Limit Breaker volumen 7: La cacería final

Capítulo 2: El mal que acecha

Bautista lleva muchos años acostumbrado a lidiar con la muerte a pesar de ser un rango B de lo más capacitado con su magia de sonido y experiencia en la supervivencia, pero nada de eso importa cuando se encuentran los “destructivos cinco”, un grupo de monstruos que se encuentran en el límite del rango S casi SS.

Son tan peligrosos y poderosos que su única especialidad es darles muerte a los cazadores. Si se encuentran con alguno que llegue a superarlos entonces la orden es la de inmovilizarlo y llevarlo con Dramonzuk para interrogarlo y posteriormente servirlo de comida para los destructivos. Por esa razón es que la población de cazadores rango S+ y algunos de los SS+ bajo drásticamente. Estos últimos apenas quedan cuatro entre los que figura William, Lee Bao, Musume y Daniel. Aunque estos, al final, fueron vencidos por Dramonzuk y cada uno se encuentra perdido en quien sabe dónde.

Así que desde la cima de uno de los edificios destrozados se encuentra una bestia capaz de lidiar con un poderoso rango SS+. Su aura, expulsada a través de su incontenible poder mágico, es muy agresivo y extenso que lleva a Bautista a temer por su vida.

Inmediatamente se dirige a la puerta de salida mientras que los small wyverns se acercan por todas direcciones y rincones para entrar a la habitación. Muchas están frente a la ventana, pero como son criaturas ciegas, se mueven atraídas por energía mágica, la sangre y el miedo. Como si lo olieran.

El cazador gira la perilla y abre ligeramente la puerta para salir. Una vez en el pasillo observa a su alrededor, buscando alguna manera de salir sin ser detectado, aunque las pequeñas alimañas son la menor de sus preocupaciones:

—De entre todos los lugares justo tiene que aparecer este maldito desgraciado. Tengo que salir como sea. —ve al otro lado del pasillo una puerta abierta que antes no lo estaba. Al mismo tiempo escucha la ventana del departamento donde se había refugiado antes explotar en pedazo y el sonido de aleteos acercándose a la puerta. No se lo piensa más veces así que corre desesperado hacia el departamento de enfrente. Una vez dentro cierra la puerta y guarda silencio sentado y apoyado contra ella.

Las criaturas rompen la puerta e invaden todo el sitio inundando los pasillos y cada centímetro de escombros se ve sacudido por el enjambre. El peor panorama posible surge cuando mira a un costado y nota a dos pequeños niños abrazados a una chica, posiblemente de la misma edad que Luciana. Los tres están lastimados y sus ropajes rotos.

Bautista les hace un gesto para que no hagan ruido al colocar su dedo índice en la boca. Los tres asientan con la cabeza y se sientan a un lado sin apartarle la vista al cazador. Él responde con una sonrisa amable.

Su instinto de cazador y persona que vela por la seguridad de los más débiles lo impulsa a arrastrarse hacia ellos con la mejor cualidad que lo distingue, el silencio en sus movimientos:

—Hola. —susurra una vez está frente a ellos. —¿Cómo se llaman? —les pregunta a los dos niños que no tiene más de ocho años cada uno. La chica, por su parte, se siente aliviada por encontrarse a otra persona, aunque también el temor de que no sea alguien bueno está latente.

—Me llamo Juan. —responde con la voz baja uno de los niños.

—Yo soy Thiago. —le sigue el otro.

—Qué bueno. Oigan, Juan, Thiago, vamos a salir de esta ¿de acuerdo? —les dice Bautista con el fin de calmarlos. Los niños asientan. Luego dirige su atención hacia la joven. —Tu ¿Cómo te llamas?

—Carla, señor. —responde con voz temblorosa.

—Tranquila, los mantendré a salvo ¿sí?

—Si, muchas gracias.

—Dime, Carla, ¿de dónde vienen?

—Venimos de un refugio no muy lejos de aquí.

—¿Sí? ¿Qué refugio?

Justo antes de que la chica responda, se oye un rugido monstruoso seguido por una presión tan abrumadora que los niños rompen en llanto mientras cubren sus oídos. Bautista le pide que le tape la boca a Juan mientras que él lo hace con Thiago:

—Perdón niños, pero si no lo hacemos acabarán por escucharnos. —les dice a ambos niños mirándolos a los ojos. Se dice que al hacer eso, el cerebro entra en un estado de calma por más que haya una grave crisis.

El rugido causa estragos en toda la zona. Los vidrios se rompen en todo el edificio, incluyendo donde ahora se refugian ellos.

El sonido se detiene. Esperan unos minutos a que se disipe el peligro. Hay peligro afuera y también dentro con las asquerosas criaturas patrullando los pasillos del edificio. Una vez se retiran del lugar, regresando por donde vinieron como ventanas rotas, orificios y cualquier clase de entrada, Bautista mira por la cerradura encontrándose con los pasillos vacíos.

Larga un suspiro y luego ve a los dos pequeños asustados y a Carla nerviosa:

—Descuiden, los llevaré a un sitio seguro. —exclama sonriente. —Por cierto. —mira a Carla. —Hace unos momentos dijiste que vienen de un refugio ¿en qué zona está?

—El refugio…

En ese momento Carla, que había reprimido ciertos detalles del refugio en el que provienen, sufre un colapso mental cuando esos recuerdos golpean violentamente al punto de hacerla gritar. Se toca la cabeza y sus gritos atraen la atención de los small wyverns.




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