Varios días después y tras organizar a todos los refugiados, Luciana se encarga de abrir la puerta y salir junto con Carlos y Bautista. Steindra vigila a los supervivientes a petición de Luciana. Todo debe estar en completo orden ya que el consejo del dragón dorado resonó en su momento ya que ahora los destructivos cinco saben sobre la ubicación del refugio y es cuestión de tiempo para que regresen a atacar todos juntos.
Steindra es una fuerza a tener en cuenta, pero no podría vencer a los destructivos si todos juntos lo atacan al mismo tiempo. Podría morir al acabar con el tercer miembro por lo que son precavidos al avanzar cada cierta cantidad de metros.
El rumbo es claro, dirigirse hacia el refugio “Pedro Bidegain” que, según Luciana, Carlos y muchos otros, cayó hace tiempo con la joven y Bautista como supervivientes de esa catástrofe.
De cualquier manera, es primordial moverse sin parar. Los cazadores cubren tanto el frente como a la retaguardia mientras que los civiles permanecen en el centro. Como son más de cien personas, los separan en grupos de veinte. Carlos vigila detrás de uno de los grupos. Luciana guía a otro. Carla y los niños están en el grupo que dirige Steindra, con apariencia humana, y Bautista por detrás. Cada grupo está separado por alrededor de cincuenta metros para no llamar la atención.
Los monstruos acechan, pero sin la certeza de que sus presas estuvieran ahí. Se mantienen a la distancia, gruñendo y jadeando. El dragón dorado los mantiene a raya con su aura siendo liberada.
Bautista se aparta del grupo y mira hacia varias direcciones, no podría estar seguro de que un monstruo más poderoso ocultase su presencia y lo estuviera siguiendo. Aun así, Steindra le asegura que no tiene que preocuparse:
—No tiene caso que desconfíes en mi capacidad para repeler a estos insectos.
—¿Cómo puedo estar seguro de eso? —pregunta Bautista.
—Fuiste testigo de mi capacidad para el combate. —responde Steindra.
—Si, pero ¿y si vienen más de esos monstruos? Dudo que podamos repelerlos y que tu…bueno…seas capaz de vencer a muchos al mismo tiempo. No es que dude de tu poder, pero…siento que estamos al descubierto. Si algo aprendí en todo este tiempo es que cualquier cosa puede pasar. —dice Bautista.
—Tiene sentido que no creas en mi palabra. No te culpo, yo también me sentiría de esa forma. —exclama Steindra.
—Sin ofender, pero ¿un monstruo sabe lo que sentimos los seres humanos? ¿con nuestras debilidades tan al descubierto?
—No, no me ofende. Los humanos tienen esa carga de desconfianza tan arraigada por los últimos años que está bien sentirse así. No los culpo. —mira su mano, cierra y abre su puño. —Mi existencia…la del emperador y muchas más que no son naturales o no forman parte de este mundo… ¿sabes? Creo que hasta puedo empatizar.
Los refugiados llegan hasta un puente que cruzar por arriba de una autopista y a lo lejos se ve lo que fue un grandioso estadio de futbol del club grande conocido como San Lorenzo de Almagro.
El alivio se ve en sus rostros tras varias horas de caminata por una avenida muy extensa. Los civiles, estaban muy temerosos y nerviosos a pesar de que tienen la protección de cazadores competentes. A los alrededores se ven cadáveres calcinados del primer ataque y escombros sobre vehículos y personas o los restos de estas.
A lo lejos de ellos, a casi treinta kilómetros de distancia, se ve una explosión y edificios que salen volando en pedazos. Steindra mira fijo en esa dirección y desconfía. Siente energía mágica que es tan grande que no puede ser de un monstruo normal. Bautista le toca el hombro y el monstruo se voltea tras volver en sí:
—¿Pasa algo? —pregunta el cazador.
—Hay que moverse lo más rápido posible. Voy a crear un perímetro para cazar a todos los dragones. No quiero que se altere nadie. —se acerca al oído del joven. —Mantente erguido y no dudes. —aconseja en voz baja.
Bautista se queda sorprendido por el consejo del monstruo. Como si tuviera intenciones de volverlo una especie de faro de esperanza. Luciana y Carlos también piensan eso de Bautista, que él es capaz de dar esperanza a las personas y lo empiezan a ver una especie de héroe.
Apenas escucha eso de Steindra, el cazador se pone en marcha dándole órdenes a los cazadores para que aceleren el paso de los civiles y no pierdan el foco que es protegerlos. Juan y Thiago alcanzan a ver al joven cazador, saludándolo y este responde sonriente con la mano levantada.
Steindra hace un gesto abrupto al agacharse y tocar su mano al suelo. Cierra los ojos y en un instante siente la presencia de todos los monstruos en un radio de quinientos metros como si fuera un sonar de maná. Un total de ochenta monstruos entre enjambres de cincuenta y tres small wyverns, cinco dragones colosales y veintidós dragonoides pero se van sumando más a medida que se adentran al radio de análisis. El total asciende a ciento sesenta.
El dragón dorado suspira y de un salto hacia arriba se aleja de los refugiados y cae cerca del estadio que es donde se ubica la mayor cantidad de monstruos. Sin intercambiar palabras o sonidos, Steindra arrasa con sus garras y cola a cada monstruo que se le cruza por el camino. Su velocidad es imperceptible. Los small wyverns se abalanzan como abejas con sus fauces horrorosamente abiertos y los dientes a la vista, pero se encuentran con las escamas duras del antiguo líder de los destructivos cinco que les acaba rompiendo los dientes. A los dragonoides los atraviesa con las garras y su cola es una incesante arma que se agita y decapita sin parar. A cada monstruo que se le cruza.
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Editado: 04.06.2025