igual de guapo, pero más risueño y encantador.
“Perfecto”, pensé. “Otro alemán, pero este con sonrisa incluida. Nada podría salir mal… ¿o sí?”
Cuando Beltrán llegó, fue como si todo el aire se llenara de un brillo dorado y risueño. Alto, impecablemente vestido, cabello perfectamente peinado, y esos ojos grises más profundos que el océano. Pero lo que me desarmó fue su sonrisa. Esa sonrisa que no perdona, que se abre al mundo y te hace sentir que cada segundo de tu vida merece ser vivido solo para verla.
—Hola, Preciosa —dijo, inclinándose ligeramente mientras ofrecía su mano—. Me han hablado mucho de ti.
—Eh… hola, señor Wagner —respondí, tratando de mantener la compostura mientras mi cerebro hacía cortocircuito—. Gracias… creo.
Bastian apareció detrás de mí como una sombra perfecta, cruzando los brazos, observando cada uno de mis movimientos. Su ceño fruncido era casi una obra de arte; su mandíbula tensa, una escultura griega, mostrando indicios de… ¿celos? Sí, celos, porque aunque él no dijera ni una palabra, su lenguaje corporal gritaba “¡Ella es mía!” y yo no podía dejar de sonreír Y yo, por supuesto, estaba atrapada entre los dos: uno frío y controlador, el otro risueño y encantador.
Beltrán no perdió tiempo: comenzó a hacerme preguntas, comentarios graciosos sobre mi adaptación a Alemania, mis desastres con el idioma y hasta sobre mis bailes improvisados en el pub. Reí, como siempre, demasiado alto y con esa chispa que parece encender a cualquiera.
—¿Así que eres venezolana? —preguntó, inclinándose con curiosidad—. Debes enseñarme a decir algunas frases… Por supuesto hablo bien el español, mi última novia era una colombiana, pero no funcionó.
No pude evitar soltar una carcajada. Le dije un par de frases en español con exagerado dramatismo y él intentó imitarlas. Bastian, detrás de mí, apretó los labios y giró la cabeza hacia otra dirección, como si el hecho de que alguien más me hiciera reír genuinamente le molestara.
Katrina no perdía detalle. Sus ojos estaban llenos de esa mezcla de furia y envidia que solo una mujer calculadora puede tener.
No pude evitar murmurar para mí misma:
—Ayyy, los desgraciados tienen esos genes perfectos… ambos Targaryen. Nada que ver con mi cabellera oscura. Definitivamente, Nina, estás metida en un gran lío.
Beltrán, ajeno a mi comentario interno, continuó su conquista: chistes, cumplidos, guiños, sonrisas. Y yo, por supuesto, no podía evitar responderle con mi humor tropical, mi sarcasmo y esa chispa que hace que todo sea más divertido… pero que al mismo tiempo ponía a Bastian en modo celos silencioso.
Bastian se acercó un poco más, colocando documentos sobre su escritorio, pero sus ojos no dejaban de observarme. Cada risa, cada sonrisa, cada movimiento mío frente a Beltrán parecía aumentar su tensión. Y yo, por supuesto, disfrutaba de ver cómo mi “jefe de hielo” se derretía lentamente, mientras yo mantenía mi humor como escudo.
—Greta, ¿qué opinas? —le pregunté, inclinándome hacia ella discretamente mientras Beltrán contaba un chiste sobre su intento de aprender frases venezolanas—. ¿Creo que él me está haciendo ojitos o estoy delirando?
—No deliras —respondió, sonriendo cómplice—. Pero Bastian… Otra risa más de ti y le estampa la cara a su hermano contra la pared.
#2374 en Novela romántica 
#793 en Otros 
#317 en Humor 
comedia humor enredos aventuras romance, romance +16, amorextranjero
Editado: 02.11.2025