Andromeda
Entramos al auto rápido y me quedo pensando en toda la información que acabo de recibir.
— ¿A dónde vas?— le pregunto a Sebastian con la voz un poco débil.
— Dijiste que Graham estaba en Whitefish, ¿no?, allá es a donde vamos.
— Nos tomará dos días llegar allá en auto.
— Sabes lo que significa, viaje por la carretera nena. —por favor debe estar bromeando.
— No creo aguantar estar dos días encerrada en un carro contigo Sebastian.
— No hay de otra, es la única manera de llegar a donde él sin que lo note.
Caemos en silencio hasta que lleva su mano a la radio y pone una canción pop. Recuesto mi cabeza en la ventana y me pregunto que haremos cuando lleguemos a Whitefish. Me quedo dormida después de tres segundos.
•••
Me despierto desorientada. Miro a mi alrededor pero no reconozco en que ciudad estoy.
— Pittsburgh preciosa. Llevas dormida más de seis horas.
Ya está anocheciendo y tengo mucha hambre.
— ¿Puedes parar en algún lugar? Tengo mucha hambre.
La verdad hacer el hechizo me dejo muy agotada. Sebastian se detiene al frente de un Taco Bell y apaga el Aston Martin. Entramos al local y siento el olor a carne sazonada y papas fritas. No hay fila así que me acerco a la joven que toma los pedidos.
— Bienvenidos a Taco Bell. ¿Qué desean ordenar?
Me quedo unos segundos mirando el menú tratando de decidirme.
— Yo quiero un burrito supreme.— me giro hacia Sebastian y noto que me mira fijamente — ¿Tu qué quieres?
— Lo mismo que ella.
La señora nos da la factura y nos sentamos en una mesa al fondo.
— Así que Graham es tu hermano.
— Si.
— ¿Y lo quieres matar?
— Si.
— ¿Y el odio por tu hermano siempre estuvo ahí o ...?
Soy interrumpida por la mesera que pone nuestros pedidos en la mesa. Cuando se va, noto a Sebastian muy tenso así que decido quedarme callada y le doy un mordisco a mi burrito antes de que pueda saborearlo Sebastian me responde:
— Pasé la mitad de mi vida tratando de ganarme el amor de mi hermano. —lo susurra casi tan bajo que apenas lo escucho— Yo..., mi familia, es diferente a como eran los Strovos antes. No matámos por deporte, solo lo hacemos cuando una bruja o brujo se descontrola o es muy peligroso.
Resoplo y me aguanto la risa.
— Los que eran peligrosos a tú criterio, apuesto a que has matado tantos inocentes como Pavlos Strovos.
Esto parece tocarle un nervio porque todo su cuerpo se tensa y su mirada se oscurece.
— ¿En serio? ¿Vas a utilizar esa carta conmigo preciosa?—pausa un momento, esta vez ya no dice preciosa con el mismo tono juguetón— Explícame algo, ¿Cómo destruyes a un monstruo sin convertirte en uno? —me quedo callada, furiosa y sobretodo triste porque es cierto. Suelta una risa falsa— Eso pensé, no eres mejor que ellos Andromeda.