Liebe Con Arepas

Capítulo 27 — El sonido de irse sin cerrar la puerta

Esperé unos segundos, lo suficiente para que él cerrara la llamada, y di media vuelta. No podía quedarme un minuto más en ese lugar. No después de eso. No recuerdo haber bajado las escaleras, ni haber salido de la oficina. Solo recuerdo el zumbido constante en mis oídos, como si todo lo que había escuchado quisiera seguir repitiéndose hasta romperme por dentro.

"Tranquilo, amor... me alegra que finalmente te hayas dado cuenta de que soy yo la que debe estar a tu lado."

Cada palabra de Katrina sonaba en mi cabeza como un golpe de martillo. No sé qué dolía más: la posibilidad de que fuera verdad, o la certeza de que yo había creído en algo que no me pertenecía.

Entré en mi habitación sin encender la luz.Todo estaba como lo había dejado: la maleta a medio llenar, mi taza de café frío sobre la mesa y ese silencio que ya me resultaba insoportable. Me miré al espejo y apenas reconocí mi reflejo. Tenía los ojos hinchados, el cabello desordenado y el alma en huelga.

—Muy bien, Nina —me dije a mí misma—. Hora de dejar de hacer el ridículo.

Guardé el resto de mis cosas en la maleta con la precisión de quien realiza una cirugía emocional: sin mirar, sin pensar, solo cortando lo que duele. Cerré la cremallera y respiré hondo. El sonido del cierre metálico fue como una sentencia: final de temporada, fin del capítulo.

Tomé mi abrigo y salí.

El complejo estaba casi vacío a esa hora; solo se escuchaba el viento colándose por los ventanales y el lejano rumor del lago. Mis pasos resonaban en la nieve como si toda la montaña quisiera asegurarse de que no olvidara lo que estaba haciendo.

Llegué al vestíbulo principal. El guardia de noche me miró sorprendido.

—¿Va a algún lado, señorita Regalado? —preguntó con una sonrisa amable.

—Una nueva aventura me espera—respondí, aunque ya no estaba segura de nada.

Él asintió, sin hacer más preguntas.

Agradecí en silencio su discreción y empujé las puertas de vidrio. El aire helado me recibió de frente, como un cachetazo necesario.

Estaba a punto de dar el primer paso hacia afuera cuando lo escuché detrás de mí.

—¿De verdad pensabas irte sin despedirte?—su voz me atravesó la espalda.

Su voz.

Esa voz que podía sonar como una orden o como una súplica, dependiendo del momento.

¡Maldita sea mi suerte! Se suponía que me iría en silencio, sin testigos ni escenas, como quien comete un suicidio emocional con la esperanza de que nadie note el cuerpo. Después llamaría a los chicos, les suplicaría perdón por irme sin avisar, inventaría alguna excusa torpe y los sobornaría con una salida a la ciudad para compensar mi cobardía.

Pero esto… esto no lo vi venir. Y no lo quería, no ahora, cuando mi voluntad pendía de un hilo tan delgado que bastaba su voz para romperla.

Me giré despacio.

Bastian estaba allí de pie a unos metros, con la chaqueta desabrochada, con la camisa blanca remangada, los ojos encendidos y el corazón desordenado en la mirada.

Como si tampoco hubiera dormido en días.

—No quería molestar —dije, intentando mantener la compostura—. Parecías ocupado.

Sus ojos se oscurecieron apenas.

—¿Ocupado?

—Sí. Con tu “rumbo nuevamente en orden”, según tus palabras —le lancé, con más veneno del que pretendía—. Felicidades por eso, por cierto.

Un músculo le tembló en la mandíbula.
—Escuchaste.

—No tenía intención de hacerlo —repliqué—. Pero lo hice. Y, sinceramente, fue bastante ilustrativo.

—Nina… —empezó, dando un paso hacia mí—. No fue lo que crees.

Reí.
No con alegría, sino con ese tipo de risa rota que se usa para no llorar.

—Siempre dices eso cuando te descubren, ¿verdad? “No es lo que parece.”
Lástima que, al final, siempre lo parece demasiado.

—No estás entendiendo —insistió, acercándose más—. Katrina no es…

—No la nombres —lo interrumpí, levantando la mano—. No quiero que su nombre manche este momento.

Nos quedamos en silencio.

El viento se colaba por las puertas entreabiertas, moviendo un mechón de mi cabello que él, casi sin pensarlo, apartó con la mano. Su tacto fue tan familiar que dolió.

—¿Vas a irte así? —preguntó, bajando la voz—. ¿Sin darme la oportunidad de explicarte?

—Bastian, ya tuve suficientes explicaciones disfrazadas de excusas —respondí—. No necesito entenderte para saber que esto no funciona.

—¿Y qué “esto” es? —su voz tembló apenas—. ¿Lo que fuimos? ¿Lo que somos?

Lo miré con tristeza.

—Lo que nunca terminamos de ser.

Él respiró hondo, como si buscara el aire que yo ya había dejado atrás.

—No sabes cuánto quise hacerte quedarte.

—Lo sé. Pero querer no siempre basta.

Se acercó un paso más. Podía sentir el calor de su cuerpo, ese calor que me había costado tanto ignorar. Su mirada se detuvo en mis labios, como si buscara permiso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.