La mañana es fría y por cada metro que avanza Luciana por los extensos túneles debajo de matadero, observando los rostros de los refugiados, su corazón se encoge de angustia. Es comprensible ya que a sus apenas quince años Luciana no sabe cómo poder ayudar a esas personas.
Tantos camaradas caídos y teme que sigan cayendo sobre todo Bautista y Carlos.
Como es de costumbre va y viene desde donde duerme hasta la salida que da al centro del matadero. Recorre los oscuros y húmedos pasillos, saludo a cada persona que hay en el camino y pasando tiempo con los pocos niños que hay. Sabe que cada palabra de aliento cuenta, aunque todo marche muy mal para ellos.
Los adultos parecen verse preocupados por la poca comida que queda y el agua, apenas subsisten con las gotas de lluvia que pudieron reunir hace unos días. Esa es la terrible situación que tienen frente a ellos.
Detrás de ella se encuentra Carlos, una de las personas de mayor confianza para ella junto con Bautista y alguien que es visto como la voz de la experiencia y figura paterna. Este la sigue, siempre cuidando de su bienestar y que descanse un poco ya que cuando Luciana empieza algo, no se detiene hasta que colapsa es por eso que Carlos siempre le insiste en que tiene que ser prudente y cuidar de su salud ya que es necesario para no caer enferma. Como cazadora, Luciana tiene que estar sana.
El viejo se le adelanta y consiga sentarse frente a la puerta de metal y previa a esta hay escaleras de roca que suben hasta la salida. Se sienta sobre una caja con las piernas y brazos cruzados mirando fijamente la puerta. Luciana se le queda viendo y luego se sienta a su lado sobre la enorme caja que apenas permite el paso:
—¿Dormiste algo? —pregunta Carlos.
—Un poco. —responde ella.
—Haaa…niña, deberías cuidarte. Enserio lo digo. —insiste el hombre.
—Estoy bien, enserio.
—De acuerdo.
—Carlos ¿no te sientes nervioso o angustiado?
—¿A que viene esa pregunta tan repentina?
—Solo pensaba que quizás estoy así.
Carlos observa con detenimiento a Luciana y nota que tiembla y sus ojeras son muy pronunciadas. El cabello de la joven tiene muestras de no haberse duchado producto de cederle su porción de agua a los niños. No está demacrada pero tampoco tiene buena cara. El viejo vuelve a insistirle que tiene que cuidarse. Detrás de esas palabras de preocupación y una lógica paternal se encuentran las intenciones de cuidar a quien rebosa de liderazgo en el refugio. Los niños la aman, los civiles confían en ella y los pocos cazadores que hay la siguen para que los lideren.
Sin embargo, Luciana tiene la creencia de que Carlos es una figura que puede llegar a ser mejor líder que ella pero que algo lo detiene en ello y que prefiere quedarse a un costado, desde la sombra como Bautista, protegiendo a los demás sin necesitar reconocimiento:
—Descansa unos días. Todavía hay comida y agua. Nos preocuparemos de los detalles cuando llegue Bautista. Se que te preocupas por él así que cuando estemos todos lo charlaremos.
—¿De qué hablas?
—Vamos Lu, se que estas estresada por todo lo que ocurre. El descenso en la población de cazadores. Falta de suministros y agua. Hace unas semanas hubo un brote de fiebre mágica entre los civiles en el refugio mas cercano aquí. Estás lidiando con muchas cosas de manera innecesaria.
—Es mi deber. No puedo dejas a estas personas.
—No digo que las dejes, pero piensa un poco en ti misma. Si te enfermas ¿Qué harán ellos?
—No es tan fácil, Carlos. —se acurruca contra pared.
—Haaa…como adulto responsable estoy en la obligación moral de ayudarlos a ambos, pero… ¿Qué se supone que haga? Bautista está afuera solo y Luciana tiene que cargar con el peso de liderar el refugio. Estoy fracasando como hombre de familia…—piensa con culpa.
—Carlos ¿Qué sentías en el octágono? —apoya el rostro en las rodillas levantadas y abrazándolas.
—Wao ¿Por qué esa pregunta? —sonríe por el repentino interés.
—Solo es curiosidad. Hace cuatro años que nos conocemos y siendo honesta, es la mejor anécdota que tienes, lo demás son cuidados hacia nosotros, je. —bromea Luciana.
—¡Jajaja, eres un caradura! Pero por eso me agradas. ¿Qué sentía en el octágono? Había muchos sentimientos y sensaciones. Uno de ellos era miedo porque mi primer combate fue tan desastroso que apenas y pude vencer a mi contrincante, pero aun así me dejo una lesión grave en mi ojo. El médico me dijo que por centímetros casi pierdo la córnea.
—Pudiste dominar ese temor con los años imagino.
—Si hubiera sido lo opuesto no habría sido campeón mundial pesado y el primer campeón invicto. A veces extraño esas épocas. Luego pasó lo que pasó y mis poderes de cazador despertaron. No sabría decir si fue una bendición o algún castigo por…bueno, ya sabes. —al decir esto ultimo esboza una expresión triste y sus ojos se llenan de lágrimas.
—Ya, ya, no era para hacerte sentir mal. —le palpa la espalda para animarlo. —Me alegro de tenerlos a ambos.
—¿Huh?
—A ti y a Bauti. A pesar de todo lo que pasó los considero mi familia.
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Editado: 07.05.2025