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Capítulo 1: Ponele que sí.


La gente suele decir que escribir es fácil, algo así como, ¿lo único que necesitás no es un poco de imaginación y listo?

Claro, acompañado de un gesto facial que indica que te están dando la verdad más obvia y conocida por la humanidad. Como si escribir fuera una especie de ley de gravedad, tan simple como respirar, tan fácil como agarrar la lapicera o el lápiz y dejarse guiar por los amables espíritus de la literatura. 
Lo que es obvio es que lo dicen porque nunca tuvieron que enfrentarse a la mirada en blanco de una hoja vacía, incapaz de poder continuar con la historia a la que tanto empeño y dedicación le pusiste. Lo dicen porque nunca sintieron la desesperación de no encontrar las palabras adecuadas, o la frustrante situación de reescribir diez veces el mismo párrafo por no sentirse satisfecha con los resultados.

Por supuesto que no tienen idea lo que es quemarse las neuronas para sorprender al lector, para crear nuevos mundos, para no contradecirte a la mitad; jamás tuvieron que hacer fichas de personajes, mapas conceptuales y las incontables penurias con las que el místico oficio del escritor desafía al autor.

Entonces, cuando Melina Maidana descarga su enojo contra el mundo y le dicen que escribir es fácil, ella rueda los ojos y suelta su clásico y resignando: «ponele que sí».

En ese momento, se suponía que debía escribir una escena épica, donde los personajes principales se declararan su eterno amor después de tantas dificultades, pero por alguna razón que no podía vislumbrar, era incapaz de pensar la forma adecuada de escribir la épica escena que necesitaba. 
Tenía todo lo necesario, música, un ambiente relajado, un clima perfecto para dejar correr la imaginación... Pero nada, las palabras no llegaban, y si escribiera en papel como cuando era más chica, su habitación estaría regada de bollos por todos lados, como una lluvia de letras desechadas. 
Con un suspiro de cansancio, cubrió su cara con sus manos y fingió llorar desconsolada porque el dramatismo nunca estaba de más en ella.

 

—Lo estás forzando demasiado, te está saliendo humo de las orejas de tanto pensar —dijo su hermana de repente. Su llanto desconsolado se cortó para mirarla lo más molesta posible, pero como siempre, Mayra, su pequeña hermana, era inmune a las miradas de enojo y odio de la gente.

 

—No lo forzo, solo no entiendo por qué no sale. ¿Es tan difícil pensar la forma más épica para el desenlace de esta escena? —preguntó de forma retórica hacia el universo.

 

—Para tu cerebro parece que sí —contestó la indeseable con su usual tono aburrido. Melina se preguntó por qué tenía que ser ella la portadora de la voz del universo mientras giraba su silla de escritorio para encararla.

 

—Callate, no estás siendo de mucha ayuda ahí tirada en mi cama.

 

—¿Cómo que no? Deleito tu vista con mi belleza —aseguró sin despegar la vista del tomo de manga que compró con sus ahorros. En respuesta, la mayor de las chicas se acercó a ella para tirarse a su lado y ver qué leía su pequeña hermana.

 

—A mí me suena más a que te estás escondiendo de papá. Se supone que tendrías que estar estudiando, no leyendo tu librito de dibujos —dijo para molestarla un poco. Sabía que se llamaba manga y no cómic o libro de dibujos, pero siempre la hacía enojar con lo mismo porque la divertían sus expresiones de indignación e inminente asesinato.

 

—¡Que no es un libro de dibujos! ¡Manga, se llama manga y es una obra de arte! —reviró embravecida y Melina tuvo que contener la carcajada que quería salir de sus pulmones.

 

—Sí, bueno eso, lo que sea. Dejá un rato tu botamanga y prestale un poco de atención a tu hermana. -De inmediato la adolescente golpeó su cabeza con el tomo en sus manos. Ese era otro de sus chistes predilectos para molestarla, ya que manga sonaba igual que la manga de una remera, Melina solía cambiarlo por botamanga, que era el nombre de la parte del dobladillo de las piernas de un pantalón.— ¡Auch! ¿No ves que estoy sufriendo? ¿Cómo podés ignorar el sufrimiento de tu hermana favorita? —cuestionó tirándose sobre ella para exigir su atención.

 

—Sos mi única hermana —fue todo lo que dijo.

 

—¡Con más razón! Ah, ya no queda amor fraternal en este mundo —aseguró con un suspiro, y para agregar un poco de sazón a la escena, llevó el dorso de su mano a su frente como en las antiguas películas.
En respuesta, Mayra, acostumbrada a la personalidad bulliciosa y dramática de su hermana mayor, consoló su abatido corazón con unas palmaditas en su cabeza.

 

La relación entre ambas hermanas siempre había sido unida. Melina, pese a ser más activa, risueña y un poco -bastante- molesta, adoraba cuidar de su hermanita. Muchas veces, Mayra tuvo que admitir que su hermana fue la única figura materna que realmente tuvo, y estaba más que agradecida por ello. Nadie la pudo haber guiado mejor. 
Por alguna razón, las hermanas comenzaron una competencia de empujones para ver quién tiraba a quién fuera de la cama, pero antes de conocer a la ganadora, la puerta se abrió y Eloy Maidana entró con su típico aura de matón, pero que en realidad escondía el corazón más noble y cálido del mundo.

 

—¡Papá! ¿¡Cuántas veces te tengo que decir que golpees antes de entrar?! ¿Mirá si me estaba cambiando o algo así? —chilló Melina sentándose en la cama.

 

—Hija, te cambié los pañales y te bañé hasta los doce años. No creo que tengas algo que no te haya visto ya. —Ante eso, Mayra quien había vuelto a su manga, comenzó a reír sin parar y a burlarse de su hermana.

 

—¡Eso porque no me dejabas bañarme sola! ¡Decías que me podía caer y romperme el cuello o algo así! —se defendió indignada—. Lo de exagerada se hereda, porque te aseguro que lo saqué de vos.

 

Eloy sacudió su mano restándole importancia al comentario de su hija mayor, y sonrió feliz mientras se sentaba en un espacio libre en la cama. Le gustaba interrumpir sin más en la habitación de sus hijas solo para que no olviden que no vivían solas y porque bueno, no podía evitar divertirse un poco haciéndolas enojar.




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