Cinco años atrás…
El cielo se parte en un grito.
No es el sonido de un relámpago, ni el retumbar del suelo abriéndose, sino el rugido de una bestia manifestando todo su poder contra la ciudad más sagrada del mundo occidental. Las cupulas de Roma, tan majestuosas, como sagradas y eternas, empiezan a temblar mientras grietas en llamas recorren las calles como venas carmesíes.
Desde el Vaticano hasta el Coliseo, columnas de fuego se alzan quebrando el suelo y de ellas salen criaturas con formas de dragón de toda clase, tamaño y colores. Una gigantesca explosión irrumpe en la plaza de San Pedro. Sus llamas se elevan más alto que cualquier rascacielos concebido por el hombre seguido de un grito desgarrador de una mujer:
—¡Martiiiiiiiiiiiiiiiiiin! —grita desgarradoramente Estela, abrazando a Martín quien está inconsciente sin poder defenderse y el fuego que expulsa Dramonzuk de su boca.
—No van a lograr ¡maldición! —grita Julio. Corre hacia la pareja con Octavio detrás de él.
Estela alza la cabeza al notar que alguien se ha parado frente a ellos. Julio reúne todo su poder mágico, el poco que le queda, y dibuja un escudo de pura energía color rojo. Octavio hace lo propio al golpear su mazo contra el suelo y un enorme trozo de roca se levanta creando otra capa defensiva. No es suficiente pero la intención es amortiguar tal poderoso ataque.
Un silencio ahoga el momento previo al impacto.
Cuando las llamas chocan contra la superficie, el aire se vuelve irrespirable y el calor es tan intenso que resulta insoportable. El pedazo de roca reforzado con todo el poder mágico que le queda a Octavio empieza a ceder dejando grietas carmesíes.
Ninguno de los dos se aparta del camino anteponiendo sus propias vidas para protegerlos de las llamas. Estela intenta convencerlos de que se aparten, pero Octavio la regaña y tras eso sonríe:
—¡Es una locura! —exclama Estela. Apenas escucha como el oxígeno se quema.
—¡No es una locura! ¡daría la vida por ustedes sin pensarlo! —responde de manera contundente para dejarles en claro cuanto los quieren.
—Se que María me matará, pero tengo la intención de cuidarlos, aunque deba enfrentarme a estos monstruos por más que me cueste la vida. Somos familia ¿saben? —dice Julio con sus piernas sintiendo la presión insostenible.
—No…por favor… ¡no quiero que mueran! —dice Estela entre lagrimas mientras se aferra a Martín. Intenta usar su magia de viento para crear un muro. Lucha con la desesperación de no lograr. —¡Vamos, vamos, vamos por favor! —su maná se dispersa con cada intento de ella por generar una barrera, su mayor especialidad.
Las llamas se filtran por entre las grietas e impactan contra el cuerpo de Octavio. Recibe quemaduras muy graves, pero no se mueve ni cede terreno. Está dispuesto a ser calcinado con tal de evitar que el mortal ataque logre su cometido. Su rostro y parte del brazo se queman. La ropa empieza a ser calcinada revelando la mitad del cuerpo en las mismas condiciones que el rostro y brazo.
Julio, por su parte, recibe quemaduras en el abdomen y pecho, pero con menor potencia. Aún así las heridas son considerables y muy dolorosas como para que pudieran mantenerse con esa entereza.
Sin embargo, la roca explota y las llamas avanzan sin obstáculos. Como puede, Julio estira el brazo, agarra a Octavio del hombro y lo arrastra hacia Estela, cayendo en el suelo completamente envuelto en humo y terribles heridas.
Estela tiembla de miedo, incapaz de hacer algo mientras observa como Julio soporta el ataque de Dramonzuk.
El escudo de Julio tiembla, debilitado. Su maná se agota como una vela que arde contra el viento, y la energía se desvanece lentamente, dejando apenas un hilo de defensa.
Las manos de Julio sufren quemaduras y un dolor agonizante sofoca su concentración.
Entonces, ocurre la desgracia para el cazador cuando se rompe ese escudo salvador y siente como ese calor lo impacta previo a que ese fuego abrazador lo haga desaparecer.
Sin embargo, una figura se interpone frente al cazador, alzando ambas manos para invocar una nueva barrera de energía, no tan fuerte como el de Julio u Octavio, pero lo suficiente como para que escapen por un portal creado a un lado de ellos. Estela ve a Daniel y a Marchello prestándole poder mágico para usar la magia de gravedad y amortiguar el impacto como lo hicieron los dos cazadores anteriormente:
—Daniel ¡¿Qué es lo que estás haciendo?! —pregunta Estela.
—¡Arakneida creó un portal, es pequeño, pero podrán escapar! ¡vayan, yo…los seguiré! —exclama Daniel señalando con su dedo por detrás de Estela.
—¡Mentira! —le recrimina Estela.
—¡Julio, por favor, confía en mí, váyanse! —grita Daniel con firmeza, conteniendo el miedo.
—Entiendo. —responde Julio. Se apresura a llevar a Martín en su hombre y a Octavio. Estela se niega a escapar así que Lorkamos intercede desde el portal para llevarla contra de su voluntad. Daniel sonríe a Julio y este le devuelve el gesto con otra sonrisa.
—Estela, dile a Martín que gracias por haber confiado en mí. En verdad…fueron grandes amigos…les agradezco de todo corazón…—sonríe a ella.
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Editado: 25.06.2025