Linaje del Mal

14. Él está muerto

 

Andromeda

 

Han pasado dos días desde que nos perdimos en el maldito bosque. Con cada hora que  pasa Sebastian se vuelve más irritable, esta desesperado por recuperar su condenado anillo. No me preocupa el tiempo que nos hemos perdido, pero si el hecho de que el día de ayer empezaron las lluvias, en cuanto más nos acercamos a Montana, más frío hace. Tenemos que salir de aquí o moriremos congelados. Me preocupa Dahlia, ayer debió de haber llegado pero no me he podido comunicar con ella porque la basura de teléfono que tengo murió y el treinta y dos por ciento de Minnesota es bosque. En pocas palabras estamos completamente jodidos. Sebastian está recostado en un árbol y yo sentada en una roca. 


Hace mucho frío, es de noche y no estamos de muy buen humor por así decirlo. Y luego se me enciende una bombilla, ¿cómo no lo pensé antes? ¡Soy tan torpe!


—    ¡Sebastian! —le grito haciendo que se sobresalté, ups.

 

—    Estoy a un metro de distancia, no es necesario gritar.

 

—    Te voy a enseñar a controlar tus poderes. —ahora si que está interesado.

 

—    ¿Cómo?

 

—    Usaré los métodos que Lyudmila usaba. 

 

—    ¿En quién? —noto la curiosidad en su voz.

 

—    Eso no importa. Ahora cierra los ojos. —sigue mis instrucciones y se endereza— Visualiza la llama en esta hoja. —le digo mientras tomo una hoja seca del suelo.


Pasan un par de minutos cuando logra encender la hoja. Abre los ojos y me mira impactado. Hace mucho que no los utiliza. Si yo fuera él le dejo el anillo a su hermano, pero prefiero no meterme en esos asuntos. 


—    Muy bien Seb, ahora concentremos esto en algo más grande. 


Hago un pequeño círculo con rocas y recojo algunas ramas y hojas secas del suelo. Sebastian me mira esperando que le de una orden.


—    ¿Qué esperas? Haz una fogata, me estoy congelando. —enciende la fogata y se sienta a mi lado. 

 

—    ¿Cuándo saldremos de aquí Romy?

 

—    No tengo ni idea pero al parecer no muy pronto teniendo en cuenta que los bosques ocupan el treinta y dos por ciento de Minnesota.

 

—    Ugh, tenemos que llegar cuanto antes a Whitefish. —frunzo el ceño.

 

—    ¿Por qué, te quieres deshacer de mi tan rápido? —es una pregunta engañosa, ni siquiera sé por qué la hago, yo debería de querer terminar con esto cuanto antes.

 

—    Claro que no. —dice de manera simple, luego como si se hubiese dado cuenta de lo que dijo me mira con los ojos muy abiertos. Esto será divertido— digo, no. ¡Espera no quise decir eso! Solo- ¡Agh! —utilizó toda mi fuerza de voluntad para no estallar en carcajadas— Solo quiero recupéralo.

 

Su tono se volvió más sombrío y triste, sospecho que su madre le dio el anillo y por eso le tiene tanto apego emocional. Le doy una breve sonrisa y pienso en un modo de distraerlo.

 


—    ¿ Quieres oír una historia?

 

—    Claro, tú vida está llena de dramas, estoy segura que esta será interesante. —me dice burlándose.

 

—    Se como puedo ayudarte porque mi esposo también tenía piroquinesis. 

 

—    ¿Esposo? ¿Estas casada? ¿Qué paso con él? ¿No pudo soportar tu glamour y se fue? —se que esta última pregunta la  dice como un chiste pero algo hace que mi corazón se estremezca antes esas palabras.

 

—    No, él está muerto. 

 

—    Mierda. Lo siento Romy no quise decir eso.

 

—    Esta bien, no lo sabías, ni siquiera Dahlia lo sabe. —pauso un momento cuando todos los recuerdos me llegan a la cabeza— Era el hermano menor de Lyudmila, se llamaba Isaac. Lyudmila lo llevaba a todas partes porque una mujer que viajara solo en esos tiempos era mal visto. Cuando Lyudmila me revivió el fue el primero que me explico todo. Termine enamorándome de él al cabo de un año, luego nos casamos a petición de Lyudmila pero yo no me quejaba. Murió, irónicamente, ahogado.

 

—    Wow, ¿Isaac era bueno controlando la piroquinesis? —no puedo evitar soltar una risa falsa.

 

—    No, eso fue lo que lo mató. Un día bebió demás y quemó la casa de una viuda adinerada. Los hijos lo vieron y lo tiraron al mar con piedras en sus tobillos. Lyudmila solía decirle que su fuego era como una bomba, quemaba todo a su alrededor. Tú debes de ser una bala, Sebastian, tener un objetivo o te convertirás en una bomba andante.


No me dice nada solo piensa en lo que le digo. Nos quedamos viendo el cielo estrellado hasta que se nubla y empieza a llover, maldición. Sebastian se levanta y me extiende su mano. La tomo y me levanto, el me abraza y me trasmite su calor. Bueno, esto es mejor que la fogata. Empieza a balancearnos como si estuviéramos en un baile del siglo diecinueve. Siento que pasan horas mientras bailamos bajo la lluvia y solo hay una cosa que ronda mi mente.


Me gusta Sebastian.




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