Linaje del Mal

19. Nunca sabes cuando callarte

 

Andromeda

 

Entro a la casa silenciosamente y me dirijo al salón. Veo a unos cuantos hombres dispersados en los sillones y otros de pie, todos escuchan atentamente. Les va a decir otra cosa cuando sus ojos se posan en mi.


—    Eso es todo. —dice de manera alta y clara.


Los hombres se retiran de la sala de manera rápida y a cumplir las órdenes que les ha dado Sebastian, muchos me miran mal y murmuran atrocidades de mi pasado. Me quedo sola con Sebastian, tomó asiento en un sofá individual y juego con los anillos que tengo fingiendo que no noto su mirada penetrante sobre mi.


—    Se puede saber dónde demonios estabas. 

 

—    Compré un teléfono nuevo. —le digo tratando de quitarle importancia al asunto.

 

—    ¿Eres estúpida? ¿En serio piensas que eso es lo más importante ahora?


Saco una de mis dagas y se la lanzo al hombro. Justo en el blanco. Sebastian gime por el dolor y se arranca la daga y me tira una mirada asesina. 


—    Cuida tu lengua, o la próxima vez te la corto. —le dedicó una mirada asesina, dos pueden jugar este juego— Ahora sígueme. 


Nos dirigimos a lo que supongo debe ser un baño. Entramos y me encuentro con un baño innecesariamente lujoso, tiene una gran bañera y doble lavamanos. Sebastian se apoya del lavamanos mientras que yo busco en los gabinetes un botiquín de primeros auxilios, encuentro un poco de alcohol y unas gasas, y remojo unos algodones en alcohol.


—    ¿Qué esperas? Quítate la camisa. —me mira divertido y se quita la camisa, botón por botón, hago todo lo que esta en mi poder para mirarlo solamente a los ojos. Joder por qué tenía que ser tan atractivo.

 

—    ¿No te disculparas por apuñalarme con tu maldito cuchillo? —pregunta sarcásticamente.

 

—    Lo siento, pero me llamaste estupida y nadie mi insulta y se sale con la suya, pregúntale a Pavlos Strovos. ¡Cierto! Lo maté de manera lenta y dolorosa.

 

—    No mentiré, eso fue sexy. —ambos reímos en voz baja mientras le limpio que yo misma causé. Todo mi esfuerzo se va a la basura cuando mi mirada baja a sus abdominales. Piensa en cosas lindas Romy.

 

—    Tengo miedo. —eso sale de mi boca tan rápido que apenas entiendo porque lo dije— Yo... no sé qué está pasando con Dahlia, pero si sé que es muy ambiciosa y conseguirá lo que quiera. 

 

—    Pues no con mi hijo. —dice con una voz firme, como la de un soldado, pero yo puedo ver más allá de eso y sé que él está muchísimo más asustado que yo.

 

—    No entiendo que quiso decir con eso de "máximo poder". —digo recordando las palabras de Dahlia con un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo.

 

—    Es fácil Romy, —se interrumpe cuando suelta un quejido causado por el alcohol en su herida— todos quieren poder, algunos lo expresan más alto que otros.

 

—    Si, pero no es solo eso, ella quiere venganza, pudo escoger a cualquiera pero escogió a tú hijo.


Ambos no quedamos en silencio y termino de vendarle la herida. Mi mirada vaga por su abdomen, sube lentamente hacia su rostro y me tomo un tiempo examinándolo descaradamente. Tiene una mandíbula filosa, algo que siempre me ha parecido sumamente atractivo, sus labios son carnosos y perfectos, y me detengo en sus ojos, los ojos más perfectos que he visto en mi larga vida, son azules, como hortensias azules. Sonrió ante ese recuerdo, por más que viajásemos mucho Lyudmila siempre tenía un macetero con hortensias azules. Llegaron a convertirse en mis flores favoritas.


Mantenemos el contacto visual  intensamente por lo que parecen horas, me siento hipnotizada. Empiezo a creer que Sebastian también sabe hacer hechizos.


Observo la comisura de su labio subirse, sabe que lo he observado por mucho tiempo. Aparto la mirada e intento alejarme pero su mano toma la mía impidiéndomelo.  Sus ojos me observan detenidamente, cómo si estuviese pensando que hacer, cómo actuar. Intento soltar su agarre pero siento como si fuerza incrementa en mi mano. 


—    ¿Qué?... —lo miro confundida, quiero replicar para que me suelte pero me atrae con fuerza haciéndome chocar con su pecho desnudo— Sebastian.


—    ¿Nunca sabes cuando callarte? —siento su mano ir de la mía a mi cadera, posándola lentamente en la parte baja de mi espalda acercándome mucho más a el. 


Lo miro molesta he intento responderle pero me quedo muda, ha acercado su rostro a el mío respirando a solo centímetros de mi cara. No puedo evitar mirar sus labios, eso capta su atención porque inmediatamente pasa su lengua sobre ellos; su mano comienza a dibujar círculos en mi espalda baja lentamente, provocando una ola de escalofríos. Se acerca mucho más a mi, miro sus ojos pero ellos solo están enfocados en un lugar: mis labios.


Lo veo acercarse a mi rostro dejando una presión con sus labios en la comisura de los míos, cierro los ojos en el acto. Puedo sentir mi respiración detenerse y lo escucho suspirar cuando nuestras narices chocan. 


—    Supongo que esta es una buena forma de intentar callarte. —susurra. 


Quiero contestar con un comentario sabelotodo, pero una presión en mis labios me detiene.
Sus labios comienzan a besarme lentamente y puedo sentir como su presión en mi espalda baja aumenta, uniendo nuestras caderas mucho más. Me siento hipnotizada. Subo mis manos lentamente por sus brazos hasta llegar a sus hombros y luego su cuello, cuidando no lastimarlo en su herida. Siento como se endereza y aumenta la intensidad del beso. 


Libera mi boca y baja dejando un camino de besos desde mi barbilla hasta mi cuello. Esta vez soy yo quien se une mucho más a él. Hago presión en su cuello atrayéndolo mucho más a mi y siento como muerde la piel de mi clavícula sacándome un gemido bajo. 




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