Liebe Con Arepas

EPÍLOGO — Un año después

Munich — Complejo turístico Edelweiss.

Si alguien me hubiera dicho hace un año que terminaría casada con un alemán terco, hermoso, intensamente estructurado y que besa como si el mundo fuera a acabarse cada vez que lo hace…

Yo habría dicho:

—Ay por favor, ¿tú me viste cara de pendeja?

Y sin embargo, allí estaba, respirando el mismo aire frío de montaña que respiré el primer día que llegué a este lugar con una maleta rota y cero expectativas.

Solo que esta vez… no estaba sola.

Esta vez estaba entrando al complejo… como la señora Wagner.

Y eso sonaba exageradamente formal para alguien que responde por “vale”, “chama”, “mi amor” y “no joda”.

¿Cómo llegué aquí?

Fácil: dije que no.

Meses atrás, cuando Thomas Walker me ofreció el traslado a Ginebra, la Nina vieja habría aceptado sin pestañear, cambio, oportunidad, aventura.

Pero la Nina de ahora…

La que había sobrevivido a un alemán con el corazón hecho hielo y la mirada hecha incendio… Esa sabía que la verdadera aventura estaba aquí.

Así que dije:

—Señor Walker, agradecida… pero no.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Porque sí.

—…Entiendo.

Mentira. No entendió nada, pero me dio mi aumento, así que todo bien.

Adrien terminó tomando mi puesto en Ginebra y ahora vive enviándome notas de voz en perfecto español diciendo:

—Amiga, los suizos no bailan. Mándame a Beltrán, por favor.

Y sí, Adrien “juega para el otro bando”, como decimos en mi país —o mejor dicho, en el suyo es parte orgullosa de la comunidad LGBT—, y toda esa actuación suya de pretendiente perfecto era simplemente para echarme una mano… y para sacarle canas verdes a mi alemán favorito. Porque ajá, ¿quién dijo que una mujer no puede usar sus armas para que un testarudo alemán por fin entienda lo que tiene enfrente antes de perderlo?

Todos lo sabían.

Menos Bastian, por supuesto.

Cuando se lo confesé casi se le descuelga la mandíbula. Todavía no termina de asimilarlo, el pobrecito.

Y mira, yo no lo culpo: Adrien está como para chuparse los dedos.
Ojalá encuentre pronto a su media naranja… porque a ese muchacho le sobra amor pa’ dar.

La propuesta.

Bastian me pidió matrimonio un martes.

Un martes.

¿Tú sabes lo poco romántico que es un martes?

Pero él convirtió ese día en una película.

Todo el apartamento estaba lleno de velas, el piso rociado con pétalos de rosas y una mesa gigante con mantelería blanca y copas brillantes. Parecía sacado de Pinterest… hasta que vi el menú.

Arepas.

Arepas perfectas, crocantes, doraditas, con margarina, queso rallado y hasta perico.

—¿Tú hiciste esto? —pregunté, incrédula.

—Me tomó tres días… y dos incendios —dijo con una humildad que no le quedaba nada bien.
—¿Dos incendios?

—Beltran dijo que fuimos afortunados de conservar el apartamento.

Lloré.

Lloré como si me hubieran dicho que Venezuela ganó un mundial. Y después me reí porque la mezcla de Bastian intentando hacer arepas era más romántica que mil cenas Michelin.

Y allí mismo, mientras yo tenía las manos llenas de grasa y dignidad cero, se arrodilló.

—Nina… ¿te casarías conmigo?

—¡Claro que sí, chamo! ¡Pero lávate las manos, por favor!

Completa.

Volvimos a Edelweiss, donde lo conocí, donde lo perdí y donde espero no perderlo de nuevo.

La nieve caía suave, como si alguien hubiese puesto el mundo en cámara lenta, el salón estaba iluminado con luces cálidas, flores blancas y madera que olía a hogar.

Y entonces… vi a mi familia. Mi mamá llorando, mi papá agarrándose los lentes, mi hermana Shannon con un vestido azul que le quedaba divino. Y Ajo… mi perro… con un lacito rojo y ladrando como si fuera parte oficial del cortejo.

—¿Qué… qué hiciste? —solté, sin aire.

Bastian me miró con esa seriedad suya que siempre esconde ternura.

—Hice lo correcto —respondió—. Traer tu mundo al mío.

Lloré otra vez. Un récord personal.

Lo más gracioso fue Beltrán, quien juró hasta el cansancio que él odiaba las bodas… Hasta que vio a Shannon.

"Verga… ¿y esa quién es?", preguntó con la sutileza de una piedra.

Yo solo pude decir:

—Mi hermana.

—Ah. Aja… ¿tiene novio?

—No.

—¿Y por qué no me lo habías dicho antes?

—Ni se te ocurra acercarte a ella, Beltrán. Temo más por ti que por ella.




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