La diosa, cuyo nombre real es Ankara, barre las nubes con sus alas, completamente liberada de su propia dimensión, pero no como ella hubiera deseado. Siente el viento rozar su piel y la vista es algo que ella sin duda habría deseado ver. Martín la sigue muy detrás. Sostiene en su mano derecha la daga blanca y todo su cuerpo cubierto por líneas doradas que adornan la piel.
La daga alcanza a rozar la planta del pie de Ankara y como si fuera un acto de oxidación, la piel corrompida de ella se corroe. El poder de aquella arma apenas la toca y es al instante que la daña.
Como acto de reflejo, la diosa gira y mira a Martín con un odio intenso. Le extiende la mano y de su palma dispara una ráfaga de energía oscura. El éter que han dominado y corrompido sale disparado de su mano. Todos los disparos dan de lleno pero repelidos sin problemas cuando el cazador mueve su mano frente a esa oscuridad. Aún así no se sacan diferencias mientras siguen ascendiendo por los cielos. A esa altura ya no hay ser vivo que los alcance y ante ellos está la vista de las estrellas y la inmensidad oscura del espacio.
Para fortuna de Martín, el éter que lo cubre protege su organismo de sufrir la presión y la falta de occidente. Y aún así, se queda perplejo ante la vista impactante.
Ankara se detiene y observa con una sonrisa. Le hace recordar cuan inmenso es el universo, pero también lo gigantesca que es ella como entidad sacada de un mundo siniestro. Le da la fuerza para atacar al joven humano:
—¿Alguna vez imaginaste con tener enfrente tuyo un paisaje así? —pregunta Ankara.
—Se acabó. —exclama tajante el argentino.
—Ningún ser humano habría soñado con presenciar la inmensidad del universo o la claridad de las estrellas sin protegerse. Eres muy afortunado ¿te sientes así? —insiste ella.
—Ningún ser humano merecía lo que le hiciste a mi mundo. —agita la daga y aprieta el mango con fuerza contenida. —¡No creas que te lo perdonaré! —ruge de la impotencia por todas las vidas acabadas de manera indirecta por ella.
—¿Crees que deseo tu perdón? Que mal estás, mocoso. Todo lo que he hecho, no es más que la búsqueda de mi propio placer. Tu solo eres una criatura inferior que merece ser aplastada.
—¿Y porque estás temblando?
—¿Huh? —Ankara mira su mano como da pequeños espasmos.
—Eres un ser más allá de mi imaginación, pero solo en la superficie.
—Cállate.
—Porque a mi parecer, tienes más cosas en común que nosotros, los humanos.
—Cállate.
—Ahora dime…diosa oscura… ¿Quién es la criatura inferior aquí?
—¡Cállate, cállate, cállate! —levanta sus dos manos, enfurecida por esas palabras de Martín y sacude toda la atmosfera del mundo con torbellinos oscuros saliendo de los brazos. Es tanta la cantidad de éter negro que sale que sacude todo el planeta crujiendo la tierra, arrastrando el cielo y haciendo temblar todos los océanos, mares y ríos.
Martín mira hacia atrás, su nación, y luego al torbellino. Si esa cantidad descomunal de poder choca contra la tierra podría arrasar todo a su paso causando la extinción de la humanidad y todas las criaturas que existen.
Entonces, Martín sostiene con fuerza la daga mientras que con la otra mano aprieta la herida que aún sangra. Ni con el éter cubriéndole el cuerpo queda ajeno del dolor y un lento sufrimiento así que, sin mediar palabras, se interpone con velocidad entre ese torbellino oscuro y la tierra. De un corte vertical separa al feroz ataque. Ankara recibe la embestida de la ráfaga que emite el corte y junto a ella el torbellino es empujado agresivamente.
El torbellino desaparece mientras que le diosa oscura se mueve hasta el espacio exterior donde Martín no puede seguirla.
Sin embargo, el cazador no se deja intimidar así que la sigue hasta el oscuro y frio espacio. Ella sonríe. Sus artimañas buscan reducir la voluntad de él y ante la mas mínima duda, todo se acabará antes de poder darse cuenta:
—¿Sigues confiando en tus habilidades? —pregunta ella.
—No. Jamás la tuve. —responde Martín.
—Entonces deja de aparentar. Antes de que yo caiga tu vas a morir aquí.
—¿Y eso que?
—¿Y eso que? No tienes posibilidades de ganarme. Deja de oponerte y asume tu destino.
—Vete a la mierda. —exclama. Cada palabra que sale de su boca lo agitan más y más.
—¿Lo ves? Te cuesta hablar. Cada palabra es una apuñalada a tu cuerpo.
—Ja, no podrías estar más equivocada. —sonríe desafiante. —A pesar de eso, tiene razón. Me cuesta respirar. Me pincha los órganos heridos y siento como estuviera a punto de desmayarme del dolor y este lugar. Como aún no domino el éter me afecta el efecto de la falta de oxígeno. —piensa.
De la nariz de Martín sale sangre a montones y sus ojos se tornan rojos. La presión del espacio y el hecho de no haber dominado por completo el éter ejerce un daño incalculable al cuerpo mortal del argentino.
Por su parte, Ankara siente su cuerpo ligero y débil. Entiende que no puede continuar una batalla de ese calibre lo suficiente. Sin embargo, ataca con sus tentáculos oscuros contra el cazador que los esquiva usando la capacidad del éter para manipular el tiempo lo cual permite ver y prever los ataques.
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Editado: 05.11.2025