El cuerpo de Carla apenas se mueve, situado entre sabanas que a pesar de ser viejas y estar deshilachadas otorgan una calidez que hace tiempo no sentía. Afuera, las criaturas con forma de dragón patrullan por orden de los destructivos cinco que ahora saben dónde se ubican los refugiados y el supuesto traidor. Sin embargo, la búsqueda por encontrar a Martín suspendió la batalla por eliminar a Steindra.
Por el agotamiento y a pesar de llevar un par de días en el refugio, Carla cierra sus ojos regresando a aquel sitio y momento poco deseado. Sitio en el que al principio resultaba acogedor para aquellas personas que tuvieron la suerte de sobrevivir. Ese lugar era el refugio ubicado en un parque conocido como “Parque Rivadavia” y que albergaba a poco más de cien personas. Muy pocas sin dudas para un espacio tan grande pero fácilmente defendible debido a que se logró rodear con murallas a tiempo.
Sin embargo, el problema resultó ser las personas que lo habitaron.
Carla, hacía cuatro años cuando los refugios eran la única línea de defensa para evitar masacres de seres humanos por parte de los monstruos, vivía en aquel lugar con sus padres, Mario y Marcela, así como sus dos hermanos, Claudio y Gonzalo. Ellos eran de las familias más importantes de la zona, tanto por poder económico como influencia política. Mario era un intendente y profesor de ciencias económicas mientras que Marcela era doctora y en el refugio era vital para los supervivientes liderando al sector médico.
Durante los meses y primer año del refugio, la familia Albornoz fue vital para la supervivencia de los humanos en el parque Rivadavia, organizando y ejecutando las defensas correspondientes.
Todo iba muy bien, los recursos superaban por mucho la cantidad necesaria para cada persona lo cual era magnifico. Los cazadores ejercían muy bien su labor en la seguridad y defensa del refugio. Los Albornoz administraban muy bien el lugar. Nada parecía indicar que todo eso era un simple espejismo en un enorme mar de desierto y dunas hasta que el día maldito llegó.
Un enorme grupo de refugiados llega a las murallas improvisadas con autos, camionetas, camiones, cajas enormes, contenedores de basura, escombros, etc, a pedir que se les permita entrar. La cantidad eran de cincuenta personas, la mitad de la que vivían en el refugio, pero tal número podría derrumbar la estabilidad interna. A los supervivientes los persiguen dragones azules de cuerpos alargados y cuatro alas. Sus ojos celestes tienen fijados a los humanos mientras piden que por favor los dejen pasar.
Entre ellos hay varios niños de los cuales Juan y Thiago estaban ahí.
Carla observa, incrédula, como se manifiesta la deshumanización así que se apresura para abrir a pesar de los insultos y agravios de su propia familia, pero eso no le importó y gracias a la ayuda de varias personas y cazadores, logran abrir apenas un poco permitiendo que pasen rápido.
En el centro del parque y donde está ubicada la tienda de los Albornoz, Mario golpea varias veces a Carla mientras que Marcela la regaña y arroja al suelo vasos de vidrio. Sus hermanos solo se quedaban mirando. Apenas eran unos niños de cuatro y cinco años, pero eso les dejó un aprendizaje y es que el mundo es violento y la dulce Carla de once años aprendió que su familia requirió un cataclismo como para llegar a ese nivel de violencia. Anteriormente a todo lo que pasó con los monstruos, era una familia que ocupaba su tiempo y lugar en criar a Carla para superar a sus padres en influencia y poder político, en cambio, ella se amoldó a un mundo que necesitaba de la bondad más que la competencia despiadada.
Las dos manos que alcanza, de Thiago y Juan, entre los refugiados que llegaron fueron tan impactantes para su corazón que en ese instante decidió que sería el cambio necesario para un refugio que lentamente iba dejando de lado a cada persona por su bondad. Los Albornoz construyeron una sociedad basada en relaciones de favores para acrecentar el poder reducido o en cierta medida, perdido por la destrucción de la sociedad.
Paradójicamente, Carla ayudaba en todo lo que podía a las personas ya sea dar a luz a mujeres embarazadas, cuidar de ancianos y heridos o simplemente cocinar. Estas acciones de la muchacha ocasionaban roces con Mario y Marcela e indiferencia con sus hermanos. A medida que la relación con Thiago y Juan iba creciendo, con Claudio y Gonzalo mermaba.
Las cosas empeoraron cuando los ataques llegaron y las murallas apenas aguataron. Una brecha se abrió y los draconianos humanoides se abalanzaron a atacar. Carla reunió a todos los niños y los llevó al otro extremo del enorme parque para ponerlos a salvo mientras que los cazadores luchaban por defender al refugio.
Uno de los dragones armado con un hacha y expresión extasiada por la matanza que los suyos efectuaban, alcanza a desviarse y llega hasta donde estaban ubicados los más jóvenes.
Carla lo ve y decide defenderlos como puede tomando una escoba y poniéndose al frente. Sus manos tiemblan y se nota en su cara. Es tan fuerte el terror que teme morir, pero luego ve a los niños y se arma de valor para atacar al monstruo. Tan solo el agite de su arma es suficiente para romper el objeto de madera y luego recibe un golpe muy duro de su cola que la lleva a golpearse el cuerpo contra un árbol.
Los siete niños miran como las fauces del monstruo calculan el tamaño de ellos para devorarlos. De repente, Thiago se pone de pie y extiende su mano. Instintivamente su cuerpo se mueve para interponerse y de la palma de su mano sale un destello eléctrico que impacta de lleno en el pecho del draconiano.
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Editado: 04.06.2025