Liebe Con Arepas

Capítulo 33 — Finalmente Liebe.

Sus dedos seguían rozándome la mejilla, y yo ya no podía pensar con claridad, la ciudad brillaba detrás de él como un universo entero decidido a celebrarnos. O tal vez era solo mi corazón haciendo cortocircuito.

—Nina… —susurró.

Y fue suficiente.

Di un paso adelante, acortando el espacio entre nosotros, sentí su respiración, cálida, temblorosa, ese hombre nunca temblaba, y ahora temblaba por mí.

—Bastian —dije en un hilo de voz—. ¿Sabes algo?

Él inclinó apenas la cabeza, como si temiera romper el momento.

—Qué cosa.

—Que hoy… hoy es mi cumpleaños.

Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta.

—Lo sé.

—Y también sé otra cosa —continué, con el corazón vibrándome en el pecho—. Que este… —mis manos se elevaron casi sin permiso, rozando su camisa, su cuello, su mandíbula— …ya es el mejor de mi vida.

Sus ojos se cerraron un instante, como si esas palabras lo atravesaran.

—Nina…

—Déjame terminar —dije suavemente.

Él abrió sus ojos, y por un instante, vi demasiadas emociones juntas: alivio, miedo, deseo, ternura.

—Nunca me sentí tan feliz como cuando estoy contigo —confesé, sin aire, sin filtro—. Nunca, y no sé si te lo mereces, no sé si yo lo merezco, no sé nada… excepto que tú me haces sentir viva de una forma que no sabía que existía.

Sonreí, nerviosa.

—Y si hoy tengo que pedir un deseo, va a ser este: tú para siempre.

Bastian inhaló como si le acabara de devolver el oxígeno al mundo entero y entonces, sin pedir permiso, sin miedo, sin distancia, me tomó por la cintura y me besó.

Un beso lento al principio, como si ambos necesitáramos memorizar el momento, luego más profundo, más urgente, más él. Mi espalda chocó suavemente contra la pared de cristal y el mundo entero quedó fuera, allá abajo, donde no importaba nada.

Solo él.

Solo yo.

Solo nosotros.

Sus manos subieron por mis costados, mi cuello, mis mejillas, su cuerpo contra el mío era una declaración completa, cuando nos separamos apenas para respirar, nuestras frentes quedaron pegadas.

—No sabes —susurró contra mis labios— cuánto tiempo he querido hacer esto.

—Yo sí —respondí jadeando—. Lo esperaba desde que me llamaste bruja por primera vez.

Él rió contra mi boca, una risa baja, dulce y peligrosa.

—Eras una bruja —murmuró—. Y me hechizaste desde el primer día.

Volvió a besarme, más suave, como si el mundo se hubiera ablandado alrededor.

Me tomó de la mano, entrelazando nuestros dedos, y me guió hacia el interior del penthouse. Todo era luz cálida, líneas limpias, silencio envolvente. Pero nada de eso importaba. Importaba él. Él y cómo me miraba, como si yo fuera la única verdad que jamás había querido aceptar.

La noche avanzó entre risas nerviosas, caricias tímidas que se transformaron en seguras, palabras que nunca nos habíamos atrevido a decir, nos quedamos en el sofá, luego junto a los ventanales, luego en su habitación con la ciudad iluminándonos la piel.

No fue una noche perfecta, fue mejor, fue real, fue nuestra, y cuando, ya muy tarde, con su pecho bajo mi mejilla y su brazo alrededor de mi cintura, él murmuró:

—Feliz cumpleaños, mi bruja bonita.

Sonreí contra su piel.

—Gracias —susurré—. Por esto y por todo.

Le di un beso lento en la clavícula, sintiendo su respiración calmarse.

—Bastian… tú haces que yo sienta que pertenezco a algún lugar por primera vez.

Mis dedos rozaron su pecho.

—Eres mi lugar favorito.

Él me apretó un poco más fuerte, como si temiera perderme incluso dormido.

—No voy a dejar que te vayas sola a Ginebra —dijo, con la voz entre sueño y promesa—. Iré contigo, pero no pienso soltar lo que siempre debió ser nuestro.

Cerré los ojos, invadida por una paz que jamás había conocido, ese fue el instante exacto en el que supe que mi vida acababa de cambiar y que mi mejor cumpleaños… Recién estaba empezando.

Desperté con una luz suave filtrándose por las enormes cortinas del ventanal, durante un segundo, no supe dónde estaba. Hasta que sentí un brazo fuerte sobre mi cintura, el peso cálido de un cuerpo detrás del mío, una respiración lenta, profunda, que rozaba mi nuca.

Y entonces lo recordé todo, cada palabra, cada caricia, cada decisión. Sonreí sin poder evitarlo.

Me quedé quieta, disfrutando del calor de él rodeándome, como si aún estuviera protegiéndome de algo, como si su cuerpo supiera que yo podía desaparecer si no me mantenía cerca.

Bastian se movió apenas detrás de mí, un murmullo bajo escapó de su garganta.

—Nina… —su voz ronca, aún adormilada, se derramó sobre mi piel—. ¿Ya estás despierta?




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