Liebe Con Arepas

Capítulo 21— Sombras bajo la nieve

El reloj marcaba casi la medianoche cuando regresé al salón. El aire estaba cargado de música, perfume y risas que se entrelazaban con el eco de las copas chocando. Desde las ventanas podía verse cómo la nieve seguía cayendo, como si el invierno se negara a rendirse.

Yo solo quería desaparecer entre la multitud, pero entonces una voz inconfundible me alcanzó por detrás, cargada de picardía y un dejo de vino tinto.

—Oye, bombón tropical, ¿ya se acaba la noche y todavía no bailas conmigo? —dijo Beltrán, con esa sonrisa suya que siempre bordeaba entre el encanto y el atrevimiento.

Me giré, y no pude evitar reír. Él estaba impecable en su esmoquin negro, el nudo de la corbata un poco suelto, como si hubiera estado en mil conversaciones a la vez.

—Pensé que mi cita estaba demasiado entretenido con otras como para preocuparse por mí —repliqué, alzando una ceja.

Beltrán puso cara de fingida ofensa.

—¿Insinúas que no tengo modales? —preguntó, acercándose un paso.

—No, insinúo que los olvidas cuando hay copas y coqueteos de por medio.

Él soltó una carcajada baja, encantadora.

—Puede que tengas razón —admitió—. Pero un caballero jamás permitiría que su cita se fuera sin bailar con él.

Y antes de que pudiera replicar, me tomó de la mano y me llevó al centro de la pista.

El cuarteto comenzó a tocar un vals moderno, con un ritmo lento y una melodía profunda. Las luces se atenuaron. Las parejas giraban, elegantes, sobre el suelo bruñido.

Beltrán me colocó una mano en la cintura, firme pero con suavidad.

—Con tu permiso —susurró, y me acercó un poco más.

Su cuerpo era cálido, y olía a madera, a tabaco suave y a perfume francés. Movía los pies con una soltura impecable, y su sonrisa —esa sonrisa peligrosa— parecía decir sé exactamente lo que hago.

Pero no era él quien hacía temblar mi pulso. No era él quien me quemaba la piel con solo una mirada.

—¿Sabes? —dijo Beltrán, mientras girábamos entre las luces—. Siempre pensé que el invierno te sienta bien. Pero esta noche… estás ardiendo.

—Debe ser el vino —contesté, con una sonrisa contenida.

—No. No es el vino.

Su voz bajó, grave, y sin previo aviso, me giró suavemente, quedando detrás de mí, sus manos sobre mis brazos desnudos. La música subió, y justo en el clímax de la melodía, me giró hacia él y me besó.

Fue un beso elegante, calculado. Sus labios eran cálidos, sus movimientos seguros. Pero no sentí nada. Ni el temblor, ni la chispa, ni el vértigo que solo un hombre podía causarme.

Me separé lentamente. Él me miró, y ambos reímos.

—Nada, ¿verdad? —dijo entre dientes.

—Nada —confirmé, riendo.

—Vaya decepción —respondió él, aunque en sus ojos no había rencor, sino una chispa traviesa.

Pero la risa murió al instante.

Porque Bastian estaba allí.

De pie, a pocos metros, con el ceño fruncido y una mirada que helaría el infierno mismo.

—¿Disfrutando el espectáculo, hermano? —dijo Beltrán con ironía, enderezándose sin soltarme aún.

—No sabía que andar seduciendo a las empleadas del complejo formaba parte de tu refinado estilo hermano —replicó Bastian, con la voz tan tensa que cada palabra parecía un golpe.

Beltrán sonrió, ladeando la cabeza.

—Oh, pensabas que tu eras el único que podía, tranquilo. Solo intentaba rescatar a tu preciosa Nina del aburrimiento. No todos somos tan… rígidos.

—No uses su nombre y, no vuelvas a tocarla —escupió Bastian, dando un paso al frente.

La tensión se cortaba en el aire. Algunos asistentes se detuvieron, fingiendo indiferencia, pero observando con atención disimulada.

—¿Por qué no admites lo que te pasa? —provocó Beltrán, mirándolo directo a los ojos—. Estás obsesionado con ella. Me atrevería decir que estás enamorado. Pero estas tan reprimido que ni tú lo entiendes.

Bastian lo tomó del brazo, fuerte.

—Cállate.

—¿Qué harás, pegarme? ¿Aquí, frente a todos? —Beltrán soltó una risa seca, la clase de risa que corta más que un insulto—. No sería la primera vez que arruinas algo por tus emociones, ¿verdad? Siempre fuiste el señor honor y rectitud… hasta que alguien hace tambalear tu mundo perfecto y te desarmas. Eso, querido hermano, se llama vivir. Y ya es hora de que empieces a hacerlo realmente.

Bastian apretó la mandíbula, los nudillos tensos a su costado.

—¿Honor? ¿Rectitud? —repitió, con una calma gélida que apenas contenía el estallido—. No sabes ni lo que significan esas palabras, Beltrán. Jamás te ha importado nada ni nadie que no te beneficie. Así que no te atrevas a juzgarme por poner mis responsabilidades antes que mis caprichos. Soy un hombre de palabra, y eso es algo que tú jamás entenderás. Perdóname por no vivir de fiesta en fiesta, despilfarrando dinero como si la vida fuera un circo. En el mundo real la gente trabaja, se gana lo que tiene… y se lo toma en serio.




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