La mañana siguiente fue un desfile de miradas y susurros. En el comedor, cada bandeja que caía sonaba como un aplauso irónico. Tillie trataba de animarme con panquecas, y Greta, con su sarcasmo habitual, decía que la foto al menos me había dejado el cabello con “efecto halo celestial”.
Yo solo quería desaparecer en la lavadora industrial.
Cuando sonó mi teléfono y vi el nombre de mi hermana, supe que aquello no sería mejor. Le había escrito por WhatsApp la noche anterior mientras daba vueltas en la cama. Los mensajes se marcaron como entregados, pero la respuesta nunca llegó, así que, a las tres de la madrugada, dejé de esperar y el sueño por fin me venció. Ahora estaba segura de que lo que venía no sería nada fácil.
—¿Sabrina Regalado? —dijo con tono de telenovela apenas contesté—. ¿Tú saliendo medio desnuda con tu jefe en las redes del complejo? ¡Te juro que, si no te conociera, pensaría que estás grabando un episodio para La casa de los famosos!
—Gracias, Shanon, muy alentador —bufé—. Si llamas para burlarte, no estoy de humor.
—Llamo para decirte que es hora de aceptar el trabajo que te ofreció aquel huésped en la gala —replicó con firmeza—. ¿Cómo era que se llamaba?
—Thomas Walker —respondí con fastidio.
—Te lo dije, Nina: no te metas con tus jefes, especialmente si son dioses millonarios disfrazados de mortales.
—No me “metí”, fue un accidente meteorológico. Quedamos atrapados y una cosa llevó a la otra y, bueno… se podría decir que fue supervivencia básica —dije, exasperada—. Y él no está disfrazado, simplemente… omitió detalles. Bastian tendrá sus razones, Shanon, y no pienso juzgarlo por eso. Tú tampoco deberías.
—Ajá. Detalles como ser el CEO. Un pobre multimillonario heredero. Muy pequeño el detalle, ¿no? Deberías haberlo googleado al menos. ¿Acaso es un fetiche de la élite de esos países jugar con jóvenes tontas que sueñan con ser una Cenicienta moderna? Por favor, Nina, eres más inteligente que eso.
Me quedé callada. El eco de la noche anterior seguía mordiéndome por dentro.
Shanon siguió hablando:
—Escucha, hermanita, no quiero ser dura contigo. Entiendo que te sientas sola, estás en un país extraño, alejada de tu gente, pero no dejes que esa cucaracha de panadería te agarre como si fueras un yo-yo. Sal de ahí con dignidad. Acepta ese puesto en la empresa de Múnich: es en la ciudad, buen sueldo, nada de tormentas ni madres millonarias persiguiéndote. Es lo mejor. Te fuiste de aquí porque te sentías estancada, así que no repitas lo mismo allá.
—Sí… —murmuré, más para mí que para ella—. Tal vez tengas razón, Shanon. Mándales mis cariños a los viejos y un abrazo a Ajo.
Cuando colgué, Greta estaba en la puerta del cuarto con cara de funeral.
—¿Vas a irte? —preguntó, cruzándose de brazos.
Tillie, detrás de ella, apretaba una taza de café como si fuera un escudo.
—Solo estoy pensándolo —respondí.
—No puedes dejarnos con todos estos alemanes fríos —dijo Tillie, mirando a Greta con culpabilidad—. Eres la única que nos recuerda que aún hay calor entre las tormentas invernales.
—Y escándalos virales candentes, claro —añadió Greta, medio riendo—. Pero igual, te vamos a extrañar, chama.
Sonreí por el acento forzado de Greta, intentando no quebrarme.
Afuera, el viento volvía a soplar, pero esta vez no traía nieve, sino ese vacío después de una tormenta: el que deja las decisiones pendientes.
Pasó una semana.
Bastian había viajado a Múnich. Nadie sabía mucho, solo que la señora Wagner había dado “órdenes familiares”.
Cuando regresó, parecía otro hombre. Traía un abrigo nuevo, una expresión más fría y un séquito de personal administrativo que comenzó a instalarse por todo el complejo: contadores, nuevos supervisores, incluso un gerente que se presentó con sonrisa plástica y olor a perfume caro.
El antiguo Bastian —el que compartía café y caminatas antes del amanecer— parecía haberse quedado enterrado bajo la nieve.
Me lo crucé una tarde en el corredor principal, dando indicaciones.
—Señor Wagner —dijo el nuevo gerente, un tipo llamado Markus—, ¿quiere que revise el reporte de los proveedores?
—Hazlo —respondió él, seco, sin levantar la vista.
“Señor Wagner”. Me dolió más de lo que admití.
Cuando pasó a mi lado, su mirada se detuvo apenas un segundo. Suficiente para saber que había algo que necesitaba decir.
—Nina —murmuró—. ¿Podemos hablar?
Me encogí de hombros; sabía que era inevitable. Pero ¿cómo le explico al corazón que lo que estoy sintiendo no es solo añoranza, sino un ataque cardíaco emocional? Este hombre está metido en mi sistema, y dudo mucho que, aunque me vaya a la luna, pueda sacarlo.
Caminamos hasta el jardín trasero, donde la nieve parecía eterna, casi mágica. Se quitó los guantes con lentitud, como si cada palabra pesara demasiado.
—Sé que debería habértelo dicho antes —comenzó—. No quise mentirte. Solo quería que me vieras como un hombre normal, no como… el dueño de todo esto —hizo un gesto con la mano, con cara de fastidio.
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Editado: 18.11.2025