El salón brillaba como una constelación. Cientos de luces doradas colgaban del techo, reflejándose en las copas de champán y en los espejos antiguos que multiplicaban cada movimiento, cada sonrisa fingida. La orquesta interpretaba una melodía tradicional bávara, alegre en apariencia, pero con una cadencia que parecía esconder melancolía.
Yo había regresado al salón con las mejillas encendidas. No sabía si era por el frío exterior o por lo que acababa de pasar. Cada paso que daba parecía marcar un eco interno. Tillie me vio acercarme y me lanzó una sonrisa cómplice. Greta alzó su copa, y Poncho me hizo un gesto desde la mesa, animado por la música. Todo parecía normal. Todo… menos Bastian.
Él estaba junto a Katrina, que reía con esa perfección ensayada. Su vestido plateado brillaba como un filo bajo la luz. Beltrán, mientras tanto, había sido rodeado por un grupo de huéspedes, y entre ellos, Greta, que coqueteaba abiertamente con él, jugueteando con el borde de su copa.
“Perfecto”, pensé, intentando no mirar hacia donde no debía.
—¿Todo bien, querida? —preguntó Tillie, inclinándose hacia mí.
—Perfectamente bien —mentí, y bebí un trago de champán más largo de lo necesario.
La música cambió: un vals elegante. Las parejas comenzaron a deslizarse por la pista de mármol, y entre ellas, Beltrán extendió la mano hacia Greta.
—¿Bailas? —le preguntó con esa sonrisa encantadora que tanto desconcierta.
—Encantada —respondió ella, y juntos se perdieron entre la multitud.
Me obligué a sonreír. A aparentar que no me importaba que mi cita coqueteaba con otra. A mirar hacia otro lado. Pero mis ojos me traicionaron: buscaron los de Bastian. Él me observaba. No como antes, no con rabia, sino con esa mezcla de deseo y contención que podía quebrar el aire entre nosotros.
Y, sin embargo, cuando Katrina apoyó la mano en su brazo, él no la apartó.
El corazón me dio un vuelco. “Muy bien, Wagner. Juego sucio, entonces.”
Decidida, di media vuelta y avancé hacia la barra. Fue entonces cuando una voz masculina, grave y cálida, me detuvo.
—Disculpe, señorita…
Me giré. Frente a mí estaba un hombre alto, de cabello entrecano, con traje azul medianoche y sonrisa encantadora.
—Nina Regalado—respondí mientras aceptaba la mano que había extendido frente a mi.
—Soy Thomas Walker —dijo—. CEO de AetherCorp, una empresa de tecnología espacial.
—Oh —parpadeé, sorprendida—. Encantada.
—He oído que coordina con admirable precisión la logística de este complejo —comentó, inclinándose levemente—. Y, si no me equivoco, tiene formación en administración industrial.
—Así es, veo que se informó muy bien. Me da un poco de miedo —respondí, un poco desconcertada.
—Verá, AetherCorp está en expansión. Aquí en Munich buscamos mentes jóvenes, con carácter. Gente que no se doblegue bajo presión. Creo que usted encajaría perfectamente.
Su tono era elegante, casi seductor, pero su mirada era profesional, evaluadora.
—¿Una oferta laboral en medio de una gala? —pregunté, divertida.
Él rió.
—Los buenos talentos no esperan el horario de oficina. Si me permite, le dejaré mi tarjeta.
La tomó de su bolsillo interior, justo en el momento en que sentí una presencia tras de mí. Bastó un segundo para reconocer ese perfume amaderado, ese calor invisible que me erizaba la piel.
—Señor Walker —dijo Bastian, con voz controlada—. No sabía que AetherCorp había decidido reclutar personal en eventos privados.
Este hombre me está poniendo de los nervios. Cómo es que desarrollo ese don para llegar junto a mi, en momentos como este.
Thomas sonrió, diplomático.
—Simple cortesía, señor Wagner. Su empleada tiene un perfil impresionante.
—No lo dudo —respondió él, sin apartar la mirada de mí—. Pero esta noche está fuera de horario laboral.
La tensión era palpable. Thomas asintió y se retiró con una sonrisa, dejando el aire cargado de electricidad.
—¿Era necesario ese comentario? —pregunté, girándome hacia él.
—Sí —replicó, con calma glacial—. No me gusta que te ofrezcan cosas que te den la posibilidad de alejarte de aquí… de…mi.
—No puede controlar eso —dije, alzando la barbilla—. Ni a mí tampoco.
Bastian soltó un suspiro bajo, casi imperceptible, y luego extendió la mano.
—Baila conmigo.
No era una petición. Era una orden disfrazada de cortesía.
Vacilé, pero sus ojos me retuvieron. Y, antes de que pudiera pensarlo, mi mano ya estaba en la suya.
La música cambió a un compás más lento, casi íntimo. Sentí su mano firme en mi espalda, el roce del tejido contra mi piel desnuda. Su respiración rozó mi sien.
—No sabes lo que me haces cuando te veo cerca de otro hombre —murmuró.
—¿Y tú crees que yo sí lo sé, cuando te veo con ella? —respondí en un hilo de voz.
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Editado: 02.11.2025