Liebe Con Arepas

Capítulo 32 — El mundo pareció detenerse.

Me quedé allí, mirándolo como si no entendiera nada, como si no fuera capaz de procesar que el hombre que no podía decir “hola” sin sonar como un contrato bancario… había aprendido español solo para decirme que me amaba.

Bastian.

Diciendo te amo en mi idioma con ese acento imperfecto que me derritió entera.

Sentí que las piernas me flaquearon.

—Bastian… —susurré, porque no me salían más sílabas.

Él me sostuvo la mirada, firme, íntegro, sin esos muros que siempre levantaba para protegerse del mundo. Y fue justo cuando sentí que me iba a caer —de emoción, de nervios, de amor idiota— que él dio un paso más. Apenas uno pero suficiente para saber que iba a besarme.

Sus dedos rozaron mi mejilla, la música explotó en un coro obsceno, mis labios temblaron un poco, solo un poco.

Y entonces.

—¡Nina!

Nos interrumpieron como si lo hubieran ensayado.

Adrien apareció a mi derecha, casi entre nosotros como un árbitro de boxeo que entra a tiempo para evitar un knockout.

—¿Todo bien? —preguntó, con una sonrisa tensa que decía esto no me está gustando nada.

Bastian lo miró como si estuviera evaluando cuántos segundos le tomaría moverlo de un manotazo.

—Estamos teniendo una conversación —dijo él, con ese tono grave que podría partir un diamante.

—Sí, claro, una conversación —replicó Adrien—. Totalmente normal acercarse al oído de alguien susurrando cosas en un idioma que aprendiste solo para impresionarla. Muy casual. Muy… sano.

—Adrien —murmuré, llevándome los dedos a la sien.

Sabía que esto se venía.

Sabía.

—¿Qué te dijo? —preguntó Adrien, y me tomó del codo con la suavidad de quien intenta no parecer amenazante—. Porque si te está incomodando, si te molesta, tú me dices, puedo quedarme.

Fue dulce, inapropiado, valiente, y justo lo que provocó que el alemán se transformara.

Bastian avanzó un paso.

Adrien retrocedió otro.

La pista de baile parecía abrirse sola alrededor de nosotros.

—No la toques así —dijo Bastian, la voz baja, afilada.

Eran celos. Celos del tipo que se huelen antes de escucharlos.

—Perdón, ¿qué? —Adrien frunció el ceño y soltó mi brazo, levantando las manos como si le apuntaran con una pistola—. Solo quería saber si estaba bien, somos compañeros de trabajo, para tu información.

—Y yo soy… —Bastian apretó la mandíbula.

Era evidente que iba a decir su novio, su algo, su destino, su error, cualquier cosa que demostrara que él tenía un lugar en mi vida, pero se tragó la palabra, la digirió, la sufrió.

—Yo soy Bastian —terminó diciendo, como si fuera suficiente.

Adrien levantó una ceja.

—Sí, ya lo sabía —respondió, con esa flema europea que parecía un bofetón elegante.

Yo metí la cabeza entre las manos, porque esto solo podía ponerse peor.

Poncho, Manuel, Tillie y Greta estaban filmando a lo lejos, yo los vi, ellos no se escondieron.

Poncho incluso me hizo señas de “¡déjalos pelear como gallos!”.

Dios mío.

—Escuchen —dije levantando las manos—. No quiero que nadie se pelee. Es mi cumpleaños. No quiero golpes, ni drama, ni…

—¿Estaba tratando de besarte? —preguntó Adrien, señalando a Bastian con la sutileza de un martillo.

—Eso no es asunto tuyo —respondió Bastian.

—¿Ah, no? Pues si está siendo invasivo, sí lo es.

—No la estoy invadiendo —gruñó Bastian, dando otro paso.

—Solo porque ella no te dejó terminar —soltó Adrien.

Un murmullo explotó entre mis amigos.

Poncho gritó:
—¡Pelea, pelea, pelea!

Tillie lo golpeó con el bolso.

Yo respiré hondo, como quien invoca a todos los santos.

—¡Los dos, silencio! —exclamé, poniéndome entre ellos.

Ambos se detuvieron.

Bastian me miró como si temiera decir algo equivocado. Adrien como si quisiera protegerme y también salvar su dignidad.

—Bastian —dije, y me acerqué un poco más a él—. Gracias. Por lo que dijiste, por el español. Por… estar aquí. Pero necesito un segundo.

Él bajó la mirada.

Asintió una vez.

Y juro que ese gesto sencillo me destrozó un poco más que cualquier palabra.

Me giré hacia Adrien.

—Y tú… gracias por preocuparte, pero estoy bien, en serio.

Él suspiró, derrotado.

—Solo… si necesitas que te saque de aquí, lo hago.




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