Limite Rural...

"Nuevas caras"

El día había comenzado… ¿Cuánto tiempo dormí? No lo sabía con certeza, pero la caminata de ayer me había dejado completamente exhausto. Aun así, aquí estaba, despierto y listo para salir.

Bajé las escaleras del hotel con la intención de caminar un rato y explorar la pintoresca –o más bien decadente– vecindad:

—Buen día, señor —saludé al recepcionista al pasar.

—Buen… buen día, joven —respondió con una voz temblorosa, su mirada tensa y esquiva, como si no quisiera hablarme.

Fruncí ligeramente, desconcertado.su trato era muy diferente, algo raro ya que me conoce hace más de dos días. como si algo en su actitud había cambiado.

Me encogí, y di un suspiro, dejando el asunto de lado, y seguí mi rumbo.

Salí por la puerta del hotel. La luz del sol se filtraba entre las nubes, dándole al ambiente un tono azulado tenue, como en esos días de invierno.

—Que cambio tan viceral tiene el clima no?— me dije a mí mismo.

Caminé por las aceras, recorriendo el lugar. En eso, me crucé con el mismo anciano que había visto antes, en la zona más alejada. ¿Qué hace aquí? No lo sé. Pero, de manera intuitiva, al encontrármelo en la misma vereda, me dispuse a saludarlo.

—Buen día don!

—¿Cómo está, joven? —me respondió con su voz cascarosa.

Pensé que la conversación terminaría ahí, pero el hombre me sorprende con algo más:

—Espere, joven. Venga, acérquese un momento.

Me acercó lentamente, mirando un poco al suelo. No soy muy sociable que digamos.

—Esta usted viviendo solo?— Pregunta el viejo.

—Eh... sí —respondí, algo despreocupado—. No tengo a nadie con quien familiarizarme, así que, como dice el dicho: ¡nuevo rumbo, nueva vida! Jeje...

El anciano me miró fijamente, como si me analizara:

—No quiere venir a mí casa a tomar café?

No sé que responder. Desde que tengo memoria, nadie me había invitado a algo... No estoy nervioso ni incómodo, pero ¿qué debo decir?.

—Jaja, vamos, tomemos un cafe. No muerdo —insistió con un tono amigable. Algo raro, ya que hasta ese momento lo había imaginado como alguien amargo y vil.

Caminaba junto al viejo. A simple vista, parecía no ser muy hablador, pero daba la impresión de ser alguien de buen corazón.

Las teorías que rondaban en mi mente en este mismo momento eran:

A: El viejo se siente solo y tal vez quiere compañía en sus últimos años de vida.
B: ¿Me secuestrará?
C: Definitivamente se siente solo.

Seguimos caminando. El camino se me hacía diferente, pero no le di importancia. De repente, algo apareció en la otra esquina: un cadáver.

—mm, mejor no mires —me dijo el viejo, preocupado.

Fingí apartar la vista, pero alcancé a ver lo suficiente. Era un anciano, un vagabundo. Estaba tapado con sábanas, rodeado de vecinos que miraban en todas direcciones, como si temieran algo.

—Malditos, estas lacras —gruñó un vecino mientras llamaba a emergencias—. No se conforman con robar, ¡también matan ahora!

Me pareció extraño. Creo que era el mismo vagabundo que había visto cuando llegué aquí. Pero... ¿por qué alguien robaría a un indigente? Más que por necesidad, esto parecía simple crueldad.

—Cosas lamentables de la vida —murmuró el viejo.

Tras esto, finalmente llegamos a la puerta de su casa.

—Pero… ¿su casa no estaba mucho más lejos de este pueblo?—pregunto, totalmente confundido.

El viejo soltó una carcajada:

—No, ¿qué esperabas? ¿Caminar cien millas? Jaja.

-------

—Llegamos, mi niña —dijo el viejo, apenas abriendo la puerta de su casa.

En ese momento, una chica con pelo liso, ojos marrones y una sonrisa feliz se acercó al anciano y lo abrazó. Parece que no vivía solo. ¿Será su nieta? ¿O su hija?

—Joven, te presento a mi hija.

Ah, entonces es su hija.

—Se llama Clara.

—Mucho gusto —me dijo, saludándome con un beso en la mejilla.

Extraño, ya que de costumbre saludo cordialmente con la mano, pero creo medio mundo lo hace.

—Y bueno, ¿Y los mates don?.

El Don y yo estábamos tomando mates. Él me contaba sobre cómo se diseñó esta casa. En ese entonces, los terrenos estaban baratísimos, así que no había mucho de qué preocuparse. Me dijo que, con el paso del tiempo, la zona se fue llenando de casas, una al lado de la otra. Antes había más espacio libre, pero poco a poco eso cambió.

—Parece buen tipo el Don. Alguien que ha pasado incontables experiencias.

—¿Uff? —exclamó el Don, con una risa divertida—. Bastantes, hijo. Desde lo más absurdo hasta lo más feo.

—A ver, cuéntese una.

—Seguro?

—Si dale— Dije con ansias de escuchar.

Don:

—Mmm... Una vez, el vecino de al lado tenía caballos. De esos marrones y fuertes. Recuerdo que los otros vecinos se quejaban todo el tiempo porque, ¿por qué rayos traía un caballo a este lugar? ¡No es una granja! Y bueno, una vez bebí un poco demás, y ese caballo me pateó en el estómago, tan pero tan fuerte que me dejó sin respiración... Pero, ¡pum! Me levanté como ¡Zombie y empecé a golpear al caballo. Ni quiera imaginarte quien ganó.

—Usted?

—No, el caballo jaja

La charla estaba agradable, cada uno tirando chistes y anectodas tras otra. Algunas buenas, otras agridulces, y otras extrañas.

Don y yo seguimos tomando cafe, Clara se acerca a la mesa y se sienta con nosotros con un te:

(Clara):

—¿Y como te llamas entonces?

—Em, creo que Joe—Respondí mientras recordaba el apodo que me habían dicho la pareja en la moto.

—interesante, y de dónde eres Joe?—me pregunta la chica con una mera curiosidad amistosa.

—Eh... Pues. un poco de todas partes, supongo. No recuerdo mucho, pero... digamos que soy de aquí, de cerca. La verdad, no tengo mucha memoria de antes. No sé si es normal, pero nunca me he puesto a pensar en eso. Lo único que sé es que estoy aquí, y eso es lo que importa ahora, ¿no?

(Don):

—Eso pasa a veces hijo, la vida tiene sus vueltas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.