La lluvia caía entre los viejos edificios de ladrillo. No era más que una ligera llovizna, gotas de agua que rebotaban alegremente entre las hojas de los árboles y las plantas que adornaban el vecindario. La luz del sol llegaba como un ligero brillo grisáceo hasta las personas que caminaban por la calzada, con tan solo unos cuantos autos que recorrían la calle de vez en cuando. El clima frio era melancólico, más no sombrío, por lo que aún no parecía fuera de lugar cuando unos niños cruzaron la calle corriendo entre risas, tratando de atrapar una pelota.
La pelota morada y de motas blancas era ligera y relativamente nueva, por lo que rebotaba al más mínimo choque. Justo detrás de ella estaban tres niños que no pasaban de los diez años, el más rápido tenía una mirada picara, del tipo que presagiaba ventanas rotas y juguetes “atorados” en los techos de las casas. Cada vez que alguno de sus amigos se adelantaba para intentar atrapar el balón, él metía hábilmente el pie y le daba otra patada, haciendo que la carrera se volviera interminable.
El chico que estaba justo en segundo lugar tenía un poco más de altura, pero también era más robusto y jadeaba más que sus compañeros de juego. Parecía la clase de niño que sin duda se comería sus vegetales y el resto de la comida. Cada vez que veía como la pelota se escapaba justo en sus dedos, soltaba un bufido de exasperación. Ya había intentado empujar al otro para deshacerse del problema, pero Cullen tenía un buen equilibrio, por lo que no conseguía quitarlo de en medio.
Billy dio un último empujón, pero al fallar por quinta vez consecutiva, finalmente estalló.
— ¡Detente Cullen! ¡Es la pelota de mi hermana, si la perdemos mi papá nos va a matar!
El pequeño bribón delante de él se rio sin la menor culpa— ¡Si te preocupa no la hubieras sacado! ¡Estas molesto porque soy más rápido que tú!
— ¡Claro que no!
— ¡Claro que sí!
Detrás de los dos primeros, un tercer niño algo más desgarbado y de anteojos corría tratando de mantener el ritmo. No era que fuera mucho más tímido en comparación a los otros dos, pero le era difícil mantener la alegría del juego; esa mañana se había levantado con la sensación de que era un mal día, sin saber muy bien porque. Aunque salió a jugar después de que sus amigos le insistieran, todavía sentía que hubiera sido mejor quedarse en casa.
Finalmente la pelota chocó contra un bache en el camino y termino rodando debajo de uno de los tantos autos estacionados junto a la calzada. Los tres niños se detuvieron para recuperar el aire antes de tirarse al suelo.
— ¿Pueden verla?
— ¡Ahí, detrás de la rueda!
Cullen se estiró tanto como pudo para intentar sacar la pelota, pero su cuerpo era el más corto, por lo que le faltaban unos escasos centímetros para conseguirlo.
— ¡No alcanzo! ¿Alan tú puedes?
Ambos niños se giraron para ver a su amigo, el cual seguía de pie. Sin embargo el muchacho no los miraba a ellos, en cambio, estaba muy quieto mirando el callejón frente al auto estacionado.
Allí; en medio de los edificios, que deberían encontrarse a su vez en medio de una ciudad, estaba lo que parecía la entrada a un bosque. Se veía oscuro y tenebroso; con grandes árboles que rivalizaban en altura con los edificios de siete pisos a ambos lados, solo que si mirabas bien, no alcanzabas a ver el verdadero final de dichos árboles, por lo que no era seguro si podrían llegar a ser más altos. El joven Alan miró al fondo del callejón, el cual parecía salido de un cuento de hadas; toda clase de plantas de aspecto misterioso se acurrucaban entre los gruesos troncos, e incluso se podía sentir una ligera brisa salir desde allí. Aterrado, Alan notó que aunque seguía lloviendo en el resto de la calle, no parecía estar lloviendo en el callejón ni entre los árboles.
Alan dio un paso atrás y miró a ambos lados de la calle; no se habían perdido, él estaba seguro de haber pasado por esa calle antes, recordaba las fachadas de las tiendas, y el camino que tenía que tomar si quería regresar a casa, pero por más que hiciera memoria, no recordaba la entrada a ese bosque. La última vez que había pasado por allí… ¿No se suponía que debería haber algunos contenedores y bolsas de basura?
Junto a él, sus dos amigos también habían notado la extraña aparición y miraban asombrados lo que parecía el acceso a otro mundo. Ya olvidada la pelota de su hermana, Billy dio un paso adelante para acercarse.
— ¡No vallas! —Incluso más rápido de lo que tardó en hablar, Alan saltó hacia adelante para detener a su amigo. Ese peso en su conciencia que no lo había dejado jugar tranquilo estaba más presente que nunca, realmente quería ir a casa, más que nada quería ir a casa.
Sin embargo, Billy no parecía entender en lo más mínimo la angustia de su amigo. Dándole una mirada burlona a Alan, le hizo un gesto a Cullen. — ¿Qué tal? ¡Parece que el señor películas de terror tiene miedo!