Limit Breaker: Tokyo Dungeon

Capítulo XXII: Inocencia entre tanta muerte

Durante la noche, Indira se recuesta en su cama y cierra los ojos, recordando como siempre los fatídicos recuerdos de su infancia, donde ella y su gente eran objeto de abusos por parte de la generación gurka anterior. A pesar de haber nacido y criado en una pequeña aldea de no más de 600 personas y cuya principal fuente económica eran las pequeñas plantaciones de arroz, ella fue muy feliz con padres amorosos.

Cada noche ellos cenaban y por parte de su madre, ella le enseñaba el arte del hilado con el cual podía realizar el rito de la adultez. Sin embargo, el mismo día en que dicho ritual debía hacerse, los gurkas aparecieron y bajo amenazas obligaron a mujeres irse con ellos y los hombros enviados a cumplir con un trabajo como si todos en la aldea fueran peones que debían trabajar según la voluntad de esos mercenarios sádicos.

A pesar de tener 18 años, su madre, Ryvra, la oculta entre los arbustos más lejanos y le pide, le ruega que no salga.

Como si se tratase de una coordinación única entre madres, quienes debían cumplir con el ritual de adultez entre las mujeres son ocultadas para que fueran capturadas y obligadas a prostituirse. Este tipo de acciones tan crueles no eran ajenos a lo que en verdad se cumplen entre las montañas. Aquellos grupos gurkas que se ocultan en esos lugares tienden a buscar esclavas sexuales para saciar sus más bajos instintos.

Indira mira, entre lágrimas y cubriendo su boca, como las mujeres eran arrastradas de los cabellos y otras violadas frente a sus esposos, padres e hijos. Cuando se da cuenta, ve como Ildra es arrastrada hacia la parte trasera de una de las casas por al menos 4 hombres mientras estos se quitan el cinturón de cuero del pantalón y se oyen gritos por doquier.

Después de tal terrible recuerdo, se levanta agitada y con sus manos temblando sin control, cubierta de sudor y mirando hacia todos los rincones para ver donde se encuentra. Por un instante se había perdido a ella misma:

Indira: “Q-Que pesadilla” — dice en voz baja mientras se quita el sudor del rostro con la mano izquierda — “¿Qué hora es?” — toma su teléfono celular entre sus sabanas — “3 y 28 de la mañana” — se desploma de nuevo, apoyando su cabeza contra la almohada — “esos recuerdos siguen fastidiándome” — piensa, sin olvidar todo lo que ha vivido

Las pesadillas constantes sobre aquel día no han dejado de golpear su mente, mortificándola y haciéndola enfurecer cada día por su sentimiento de impotencia. El no haber podido hacer nada para salvar a sus seres queridos es algo que le arrepiente.

Ella solo quiere dejar de tener esos dolorosos recuerdos y de una buena vez seguir con su vida. Muchos han atestiguado la determinación y fuerte liderazgo, además fue elogiada por muchas personalidades del bajo mundo por haber convertido a la organización tan incivilizada en una potencia continental que tiene a muchos empresarios peleando por una oportunidad de cenar con ella y pedir sus servicios.

Un relámpago la estremece y luego fuertes lluvias caen sobre el castillo, mientras se levanta de la cama y camina hacia la ventana para observan tan violento pero maravilloso fenómeno.

Cada vez que llueve, Indira observa las gotas caer y piensa en tener una vida un poco más normal. Tantos años de su juventud para quedarse estancada en tal inhóspito lugar es algo que le desagrada demasiado pero necesario para continuar con un plan que ha desarrollado desde el momento en que toda su vida se volvió un infierno a causa de los salvajes gurkas.

Los pensamientos fuertes no sirven de nada si ella pretende continuar con su liderazgo. Sin embargo, se permite imaginar una vida pacifica, alejada de tanta sangre derramada en todas las esquinas a donde vaya. Ese es el deseo de una mujer cuya vida fue arruinada por la organización que ahora preside:

Indira: “Madre ¿Cuánto hace que ya no recuerdo tu rostro?” — se pregunta angustiada — “Padre ¿Cuánto hace que ya no sé cómo era el tamaño de tu mano?” — añade casi entre lágrimas — “no, no puedo simplemente continuar con esta actitud tan débil…” — seca sus ojos

Su respiración es pesada, debido a la pesadilla. Después de todo, nadie querría recordar hechos traumáticos. Ella siempre muestra una actitud imponente, pero nada escapa a los instintos de los gurkas, quienes durante generaciones han desarrollado una capacidad para detectar cuando algo anda mal y eso hace a Indira una verdadera maestra en el espionaje.

Tantos años en la división de espías gurka la dotaron de talento para aparentar lo que nunca es.

Tras casi una hora mirando las gotas gruesas que caen desde los cielos y los relámpagos alumbrando los cielos que las montañas no alcanzan a ocultar del todo, Indira baja hasta la cocina en busca de un vaso con agua para aliviar un poco la agitación. Allí se encuentra con una chica que normalmente sirve en la cocina. Su edad parece rondar los 15 años, pero no impide que sea ignorante de quien se acerca a ella:

Indira: “Creo que el horario para la servidumbre es a partir de las 5 de la mañana. Tienes casi 40 minutos hasta que inicien sus labores”

Sryza: “L-Lo siento mucho” — se da vuelta y mira fijamente a Indira

Indira: “¿Sabes quién soy?” — pregunta

Sryza: “No, señora. No llevo mucho tiempo aquí así que guiándome por las voces puedo saber quién es quién. Pero a usted jamás la conocí”




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